La Junta Editorial
El viento político de EEUU no sólo ha virado en contra del Big Tech; está llegando a niveles huracanados. Primero apareció el altamente crítico reporte del Congreso en octubre pasado, seguido este mes por una serie de proyectos de leyes antimonopolio. Y la semana pasada, la administración Biden nombró presidenta de la Comisión Federal de Comercio (FTC por sus siglas en inglés) a Lina Khan, una académica que ha creado un marco intelectual para enfrentar a los gigantes de tecnología.
Los que intentan limar las alas a las empresas de tecnología deben tener en mente que – a pesar de todas las preocupaciones subyacentes sobre privacidad y los peligros que los medios sociales significan para la democracia – éstas siguen siendo inmensamente populares con los consumidores, quienes han visto su vida transformarse de muchas formas. Muchos medios sociales proveyeron un salvavidas durante el cierre. Aunque está aumentando el consenso bipartidista en cuanto a la urgencia de actuar, las medidas fuertes encontrarán dificultades para obtener la mayoría necesaria en el Senado.
Aun así, el nombramiento de Khan es una oportunidad importante para equipar adecuadamente a la política antimonopolio para la era de alta tecnología. Ella ha subrayado correctamente lo anticuado del enfoque de la Universidad de Chicago – resumido en el libro de Robert Bork de 1978, La Paradoja Antimonopolio (The Antitrust Paradox) – el cual expuso que los precios son el mejor parámetro para medir el bienestar del consumidor. Los aumentos de precios eran dañinos, pero si una empresa estaba disminuyendo los precios a los consumidores, el tamaño de la empresa era irrelevante.
El artículo de Khan en el 2017 titulado “La Paradoja Antimonopólica de Amazon” argumentaba convincentemente que el poder, y el daño, no son hoy en día conceptos que se refieren únicamente al precio de venta. Si empresas como Amazon, habiendo sido estimuladas durante años por los inversionistas a buscar crecimiento en vez de ganancias, utilizan cotizaciones depredadoras y la integración de múltiples líneas de negocios para deshacerse de la competencia, los consumidores sufren debido a la falta de opciones y de competidores. Asimismo, si bien las empresas parecen ofrecer búsquedas de internet o medios sociales sin cobrar, los clientes de hecho están canjeando su valiosa información privada para obtener esos servicios, la privacidad también es un tipo de bienestar para el consumidor. Khan también ha argumentado en contra de que las empresas de alta tecnología puedan operar plataformas a la misma vez que compiten con empresas que las utilizan.
La belleza de las cotizaciones (determinación de precios o “pricing”) es que son fáciles de medir. Los conceptos menos claramente definidos del poder de mercado, dicen los críticos, pueden ser abusados para recortarle la rienda injustamente a empresas exitosas. Khan y sus colegas de la escuela “Neo Brandeis”, exponen que de la misma forma que el abogado y juez Louis Brandeis actualizó el régimen antimonopólico de Estados Unidos de cara a la era industrial, enfocándose en el impacto de las empresas sobre la democracia y la libertad económica personal, se requiere y es factible una nueva actualización para el siglo veintiuno.
A menos que logre respaldo legislativo, Khan podría enfrentar dificultades para llevar sus ideas al marco legal. Pero puede ser creativa en la reinterpretación de leyes existentes en cuanto a que significa el bienestar del consumidor. Esto podría llevar a desafíos judiciales. Dado que la Corte Suprema tiene sesgo conservador, Khan tendrá que acotar su franqueza, proceder con cautela y elegir sus batallas cuidadosamente. El desmantelamiento de empresas de tecnología podría no ser factible o recomendable. Pero requerir que, por ejemplo, ofrezcan transferibilidad de datos al consumidor de forma que puedan cambiar de plataforma con igual facilidad que como cambian de cuenta bancaria, podría ser más realista.
La agresividad bipartidista hacia China es otra barrera ya que el Big Tech puede argüir que imponerles restricciones favorece la estrategia de Beijing. Khan responde, con mérito, que asegurar que poderosos actuales no puedan sofocar a los innovadores recién llegados es la mejor forma de superar a los titanes tecnológicos de China.
Para realzar su posición, la presidenta de la FTC debería encontrar terreno común con los reguladores de la UE, quienes ya han sido influenciados por sus posiciones. Aún si sus objetivos y valoraciones hacia el Big Tech parecen confluir, EEUU y la UE no tienen la misma táctica. Si ella logra impulsar la cooperación transatlántica, sus ideas tendrán resonancia mucho más allá de sus propias costas.
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