Participar en una cumbre, a diferencia de lo que decía un antiguo primer ministro británico, no se parece en nada al Tenis. El resultado rara vez termina en “juego, set y partido”. Según los parámetros establecidos por sus últimos cuatro predecesores – quienes tuvieron cumbres desafortunadas con Vladimir Putin – Biden llegó a su reunión con bajas expectativas.
No había ilusiones de tener un acuerdo intelectual con el líder ruso, y mucho menos de almas. La humildad de la meta de Biden – estabilizar las relaciones con el principal adversario militar estadounidense – proyectaba un realismo que había eludido a previos presidentes.
Todo lo cual es mucho menos divertido para los medios globales. Biden no alabó la habilidad de Putin para restaurar la libertad y prosperidad en Rusia, como hizo Bill Clinton en el 2000 poco después de que Putin fuera elegido presidente. Tampoco obtuvo un sentido del alma de Putin y confió en él, como dijo George W. Bush haber hecho en el 2001. No apuntó a un ambicioso “recomienzo” de las relaciones ruso-estadounidenses como hizo fatídicamente Barack Obama en el 2009. Más notoriamente, el estilo de Biden estuvo a millones de millas de distancia de la sociedad de único admirador que fue Donald Trump en Helsinki cuando se reunió con Putin en el 2018.
Luego de más de dos décadas en el poder, este oso ruso probablemente no cambiaría sus hábitos. El objetivo de Biden es halagar y engatusar a Putin a que tome una posición moderadamente menos peligrosa. Esa meta es más difícil de lo que suena. Domésticamente, Biden enfrenta el escarnio de Republicanos y de algunos especialistas en relaciones exteriores por siquiera reunirse con Putin. El acto de compartir un escenario con el presidente de Estados Unidos es visto como una recompensa no merecida para un adversario que regularmente promueve ataques cibernéticos contra los EEUU, para no mencionar su guerra mediática contra la democracia occidental.
“Nuestros adversarios pueden oler el miedo de Biden”, dijo a Fox News antes de la cumbre el antiguo jefe de gabinete de Trump, Mark Meadows. El hecho de que muchos de estos críticos defendieron fuertemente el despliegue de Trump en Helsinki, y sus melosas cartas de amor al líder de Corea del Norte Kim Jong Un, no los inhibió. La constancia es presumiblemente el duende de las mentes pequeñas.
Biden asimismo debe gerenciar la política de la impaciencia en la era de los medios sociales. Aunque su estrategia diplomática de “jardinero permanente” funcione, podría tomar años para producir fruto. Habría pocos momentos con un sentido de misión cumplida cuando al tratarse de que la frágil relación ruso-estadounidense sea menos tóxica.
El tiempo también es un reto a la habilidad de Biden para lograr que los aliados europeos de EEUU sigan el guion. Las contrapartes de Biden accedieron a comunicados fuertes en las cumbres del G7 y de la OTAN la semana pasada. Pero su voluntad de mantener la unidad occidental hacia Rusia está marcada por su temor de que Biden podría durar un solo período como presidente. Ha terminado la era de la continuidad en la política exterior estadounidense. ¿Seguirá siendo Biden presidente dentro de tres años y medio? Putin casi seguro que sí.
Sin embargo, el mayor desafío reside en las acciones de Putin, las cuales son impredecibles por diseño. La meta principal de Biden en política externa es rebatir a una China ascendente. La clave de la estrategia de Biden es enmarcar lo que está en juego globalmente entre EEUU y China (con Rusia como lugarteniente autocrático de China) en términos de democracia versus autocracia. Todo eso está muy bien. Pero los amigos de Estados Unidos ven la tendencia política estadounidense con verdadera inquietud. En vez de debilitar las fuerzas del Trumpismo, la victoria de Biden ha acelerado su toma de control sobre la totalidad del partido Republicano. Para los observadores europeos, la batalla de mayor consecuencia entre autocracia y democracia podría estar, de hecho, ocurriendo dentro de los Estados Unidos.
¿Y entonces, como medimos si Biden está logrando avances con Putin? Más que nada por cosas que no suceden, como incursiones adicionales de Rusia en el este de Ucrania, apoyo a la piratería internacional incluyendo el desvío a Minsk de un avión de Ryanair el mes pasado, y la longevidad de Alexei Navalny, el líder opositor ruso que está en prisión, y cuyo nombre Putin sigue rehusándose a pronunciar. La ausencia de grandes ciberataques contra los EEUU como el de SolarWinds a comienzos de este año, podría ser otro indicador.
Un indicador más ambicioso sería el debilitamiento de las relaciones entre Rusia y China. El fallecido Zbigniew Brzezinski, antiguo asesor de seguridad nacional de EEUU, lo describió como “la alianza de los agraviados”. Relaciones menos adversas entre Rusia y EEUU podrían aflojar los lazos entre Moscú y Beijing, aunque eso sea muy poco probable. Por el momento, Biden debe contentarse con contrastes modestos. Comparada con la conferencia de prensa de Putin con Trump en el 2018, cuando el líder ruso no podía contener su sonrisa burlona, la conferencia en solitario de Putin en Ginebra resultó notablemente templada.
Derechos de Autor - The Financial Times Limited 2021
© 2021 The Financial Times Ltd. Todos los derechos reservados. Por favor no copie y pegue artículos del FT que luego sean redistribuidos por correo electrónico o publicados en la red.
Lea el artículo completo aquí.