La categoría de los pesos pesados en el boxeo vuelve a tomar forma poco a poco. Gran parte de los focos están sobre la figura de Anthony Joshua, pugilista británico quien ostenta los cinturones de campeón de la Organización y la Federación Mundial de Boxeo. Su marca de 22-0 lo pone en el tope de la lista de piezas de su grupo, donde 21 de esos triunfos son por la vía rápida del nocaut.
Pero el ruido también llega desde Estados Unidos, con Deontay Wilder como la contraparte del inglés.
El pasado 18 de mayo, el norteamericano derrotó en Nueva York a Dominic Breazeale. Todo pareció sencillo, con un nocaut técnico que obligó a darle punto final a la cita en apenas el primer asalto. El boxeo tiene en él a un nuevo exponente de altura, un hombre con 41 victorias sin derrotas, pero tal vez con incertidumbre sobre su criterio, viéndose envuelto en críticas en la víspera del combate del sábado.
Las peligrosas amenazas
Wilder se refirió a la cita vivida en la Arena Barclays de la Gran Manzana como un evento lleno de mucha hostilidad, pero lamentablemente fue él quien se encargó de rociar gasolina antes de que alguien encendiera un fósforo en el entorno de la pelea, con declaraciones que cruzaron la línea de la prudencia y terminaron siendo criticadas desde el seno del Consejo Mundial de Boxeo (CMB), organismo del cual es dueño de la faja en los pesados.
Días antes de que se celebrara el careo, el campeón dijo a los medios presentes en el gimnasio Gleason de Nueva York que su potencia es tal que la vida de su rival de turno estaba en peligro.
“Lo voy a sacar de ahí en una manera dramática, en una manera que nunca se ha visto. Su vida está en la línea y sí, digo su vida. Estoy tratando de conseguirme un cuerpo en mi récord”, soltó.
El don de la palabra es de pocos y en el boxeo, donde la meta es superar al rival con los puños, la pelea empieza semanas antes, con dimes y diretes de un lado y otro, patrón común sobre todo en los grandes combates. Pero lo de Wilder fue injustificable, pues cargó con la responsabilidad de satanizar a su propia disciplina involucrando la muerte como una actividad natural del deporte.
“Dominic Braeleze vino a buscarme, yo no lo busqué a él. Si viene, viene. Este es un deporte brutal, no es un deporte de caballeros, siempre lo he dicho”, siguió. “Este es el único deporte en donde puedes matar alguien, que te paguen y es legal ¿Por qué no utilizar ese derecho de hacerlo?”.
La razón, aunque no se aplauda, se remonta a 2017, cuando ambos participaron en un altercado en Alabama, hecho en el que se vieron involucrados familiares y amigos de ambos al momento de coincidir en un hotel, todo esto como parte de una misma cartelera en la que no se midieron y que los vio salir victoriosos de sus respectivas citas.
“Esto ha sido un largo tiempo para Dominic y para mí. Pidió esto, y lo recibirá. Al igual que la Biblia dice: pides, recibirás”, siguió Wilder. “Quiero lastimar a Breazeale mucho. Tan mal, mi sangre está hirviendo en este momento. Apenas puedo mantener mi compostura en este momento”.
Críticas justificadas
Ni bien sus palabras recorrieron el mundo, desde las oficinas del Consejo llegó la respuesta. Mauricio Sulaimán, presidente del organismo, se pronunció a través de su cuenta de Twitter para rechazar lo que Wilder consideraba era picante al coctel de la pelea, pero que terminó convirtiéndolo en un hombre con poco tacto de la situación.
“He visto los comentarios de Deontay Wilder, que son lamentables y completamente en contra del espíritu de nuestro deporte. He conocido a Wilder durante mucho tiempo y no es la persona que reflejan esos comentarios. Sus metáforas son contrarias código de ética del CMB y serán examinadas en una audiencia”, indicó en la red social.
Para el norteamericano esto podría traducirse en multas económicas, pues la suspensión entra como el último recurso en la situación. Posiblemente esto no altere su norte; todo lo contrario, electrifica aún más el entorno del estadounidense, quien aspira enfrentar en su próximo combate a Joshua o en su defecto a Tyson Fury, con quien empató el año pasado.
Viejos recuerdos
El reclamo de Sulaimán lo hizo volver al pasado. El azteca era apenas un niño de 13 años de edad cuando el 17 de noviembre de 1982 el boxeo quedó marcado para siempre. Esa noche en Las Vegas, Ray “Boom Boom” mancini superó por nocaut técnico a Duk Koo Kim, de Corea del Sur, cuando el réferi del careo, Richard Green, decidió parar las acciones al considerar que el castigo que recibía el peleador asiático era exagerado.
Pero pese a que hizo todo por proteger al caído, este debió salir atendido por médicos del lugar.
Cuatro días después, Duk Koo Kim murió. La tragedia empañaba el mundo del pugilismo. No era la primera muerte del deporte, pero sí una significativa. El rechazo a esa pelea comenzó a llegar como una ráfaga, sobre todo sobre el árbitro, quien pudo haber parado antes el choque; sin embargo, las cosas salieron así y el llanto se apoderó del deporte de los guantes.
Eso no fue todo. Solo tres meses después del hecho, la madre de la víctima se suicidó, mientras que Green también se quitó la vida, en este caso un año después.
Por esos tiempos el mandamás del Consejo era Jesús Sulaimán, padre de Mauricio, quien se vio en la obligación de tomar cartas en el asunto para que la muerte no volviera a aparecerse sobre el ring.
Una medida apareció en 1983 por sugerencia del aquel entonces mandamás del organismo y esta se encargaba de reducir el número de capítulos de 15 a 12. En principio, la regla fue vista como un correctivo mínimo, pero resultó.
Mauricio Sulaimán afirmó que su padre le pidió a un especialista de la salud de la Universidad de California en Los Ángeles estudiar determinadamente la disciplina para buscar un aspecto a mejorar sin realizar cambios drásticos que pudiera agrietar un deporte de tanta tradición en todo el mundo.
Hace dos años en entrevista para el diario mexicano El Universal, confesó que su padre estaba afectado por casos como los de Duk Koo Kim, incluso los de otros exponentes del boxeo que no perdieron la vida pero fueron castigados por sus oponentes, llegando al punto de entrar en una lucha aparte por su vida y sobreviviendo con la condición de decir adiós a su trabajo.
Para Jesús Sulaimán “las peleas se convertían muy dramáticas en los últimos rounds, muy emotivas para el gusto del público; sin embargo, los boxeadores ya no tenían la resistencia ni el poder, por los que se presentaban muchos accidentes en los episodios finales”. De ahí su decisión.