(c) 2021, The Washington Post – Ishaan Tharoor
Las protestas antigubernamentales que se están llevando a cabo en Cuba le dieron otra sacudida a la Casa Blanca. Justo cuando la administración Biden estaba tomándole el pulso a los eventos en Haití tras el asesinato del presidente de ese país, ahora tiene que lidiar con lo que pudiera ser un levantamiento en la cercana Cuba.
Antes de este fin de semana, los colaboradores del presidente Joe Biden habían estado enviando señales a los periodistas de que una revisión a las políticas de Washington hacia La Habana no era una de las prioridades de su agenda. “Tenemos a todo un mundo y a una región en desorden”, le dijo el mes pasado un oficial de alto rango a Karen DeYoung, del Washington Post, hablando en condición de anonimato para poder comentar sobre deliberaciones internas. “Estamos combatiendo una pandemia y lidiando con un descalabro de la democracia en muchos países. Ése es el ambiente en el que estamos. En cuanto a Cuba, haremos lo que esté en el interés de la seguridad nacional de Estados Unidos”.
Ahora, las circunstancias están empujando a la Casa Blanca a pronunciarse. El lunes, Biden describió la escena en Cuba como “pedido tajante de libertad y ayuda” después de “décadas de represión y sufrimiento económico de los que han sido objeto por el régimen autoritario de Cuba”.
“Las protestas fueron de las más grandes desde la Revolución Cubana de 1959 y parecían de base más amplia que las del “Maleconazo” de 1994 en La Habana, que llevaron a Fidel Castro, padre de la Revolución Cubana y entonces líder, a permitir que miles de cubanos abandonaran el país en botes y balsas”, de acuerdo a Anthony Faiola, del Washington Post.
Las manifestaciones fueron impulsadas por una creciente frustración debido al mal manejo de un presunto rebrote de coronavirus. Apagones de electricidad y escases de alimentos llevaron a protestas en varias ciudades del país insular, las cuales fueron amplificadas por las redes sociales. Las autoridades comunistas del país respondieron con mano dura, cortes de internet y llamados a los “revolucionarios” leales a retomar las calles de manos de los manifestantes. Ellos consideran las protestas como parte de las maquinaciones de EEUU.
En la era digital, ésa es una idea más difícil de vender. “Los cubanos han pasado de quejarse en secreto dentro de sus propias casas y de dar señales de desaprobación en las calles hasta tomar acciones reales”, escribió Abraham Jiménez Enoa, un periodista basado en La Habana. “Las protestas han sacudido al régimen. No creo que las cosas vayan a ser iguales en Cuba de aquí en adelante: el juego ha cambiado, y una nueva serie de reglas podría cambiar nuestro futuro.
La pregunta para la Casa Blanca es cuál debe ser su próximo paso. En una conferencia el lunes, la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Jen Psaki, dijo que oficiales de la administración están “evaluando cómo podemos brindar ayuda directa al pueblo de Cuba”.
“Todo indica que las protestas de ayer fueron la expresión espontánea de un pueblo que está cansado del mal manejo económico y la represión del gobierno cubano”, agregó Psaki, respondiendo a la versión cubana que asegura que las protestas fueron ingeniadas por agentes de EEUU. “Y éstas son protestas inspiradas por la dura realidad de la vida diaria en Cuba, no por personas en otros países”.
El Sen. Robert Menéndez, D-N.J., presidente del Comité para Relaciones Exteriores del Senado y un halcón contra el régimen cubano, lo describió como “una oportunidad para cambiar el rumbo de los acontecimientos en Cuba” que podría beneficiar a la administración.
Pero los adversarios domésticos de Biden, quienes comparten las exigencias de Menéndez en cuanto a acciones más fuertes contra La Habana, están aprovechando esta oportunidad para criticar a la administración llamándola débil. En los medios de comunicación de derecha, cabezas parlantes arremetieron contra la administración por su supuesta pasividad, mientras describían las protestas en Cuba como una revuelta contra el socialismo totalitario que según ellos los Demócratas apoyan. Es el tipo de política que se pudiera argumentar ha ayudado a triunfos electorales Republicanos recientes en Florida, hogar de una significativa comunidad cubano estadounidense.
