El marco, casi perfecto. En el Nationals Park, casa de los Nacionales de Washington, los fanáticos del béisbol, la mayoría del cuadro capitalino, se agruparon en el sitio para el quinto juego de la Serie Mundial, donde la noche del domingo los Nats cayeron 7-1 frente a los Astros de Houston y quedando a una caída de ver a su rival alzar el título.
La situación, desde el plano deportivo, es crítica para la franquicia de la capital estadounidense pues quedaron contra la pared y deberán resolver sus asuntos en territorio rival.
No obstante, lo que más llamó la atención de lo sucedido en Washington fue la receptividad que tuvo un particular visitante al escenario donde se jugó a la pelota: Donald Trump.
El presidente de Estados Unidos había prometido decir presente en el choque, por lo que el morbo de saber cómo reaccionarían los fanáticos comenzó a tomar forma.
Poco después de iniciado el encuentro, el mandatario se asomó en un palco junto a la primera dama, Melania Trump, y el recibimiento de todo menos cálido.
Al ingresar al sitio y ser anunciado, los abucheos por parte de propios y extraños contra el jefe de Estado fueron más, mucho más, que los aplausos.
La popularidad de Trump no es su mayor don en la actualidad, un problema que él mismo produjo con una política tajante y que encontró pocos nuevos seguidores; caso contrario, sumó descontento por promesas más discutibles que positivas.
