La amenaza de una reanudación de violencia política como la del 6 de enero, emanada de la frustración de partidarios Republicanos impulsados por la falsa retórica de el expresidente Donald Trump, podría llevar a EEUU una versión propia del autoritarismo político. Foto: The Washington Post.
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Especial para The Washington Post - Ruth Ben-Ghiat

En junio, un presentador de noticias en “One America News” sugirió que la ejecución pudiera ser un castigo apropiado para las “decenas de miles” de “traidores” que, según decía, le robaron las elecciones al ex-presidente Donald Trump. Un miembro activo del Congreso, el Rep. Matt Gaetz, R-Florida, les dijo a los estadounidenses en mayo que ellos “tienen la obligación de usar” la Segunda Enmienda, la cual no es para recreación sino para darles “la habilidad de mantener una rebelión armada contra el gobierno si eso fuera necesario”. Y no hace mucho, en un acto de masas, Trump pidió que se hiciera público el nombre del oficial de policía del Capitolio que le disparó de muerte a Ashli Babbitt durante la insurrección del 6 de enero, diciendo, “Si eso hubiera sido en otro lado, la persona que disparó hubiese sido atada y ahorcada”.

El incremento de la retórica violenta entre los Republicanos y sus propagandistas parece una antesala al turbulento futuro de los Estados Unidos. El ataque del 6 de enero fracasó en mantener a Trump en la presidencia, pero les demostró a los votantes Republicanos el potencial de la violencia como un medio para llegar al poder. La historia del autoritarismo sugiere que la amenaza y la realidad de la violencia son parte integral de la oferta de la derecha para transformar el país hacia una autocracia electoral – un sistema en el cual el proceso de votación es manipulado para que el partido gobernante pueda permanecer en el poder continuamente.

Esta cultura Republicana de violencia y amenazas se construye sobre las historias de persecución racial y el uso de la policía como un instrumento de terror contra los no-blancos. La normalización de dicha violencia, aunado a la representación de los no-blancos como una amenaza existencial para el futuro de “América” (como dice la teoría del “Gran Reemplazo” a la que Tucker Carlson hace referencia en Fox News) hacen más fácil que el público acepte la violencia en torno a eventos políticos, por ejemplo en las elecciones, como pasos necesarios para “salvar el país”. Como es evidente, los participantes en el intento de golpe de estado de enero, que fue propuesto como una especie de acto patriótico, incluía a 57 oficiales Republicanos locales y estadales, y por lo menos 52 militares activos y retirados, oficiales de orden público y personal de gobierno.

La cultura de la amenaza está también respaldada por una tolerancia hacia las actividades de grupos extremistas: Incluso una marcha de la milicia por el Capitolio de Michigan en mayo de 2020 no causó mucha alarma. Y a esto se le suma el hecho de que se les permite a los civiles tener cientos de millones de armas de fuego. El menosprecio por la vida humana y la desensibilización para hacer daño que vienen con los tiroteos en masa (el año 2020 vio 611 eventos de este tipo en EEUU, un salto del 47% desde 2019) produce el caldo de cultivo en el público para apoyar una sociedad autoritaria.

En corto, Estados Unidos ya está preparado para el advenimiento de una política que dependa de la fuerza. Todo nuestro sistema electoral – desde aquellos que trabajan en los centros de votación hasta aquellos que los visitan e incluso aquellos que son electos – serán particularmente vulnerables a la violencia en los años por venir.

Cuando el objetivo es ingeniar victorias sin importar el costo, cualquiera involucrado con las elecciones puede estar en peligro. A lo largo del país, trabajadores electorales están renunciando después de haber sido sujetos a tácticas de intimidación. Será importante encontrar maneras para protegerlos – por ejemplo, al hacer de dicho acoso una ofensa federal, como lo hace el Congreso con muchos otros oficiales federales de gobierno – si esperamos mantener la integridad de nuestras elecciones.

Los centros de votación también pueden ser ambientes intimidantes para los electores en los estados autoritarios, y el partido Republicano parece querer hacer de las elecciones una experiencia tensa en EEUU. Los Republicanos han introducido 40 proyectos de ley en 20 estados en 2021, los cuales expanden el poder de los observadores de centros electorales. En concordancia con el apoyo Republicano al derecho a portar armas de fuego, estos individuos tendrían el derecho de estar fuertemente armados en varios estados, maximizando su valor de intimidación. En Texas y otros estados, los observadores pudieran estar tan cerca como para “ver y oír” a los electores y a los oficiales electorales. Otro proyecto de ley propuesto en Texas, ahora en su respectivo Comité, les permitiría a los observadores entrar a los vehículos de los electores durante las votaciones en vehículos, siempre que otro elector esté presente y el vehículo tenga capacidad para más de cinco personas.

Los cargos de elección popular también se están haciendo más peligrosos. Las amenazas contra miembros del Congreso se han incrementado en un 107 porciento en 2021 en comparación con 2020. La insurrección del 6 de enero rompió muchos tabús en este sentido. Aquellos que buscaban agredir al entonces vicepresidente, Mike Pence, y a la oradora de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, claramente pensaron que podían actuar con impunidad, razón por la cual se fotografiaron y filmaron a sí mismos invadiendo el edificio.

El incremento en las amenazas contra los políticos también refleja la erosión de la idea democrática de que la oposición política es legítima. Durante la campaña de 2016, Trump y los oficiales Republicanos no sólo cuestionaron las ideas de Hillary Clinton, sino también su derecho a ser parte de la sociedad, convirtiendo el “Lock her up!” (¡Enciérrenla!) en uno de los cantos favoritos en los rally de Trump.  El legislador estadal Republicano de New Hampshire, Rep. Al Baldasaro, y otros, han hicieron un llamado para que Clinton fuera fusilada, y Trump sugirió que las “personas de la Segunda Enmienda” podrían actuar contra ella.

Trump también movió piezas para aplastar a la oposición dentro del partido Republicano. Ya para su segundo antejuicio, cuestionar al líder del culto se había tornado peligroso, aunque ya el líder no estaba en funciones.  “Nuestra expectativa es que alguien intentará asesinarnos”, dijo el Rep. Peter Meijer, R-MI, quien votó para imputar a Trump, y dijo en su momento que se compraría un chaleco antibalas.

Los regímenes autoritarios usan la propaganda y la corrupción para hacer que sus partidarios entiendan la violencia de forma diferente – como un deber ciudadano y un buen proceder cuando la nación está bajo amenaza. Y así es hoy el caso en el partido Republicano, en el que muchos de sus miembros han declarado que todo está sobre la mesa, incluyendo la violencia, en búsqueda de lograr el objetivo de volver al poder y permanecer allí por mucho tiempo. Esa es una lección del 6 de enero y de la defensa del partido Republicano. “Aquí lo que necesitamos son... 30.000 armas de fuego, dijo un participante ese día, frustrado porque no estaba entrando al Capitolio más rápidamente. “Próximo viaje”, alguien le contestó.

Información de la Autora:

Ruth Ben-Ghiat es profesora de historia en la Universidad de Nueva York y autora de “Strongmen: From Mussolini to the Present”.

Lea el artículo original aquí.

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