Dicen que el que grita más alto es el que se oye y, quien no se manifiesta, queda escondido por el ruido externo. Algo así ocurrió estas elecciones.

Normalmente el proceso de conteo de las papeletas electorales inicia cuando las cajas con los votos de distintos centros de votación llegan a un centro de conteo local o regional. El objetivo es concentrar el procedimiento en un lugar donde los observadores de cada partido tienen acceso para validar la transparencia de la contabilización.

Este mecanismo ocurre de forma idéntica en todos los Estados.

La madrugada tras la jornada electoral inició de forma regular con el conteo de votos de uno y otro candidato. Pero la actitud de los republicanos se tornó en acusativa cuando los datos comenzaron a respaldar a Joe Biden y los votos subían en favor del candidato demócrata. En ese momento se vivió algo de tensión por los enfrentamientos entre los observadores republicanos y demócratas cuando algunos partidarios de Trump retaron a los responsables del conteo.

No obstante, y a pesar de la insistencia y reclamaciones, los juzgados de Michigan desestimaron cualquier posibilidad de fraude y rechazaron las demandas interpuestas por los aliados de Trump.

Y con el rechazo de distintos recursos legales utilizados por los equipos de Trump en todo el país, se ha comenzado a descocer la estrategia establecida en torno al mito del fraude. Sucedió también en Filadelfia o Las Vegas, donde los medios de comunicación simpatizantes del candidato republicano enaltecieron la teoría conspirativa y el temor se extendió.

El trasfondo de esto es la construcción de una narrativa incluso antes de las elecciones, que permitiese la creación de zozobra y alarma para que Trump se aferrase al poder ante la derrota.

Acusaciones como cajas con papeletas ilegales o supuestos votantes muertos –que están vivos– se han desestimado en los últimos días. Sin embargo, Trump no concede a Biden la victoria y mantiene que le robaron las elecciones. Así lo ha afirmado en horas recientes en su cuenta de Twitter, diciendo “Yo no concedo NADA”.

Estas teorías sobre un posible fraude estaban construidas desde 2016, cuando Trump se enfrentó en la carrera presidencial contra Hillary Clinton. Sin embargo, en esa oportunidad, los resultados le fueron favorables -aunque por poco-, y no fue necesaria la artillería mediática ni de redes.

Hace cuatro años ya, cuando el magnate ganó por los votos electorales pero la exsecretaria de Estado tenía más votos populares, Trump advirtió antes y después del resultado, que millones de personas votaron ilegalmente y por esa razón él no había obtenido el voto popular. En ese momento, Hillary Clinton rozó los 66 millones de votos y Trump casi 63 millones.

En ese momento el aún presidente tuiteó: “Además de ganar el voto del Colegio Electoral de forma aplastante, gané el voto popular si se deducen los millones de personas que votaron ilegalmente”.

Sus acusaciones sobre el presunto fraude electoral en el sistema estadounidense tienen algo de historia ya. “Grave fraude electoral en Virginia, New Hampshire y California. ¿Por qué los medios de comunicación no informan sobre esto? Serio prejuicio – ¡gran problema!”, señaló en su cuenta de Twitter.

A pesar de mantener su denuncia sobre fraudes electorales, a principios de 2020 Trump se sentía confiado en revalidar la silla del Despacho Oval. Todo cambió en estas elecciones presidenciales cuando el aún mandatario empezó a ganar críticas por su escéptica gestión del coronavirus. En ese punto, y por recomendaciones de los demócratas, miles de votantes comenzaron a votar por correo y el temor de Trump se elevó. Claramente, tal como explicamos, la afinidad ideológica de los votantes que adelantaron su derecho, era demócrata.

En estados clave como Pensilvania y Michigan, los legisladores controlados por los republicanos rechazaron los intentos de los grupos de derechos civiles y los demócratas de cambiar o suspender los estatutos que prohibían a los trabajadores electorales comenzar a contar las boletas antes del día de las elecciones. Y una vez que comenzó el conteo, la campaña de Trump y los aliados del presidente, persiguieron otras tácticas para retrasar o detener el conteo y sembrar dudas sobre la validez de los resultados.

El día anterior a las elecciones, los funcionarios de los partidos a nivel estatal y nacional ayudaron a organizar equipos de observadores, un papel que alguna vez fue un símbolo de la transparencia de la democracia estadounidense. Pero en este caso, Trump y sus aliados alentaron a sus observadores en los principales estados a que actuaran de manera agresiva para detener lo que ellos describían como un engaño generalizado y proporcionar información que pudiera servir de base para demandas judiciales y avivar las manifestaciones y la cobertura de comentaristas y periodistas amigos.

El pasado sábado, Washington D.C. vivió una oleada de protestas de votantes de Donald Trump, con las que al grito de “Detengan el robo” (frase creada por el ex asesor de campaña de Trump Roger Stone), quedó demostrado que las pérdidas legales y las inverosimilitudes electorales fueron irrelevantes.

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