
Ana Julia Jatar (@anajuljatar).
En estos tiempos de liderazgos populistas de derecha e izquierda es bueno recordar a Narciso, un personaje de la mitología griega cuyo comportamiento y castigo viene muy a la mano para entender la conducta, a veces incomprensible, de algunos líderes narcisistas de la política actual.
Según cuenta el mito, había un joven en la Grecia antigua que respondía al nombre de Narciso. Era muy buenmozo, atractivo y masculino; y para qué negarlo, era muy popular con las mujeres de su momento. Pero Narciso tenía también su Talón de Aquiles, es decir su punto de gran debilidad, el defecto que lo llevaría a la muerte; o en términos figurados en los actuales momentos para los populistas narcisistas, a su muerte política.
Recordemos que Aquiles, otro héroe de la mitología griega, fue sumergido por su madre en las aguas de la laguna Estigia para darle a su hijo la inmortalidad. Como ella lo sostuvo por los pies en el momento de hundirlo, Aquiles tenía una inmortalidad condicionada, sobreviviría cualquier herida, en cualquier parte de su cuerpo, menos en aquellas que no fueron sumergidas en el río: sus pies. En efecto, Aquiles muere cuando una flecha envenenada se le clava en el talón. De allí viene la famosa frase “el talón de Aquiles” para definir la debilidad fundamental de un ser humano quien, a pesar de tener otras cualidades, su “Talón de Aquiles” lo puede llevar a su desgracia.
Volvamos a Narciso, uno de los grandes defectos de este personaje, era que no podía querer a nadie, no podía sentir empatía por nadie, no sentía amor por nadie, ni por quienes lo quisieran, ni por aquellos que sufrían a su alrededor por muerte, enfermedad ni por aquellos que “morían” de amor por él. Simplemente, no podía amar a nadie. Narciso fue el psicópata de la mitología griega. El talón de Aquiles de Narciso, en resumen, era que solo sabía quererse a sí mismo. Repito, solo sabía quererse a sí mismo. Su vanidad le impedía querer a otra persona. Se burlaba de cualquiera, más aún de aquellos que con un defecto físico, le confesaran su amor. Y de amor por él casi se muere Eco, la ninfa muda quien le declaró su profundo amor a través de la voz de los animales del bosque. ¿Cómo le respondió Narciso? Respondió su declaración de amor con despiadada burla y le dijo a Eco: ¿cómo se te ocurre pensar que yo puedo enamorarme de una mujer muda? ÉL, quien era el más bello de toda la península del Peloponeso. ÉL, que podía tener las jóvenes más hermosas de Atenas, ÉL, quien no tenía rival sobre la faz de la tierra… ÉL, ÉL y ÉL. En otras palabras, en la Grecia antigua y extrapolándolo al mundo hoy, el ombligo del mundo es ÉL. ¿Les suena familiar? ¿Cómo se les puede ocurrir que me van a importar los 210 mil debiluchos muertos por COVID-19? ¿Cómo me van a importar a mí? YO, el más bello, YO, quien lo sobrevivió. YO, quien soy el mejor, YO que creé durante mi gobierno la mejor medicina del mundo. YO, que no necesito a los muertos, sino a los millones de adoradores enamorados de mí. Mis adoradores, machos y fuertes como yo. Los que cuentan para mí -por ahora- porque me aman, bellos y fuertes como yo y tan distintos a todos esos viejos feos, negros y latinos que se han muerto…
Pero, la leyenda continúa. Con las oraciones de la deprimida y despreciada Eco a la diosa de la venganza y la justicia divina, Némesis, ésta maldijo a Narciso a estar eternamente enamorado de su propio reflejo.
Por ello, cuando Narciso fue un día al río a beber agua y se acercó para hacerlo, se vio reflejado en la suave corriente y pensó: “¡Pero qué bello soy, voy a acercarme un poco más para disfrutar aún más de mi propia belleza!”, “¡que bello soy!” decía a medida que se acercaba al río. Narciso se acercó tanto al borde para admirarse a sí mismo, que terminó en el agua y se ahogó. Él solo se ahogó en su propia vanidad.
Cualquier similitud con la realidad es pura casualidad. El 3 de noviembre Narciso tiene una importante cita con su imagen política en las riveras del río Potomac.