El Sen. Marco Rubio, R-Florida, un influyente crítico del régimen de La Habana, aconsejó a la administración Biden en una carta el lunes a que dé pasos “para apoyar al pueblo cubano en su lucha por la libertad”. Esto incluye ayudar a establecer acceso a internet satelital para los cubanos, imponer sanciones directamente a oficiales cubanos responsables de órdenes y acciones que conlleven a violencia contra los manifestantes y, más notablemente, “dar una declaración clara y sin ambigüedades de que las políticas de EEUU hacia el régimen implementadas por la administración Trump permanecerán vigentes”.
La ironía es que hasta esta semana, Biden estaba recibiendo más críticas de la izquierda que de la derecha en cuanto a su política hacia Cuba. En marzo, 80 legisladores Demócratas le enviaron a Biden una carta urgiéndole a revocar las “crueles” sanciones de Trump, incluyendo revertir las restricciones de viaje y el pago de remesas. “Con su simple firma, usted puede apoyar a las familias cubanas necesitadas y promover un enfoque más constructivo”, escribieron.
Durante su campaña, Biden había criticado las tácticas de “máxima presión” de Trump contra Cuba, las cuales dijo que “han causado mucho daño al pueblo cubano y no han logrado avanzar la democracia y los derechos humanos”. Pero el equipo de Biden ha sido escéptico en cuanto a reiniciar el acercamiento de relaciones de la era Obama que dio lugar a nuevos contactos comerciales entre los países y asomó la posibilidad de una distensión. Las políticas domésticas y la importancia electoral de Florida hacen inviables dichas propuestas en estos momentos. Las posibilidades de un cambio en esta política se harán cada vez menores a medida que se acerquen las elecciones de mitad de período en 2022.
En cambio, Biden está ahora al mando de un estatus quo iniciado durante la Guerra Fría y que aún mantiene en vigor el asfixiante embargo estadounidense contra Cuba – un bloqueo que lleva décadas destruyendo la economía del país y dándole al régimen una excusa externa para sus aflicciones. El mes pasado, Estados Unidos se vio virtualmente solo en las Naciones Unidos, cuando la Asamblea General votó casi unánimemente – como lo hace anualmente – contra la continuidad del embargo económico a Cuba.
Los promotores de un cambio de dirección argumentan que Estados Unidos puede denunciar las fallas y abusos del régimen cubano mientras al mismo tiempo toma pasos calibrados para abrir contactos comerciales y económicos que puedan beneficiar más ampliamente a la sociedad cubana. “Denuncias estridentes sobre el fracaso del comunismo y condiciones inamovibles para aliviar las sanciones son sustitutos pobres a una diplomacia robusta”, decía un memo de análisis político del Cuba Study Group publicado a principios de año. Pero por ahora, esa política es la que tiene mayor apoyo en Washington.
Los cubanos “están decepcionados, obviamente”, les dijo a mis colegas William LeoGrande, un experto en Cuba de American University. “Ellos escucharon lo que Biden dijo durante la campaña y esperaban, como muchas personas, acciones bastante rápidas sobre asuntos básicos. Y no hay nada”.
La Casa Blanca no ha escondido su posición. “Joe Biden no es Barack Obama en cuanto a su política frente a Cuba”, dijo en abril en una entrevista a CNN en español Juan González, director para el hemisferio occidental del Consejo de Seguridad Nacional.
Y un régimen cubano, que ya tiene poco incentivo para prestarle atención a las alertas estadounidenses, recibió el mensaje. “La administración del presidente Biden, dándole la espalda a la gran mayoría del pueblo estadounidense y del pueblo cubano, mantiene vigentes las medidas de Trump”, tuiteó en mayo Bruno Rodríguez, ministro de relaciones exteriores de Cuba. “Hay una distancia cada vez más grande entre las palabras y la realidad”.
Información del Autor:
Ishaan Tharoor es columnista en el despacho internacional del Washington Post, donde escribe el editorial y columna de Today’s World View. Previamente fue editor en jefe y corresponsal de la revista Time, basado primero en Hong Kong y luego en Nueva York.
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