Por Olga Imbaquingo | Especial para El Tiempo Latino
Elida García recibió el mejor regalo del Día de la Madre en el 2019, justo antes de la pandemia. Se llama Yúnior Delgado y en algunas semanas más cumplirá 18 años. Desde que ella se fue de su Guatemala en el 2006, él era a quien deseaba abrazar, limpiarle la carita y dejar que se duerma en su regazo.
Tenía dos años y lo dejó al cuidado de la abuelita. Una vez aquí tuvo otros cuatro hijos más, pero con Yúnior tan lejos para la familia Delgado-García la alegría no era completa. En la navidad, los cumpleaños, los paseos o el día de la madre, para Elida era imposible escapar de la alargada sombra de esa ausencia.

Cuando Yúnior llegó a Washington DC ya no era el pequeñito que todavía no sabía pronunciar bien su nombre. Había pasado el tiempo de sentarlo en su regazo y darle la sopita en la boca. Había crecido, tenía más de 16 años, ya era un pequeño hombrecito. Ella, por fin, no tenía que echarle las bendiciones a la distancia, como cada anochecer y amanecer. “Cuando llegué me puse muy contento y salimos a comer. Días después descubrí que mi mamá hace unos tamales bien ricos”, cuenta Yúnior.
Aroldo Delgado, el padre, trabajaba adecentando jardines y áreas verdes y Elida en un restaurante. Apenas alcanzaba para lo justo, pero daba tranquilidad saber que, como dice García, “los cinco dedos de mi mano” estaban juntos y bajo sus cuidados. Con Yúnior en casa, para esta familia de inmigrantes la añoranza era menos pesada, hasta que llegó la pandemia.
“Los dos nos quedamos sin trabajo y con cinco hijos los desvelos aumentaron. Gracias a don Jacobo Larios (coordinador de escuelas comunitarias del Latin American Youth Center) no nos está faltando la comida, en lo que sí estamos atrasados es con la renta. La estamos pagando poco a poco, pero no alcanza. Este día de la madre me agarra llena de preocupaciones que quisiera evitarles a mis hijos, pero ellos se dan cuenta. Preguntan si haremos algo por el día de la madre y duele decirles que es mejor reunir para renta de lo contrario nos echan”.
Su ilusión es que ya se empieza a reabrir la economía y para ella mejor regalo del Día de la Madre, aparte de tener a todos sus hijos a su lado, es encontrar un trabajo en algún restaurante y que su marido vuelva a trabajar a tiempo completo. “Ahora está haciendo unas horas aquí y otras allá, en Maryland, que apenas alcanzan para pagar el seguro del carro y abonar algo de la renta. No se ha podido vacunar porque no quiere pedir permiso. Él me dice que tal vez a su jefe no le va a gustar que apenas le dan trabajo pida un día para vacunarse”.
En el hogar de los Delgado-García en ningún momento se ha puesto en duda la importancia de la vacuna. Están a la espera de que la misma se ofrezca en un lugar cercano a donde viven y esa despierta las esperanzas de volver a emplearse. “Yo tengo que buscar en otro restaurante, el que me daba trabajo cerró en abril del año pasado y no volverá abrirse. Este día de la madre me alcanza como el anterior, sin trabajo, sin dinero, pero con todos mis niños”.
En los años anteriores a la pandemia en esta fecha especial su esposo la invitaba a comer a un restaurante o preparaban una cena en casa. “En la escuela nos celebraban el día de la madre, era como una fiesta. A las mamás nos daban unas tarjetas dibujadas y pintadas por nuestros hijos. era muy bonito. El año pasado no hubo tarjetas ni cena, estábamos en medio del covid. Nos agarró sin ahorros y todo ha sido muy duro”.

Lo que no faltó el año pasado ni faltará este son los abrazos y los besos de sus hijos. “Ellos nunca olvidan de desearme felicidades y eso es lo que más me importa más”.
También cada año tenía la costumbre de no olvidarse de su madre Josefina. “Como dios me dio el privilegio de trabajar, cada año por estas fechas le mandaba algo de dinerito para que mis hermanos le preparen una cena. Este año no será así, la pandemia nos está haciendo sufrir a todos”.
Los niños han vuelto dos días por semana a clases presenciales y después de un año de encierro para ella es un gran alivio, porque el aislamiento y la falta de ejercicio les provocó mucho estrés. “Las madres estamos para hacerles la vida menos difícil a nuestros hijos. Un pequeño gesto de alegría era celebrarle a cada uno el cumpleaños con un pastelito. No he vuelto a hacerlo y ellos se quejan. El uno me cumplió nueve años en marzo y dos me tocan en julio. Me piden pastel, volveré a decirles papito no hay dinero. Dicen que con esta pandemia ya estamos viendo la luz en la oscuridad del túnel y si consigo trabajo sí habrá pastel para mi Yúnior que cumplirá 18”.
No todo es para lamentarse. No habrá celebración del día de la madre, pero ella se da por bien servida de que a sus hijos los tiene juntos y sanos, de que nadie en casa de contagió del coronavirus, de que ya hay una vacuna contra el coronavirus y de que ya es verano y habrá más trabajo en jardinería y, posiblemente, en los restaurantes.
Yúnior es poco expresivo y callado. Aún está en proceso de adaptación y parte de su corazón se quedó, en la casa de su abuelita Fabiana, quien lo crió. “Antes llamaba desde Guatemala a decirle feliz día a mi mamá. Ahora llamo a mi abuelita a felicitarla y ella dice gracias y se pone triste porque ya no estoy acompañándola. La extraño mucho”.