A través de un tuit el presidente Trump dejó claro que su campaña de reelección presentará la misma mezcla explosiva de agravios blancos y nativismo anti-inmigrante que lo ayudó a ser elegido.
La fórmula combustible de Trump de la política de identidad blanca ya ha remodelado al Partido Republicano, marginando, silenciando o convirtiendo a casi todos los que se atreven a desafiar la insensibilidad racial de sus declaraciones. También ha empujado a los candidatos presidenciales demócratas hacia la izquierda en temas como la inmigración y los derechos civiles, ya que responden a la reacción liberal en su contra.
Lo que no se sabe es si el presidente está a punto de reformar de manera más permanente el equilibrio político de la nación, al menos hasta que se produzcan cambios demográficos a largo plazo, que hagan de los residentes no blancos una mayoría del país hacia 2050.
Trump ganó las elecciones de 2016 con la ayuda de votantes blancos de cuello azul, algunos de ellos demócratas de larga data, que son más conservadores en materia de inmigración y más propensos a abrazar la solidaridad racial. Dos años después, las elecciones de mitad de período de 2018 mostraron que los blancos con educación suburbana y universitaria retrocedían ante las mismas políticas y declaraciones, lo que impulsó a los demócratas a retomar el control de la Cámara.
En el centro de la estrategia está el consistente ritmo de Trump de equiparar la experiencia del inmigrante europeo blanco con el ideal estadounidense, poniendo a los que están de su lado en la división contra las élites políticamente correctas, los forasteros, los inmigrantes o los no blancos que él implica que están amenazando injustamente lo que es bueno en el país.
Traducción libre de The Washington Post
