REGISTRO. Carpio se registró el mismo día de la ceremonia de ciudadanía y al poco tiempo recibió la papeleta de votación, la llenó y la envió por correo. | FOTO: Olga Imbaquingo

REGISTRO. Carpio se registró el mismo día de la ceremonia de ciudadanía y al poco tiempo recibió la papeleta de votación, la llenó y la envió por correo. | FOTO: Olga Imbaquingo

ALEGRÍA. María Carpio dice sentirse contenta de saber que su voto sí cuenta, más para ella que hasta sus 50 años no sabía leer ni escribir. | FOTO: Olga Imbaquingo

ALEGRÍA. María Carpio dice sentirse contenta de saber que su voto sí cuenta, más para ella que hasta sus 50 años no sabía leer ni escribir. | FOTO: Olga Imbaquingo

María Carpio cruzó sola la frontera cuando apenas tenía siete años. Unas mujeres, que ella no conocía, la ayudaron en Tijuana a subirse a camión y cruzar a los Estados Unidos. Se fue de San Salvador después de deambular en las calles en busca de abrigo y de rebuscar comida en los basureros. Llegó a Los Ángeles sin saber a qué puerta llamar para pedir ayuda. Ahora tiene 62 años y en marzo pasado al fin obtuvo la ciudadanía y por primera vez votó en las elecciones 2020.

Lo hizo por correo. De sus labios en ningún momento brota el nombre del candidato presidencial de su preferencia, lo que sí deja es que sus pensamientos hablen en voz alta: “imagínese si en cuatro años a nosotros nos ha destruido, en otros cuatro años más acaba con todos”.

Los recuerdos de su infancia son como planos de una película de secuencias interrumpidas.

“Dicen que mi mamá murió cuando nací y que mi papá me regaló. Trabajaba en casas haciendo de todo, me maltrataban y no me daban de comer. No sé si me escapé, solo me acuerdo que vivía en las calles”. En Los Ángeles también caminó sin rumbo fijo por varios días hasta que encontró refugio. A los 10 años trabajaba cuidando niños, lavando, planchando y cocinando. Su sueldo: un catre, un plato de comida y no pocas reprimendas.

Allá conoció a José, ahora su esposo. Fue él quien, en 1998, se vino a Washington, DC en busca de mejores oportunidades. Ella lo siguió meses después, tenía 45 años y era una analfabeta. “No tuve la suerte de ir a la escuela, a mí se me fue la vida cuidando a los hijos de otros. Las tardes los veía hacer las tareas de la escuela y yo diciéndome ‘con la gracia de Dios, algún día también aprenderé a leer y escribir ¡Sí lo haré! ¡Sí lo haré!’, me repetía siempre”.

Aprendiendo en DC

Ya en Washington DC empezó a trabajar limpiando casas y tragándose la vergüenza a la hora de que alguien le lea el nombre de la calle o el número del bus. Un día le contaron que en la ciudad había un centro llamado CENAES (Centro de Alfabetización en Español) donde enseñaban a leer y a escribir. Tenía 50 años y por primera vez en su vida tomaba lápiz y papel para garabatear las consonantes y vocales.

“No sabía nada de nada, pero como estaba cansada de tanta burla y engaño por culpa de mi ignorancia, aprendí rapidito. Al final del primer año, aunque despacio, ya sabía leer”. Dos años después con la autoestima en alto y la mancha de analfabeta finalmente descolorida, Carpio se fue a estudiar inglés. El resto es historia.

Ciudadana de EE.UU.

En marzo del año pasado logró la ciudadanía. “Cuando estudié para la entrevista aprendí que la señora Susan Anthony peleó por los derechos de las mujeres y por ella nosotras podemos votar, por eso para mí es una alegría dar mi voto por primera vez en la vida”.

Carpio se registró el mismo día de la ceremonia de ciudadanía. Tres semanas después le llegó el documento que la habilitaba como votante. A principios de octubre recibió la papeleta de votación y no la dejó reposar ni una noche. “Leí una y otra vez las recomendaciones para no equivocarme, si la señora Susan luchó para que votemos yo no podía fallarle”. Puso la papeleta en un sobre y después en otro y la firmó. La envió por correo, convencida de que su voto cuenta.

“Como sabía que ya puedo votar, me preocupé de escuchar las noticias y me convencí de que mi voto sí vale. Hay mucha gente que está sufriendo y que no puede votar, por eso los que podemos hacerlo tenemos que ayudar a los otros para que no los echen de aquí”.

Durante la entrevista de la ciudadanía a Carpio le preguntaron dónde estaba la Estatua de la Libertad y cuáles son los territorios que pertenecen a Estados Unidos. Ahora ella es el ancla que le ayudará a su esposo a obtener la ciudadanía. “Ya pusimos los papeles, él es un tepesiano (protegido bajo el TPS) y ya mismo se les acaba el plazo para que lo boten del país. Ojalá mi marido logre la ciudadanía y pueda votar para cambiar la situación poquito a poquito”.

Emocionada por votar

La vida de esta mujer salvadoreña de nacimiento es una agenda de privaciones. En la niñez y adolescencia tuvo que conformarse con el “algún día yo también aprenderé a leer y escribir”. Eso le restó oportunidades, porque al no tener idea de cuáles eran sus derechos, por muchos años la explotaron y maltrataron, pero su dignidad y esperanza están hechas de acero.

“La gente se burlaba de mí, me daban direcciones incorrectas, me decían que me pagaron completo, pero que yo era la que no sabía contar”. El día que pudo escribir su nombre y su fecha de nacimiento lloró de alegría, al fin se cumplía el sueño que le había sido negado por tanto tiempo.

El momento de votar no lloró, pero sí se emocionó y pensó en los inmigrantes que viven amenazados. “Me pasé la vida trabajando en casas, encerrada para no tener problemas con la migra. Eso ya es pasado para mí, mas no para miles de niños que como yo llegan a este país sin saber nada de nada”.

Carpio leyó hace poco que entre los candidatos “no hay nadie a quien irle”, pero es pragmática; sabe que los políticos no solucionarán sus problemas personales y reconoce cuáles candidatos pueden ser peores. “Por esos no voté. A quien lastima a los niños no le di mi voto”, dice mientras acaricia sus plantitas de ají de todos los colores y tamaños que cultiva en el zaguán de la entrada de su departamento, en el barrio de Columbia Heights.

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