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La tristeza de Ana al despedir a sus hijos en la caravana de migrantes

Ana Vilma Hernández, de 44 años, apenas sabe usar la tecnología que tiene su nuevo celular, no sabe mucho, pero asegura que ya aprendió a mandar audios y mensajes a través de Whatsapp. Aprenderlo era urgente, ya que esa es la única vía de comunicación que tiene con sus dos hijos y su nuera que están en México, después de que los tres emigraron desde El Salvador en la primera caravana en octubre de 2018.

La mujer vive con su esposo y demás hijos en las afueras del cantón Ojo de Agua, municipio de San Juan Opico en el departamento de La Libertad, en El Salvador, un lugar de calles polvorientas donde abunda la pobreza y la violencia. En la casa alquilada de Ana Vilma la señal de telefonía es deficiente, por eso no puede enlazar una videollamada con sus hijos a través de la aplicación de mensajería.

Se conforma con oír los audios de voz y las fotos que le mandan a cualquier hora del día. Alberto Hernández de 21 años y su hija Reina, de 18, son quienes se comunican desde la ciudad de San Luis Potosí.

El dolor de Vilma de despedir a un ser querido en el peligroso viaje de las caravanas fue triple. Vio marcharse a sus seres queridos en medio de un alboroto de gente que corrían desesperados para abordar cualquier transporte que los trasladara desde la parada de buses, conocida como El Poliedro, hacia la frontera La Hachadura, en Ahuachapán.

EL SALVADOR. Migrantes salvadoreños inician su recorrido hoy, domingo 28 de octubre de 2018, desde la Plaza El Salvador del Mundo, en San Salvador


   
   

Crédito: Rodrigo Sura / EFE

EL SALVADOR. Migrantes salvadoreños inician su recorrido hoy, domingo 28 de octubre de 2018, desde la Plaza El Salvador del Mundo, en San Salvador

La señora siente aún la presión en su mano derecha que le hizo su hijo Alberto antes de soltarla, para luego correr y buscar un espacio de los pocos que quedaban en el extenso piso de madera de una rastra que transportó a más de 100 salvadoreños que huyeron de su país por diferentes razones. Era el avión de los inmigrantes.

Ana María aún llora cuando recuerda el día que despidió a Alberto y Reina. Pero expresa que está más tranquila. Relata que sus hijos trabajan en restaurantes y otros lugares en Monterrey y ya empezaron a enviar pequeños depósitos de dinero para sobrevivir económicamente.

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“Al principio perdí comunicación por tres días con mis hijos. Pero luego me enteré que ya estaban en iglesias y albergues y eso me dejó más tranquila. Ellos llegaron enfermos a México pero ahora están hasta con permisos temporales de trabajo”, detalla Ana María.

La señora está convencida de que la única salida que tenían los jóvenes para lograr salir adelante era aventurarse en la caravana hacia Estados Unidos. Alberto viajó con $ 20 y Reina lo hizo con $ 15.

Ganar 10 dólares como albañil

Alberto laboraba en temporadas como albañil y tenía un ingreso de 10 dólares diarios. Casi no tenía trabajo por el miedo a salir a cualquier lugar a laborar. También colaboraba en proyectos de baile con la alcaldía.

Los inmigrantes se enteraron a través de los periódicos y los grupos en Facebook de cómo sería la organización para salir en la caravana desde la Plaza Salvador del Mundo.

La hija de una de los migrantes quedó a cargo de su abuela y sus tíos. Foto EDH/Lissette Lemus.


   
   

La hija de una de los migrantes quedó a cargo de su abuela y sus tíos. Foto EDH/Lissette Lemus.

“Desde hace varios meses ellos se querían ir para Estados Unidos, pero no tenían los recursos. Pagar 7 mil y 8 mil dólares a un coyote es muchísimo dinero. Mi hijo envió ocho solicitudes de trabajo y no lo llamaron a ninguna”, declara Ana María.

Para que viajara Reina, su madre se comprometió a cuidar a su nieta de dos años de edad. La señora asegura que es un tarea dura y muchas veces dolorosa. La deja en casa mientras recorre junto con su esposo las calles de San Juan Opico vendiendo vegetales.

“La niña de mi hija aún la busca en su habitación y la llama, eso me da mucha tristeza y se me parte el alma porque no entiende esta dura realidad, pero creo que no existe otra salida que buscar el futuro en otro país. He guardado sus ropas y recuerdos en sus habitaciones por si un día vuelven”, declara la señora entre lágrimas.

La vivienda de la familia Hernández es de bahareque, tejas y algunas láminas. Foto EDH/ Lissette Lemus


   
   

La vivienda de la familia Hernández es de bahareque, tejas y algunas láminas. Foto EDH/ Lissette Lemus

El futuro de los inmigrantes es incierto. La política del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de no dejar entrar a los inmigrantes siguen firmes. Ana María se llena de cólera ante eso y opina que el mandatario “es un tirano que tiene un corazón duro”.

“El que viaja a esos países es el pobre y no el adinerado. El deseo de los inmigrantes es trabajar y comprar lo necesario. Ver a esos niños con sus madres huir por la pobreza es algo duro. En esos inmigrantes iba Cristo”, medita la madre de los inmigrantes.

Ahora Ana María ya recuperó el apetito que perdió ante la ausencia de sus seres queridos, pero confiesa que está vigente el temor de vivir de nuevo su pesadilla, ya que su otra hija y su esposo sortean su destino en viajar en una nueva caravana hacia Estados Unidos.

Mira el video de la entrevista aquí.

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