Para la gente de Afganistán el regreso de la regla Talibán es una tragedia y una traición a su confianza. Para EEUU la salida de Kabul es una derrota estratégica. Y para Europa, es una descripción alarmante del mundo actual.
Los historiadores reconocerán en los tristes eventos de esta semana una metáfora para los trastornos geopolíticos de las primeras décadas del siglo presente. Cuando las tropas estadounidenses llegaron a Kabul luego de los ataques de al-Qaeda de septiembre 11, 2001, se asumía que la preeminencia global de Estados Unidos se perpetuaría sin ser cuestionada. En realidad, dicho momento unipolar posterior a la guerra fría ya estaba llegando a su fin.
El desafío al viejo orden no ha venido únicamente de las ambiciones de gran poder de China. Convertir la fuerza económica y militar en poderío global requiere determinación política. Y todo liderazgo tiene un precio. La derrota en Irak, el juego trancado en Afganistán y los problemas económicos en casa han hecho que los estadounidenses sean adversos a pagarlo. El presidente Joe Biden podrá sentirse avergonzado por las imágenes televisivas, pero los votantes querían que se saliera.
Occidente nunca iba a “ganar” en Afganistán. Los sueños de construir un país que significaron el exponente máximo del intervencionismo liberal pueden haber sido bien intencionados. ¿Qué tiene de malo promover la democracia y la observancia de la ley? Pero el programa occidental desafiaba las realidades de una sociedad tribal, fragmentada, que nunca ha aceptado ser gobernada desde el centro.
Los anales muestran que los afganos durante mucho tiempo han rechazado a los extranjeros que intentan imponer un nuevo asentamiento. Pero también debe decirse que la principal similitud del reciente grupo de líderes en occidente es su desdén hacia la historia.
Así las cosas, Biden podía haber optado por mantener un estatus quo imperfecto. Los destellos de modernidad, la semblanza de democracia y los derechos fundamentales para la mujer tenían un costo sostenible, un costo que EEUU compartía con sus aliados de la OTAN. No era algo bonito – hasta que uno lo compara con la probable tiranía del Talibán.
El presidente estadounidense no ha ofrecido disculpas. Largar las amarras y salir corriendo era algo instintivo para Donald Trump, pero ahora es parte de la doctrina Biden. Los límites que definen los intereses nacionales de EEUU deben trazarse estrechamente. Estados Unidos actuará para defenderse cuando se vea amenazado directamente, pero no arriesgará tesoro o sangre para mantener lo que se denomina como seguridad internacional.
Todo esto no cuadra fácilmente con la retórica de Biden sobre el “resurgir de Estados Unidos”, y ciertamente se opone a la idea de que EEUU se puede postular como el campeón de la libertad y la democracia. Al decidir qué enfocará todas sus energías hacia la batalla con China, EEUU ha dejado atrás su posición moral. Estados Unidos ya no luchará por quienes no luchen por si mismos. Aquí no hay lugar para los valores. Pero ciertamente eso es el verdadero realpolitik.
El realismo acarrea su propio precio. EEUU necesita aliados en la competencia con China. El retiro afgano escasamente permite a los amigos de Estados Unidos poner su confianza en Washington. ¿Qué tan seguros pueden estar los aliados de la OTAN de que cuando venga el punto álgido de la relación con la Rusia de Vladimir Putin, la Casa Blanca considerará vital defender las fronteras europeas?
Pero también hay algo ligeramente patético sobre el llanto y rechinar de dientes que se escucha en las capitales de Europa. Los europeos, después de todo, deben haber reconocido una cierta simetría. La administración de George W. Bush no les consultó sobre el derrocamiento Talibán. Biden también los ha ignorado en su decisión de retirarse.
Nadie puede honestamente quejarse de que los tomó por sorpresa. Biden está siguiendo las pisadas de Barack Obama y de Trump en señalar que Estados Unidos no quiere más episodios militares en Asia Central y el Medio Oriente.
Europa pretende que el mundo es diferente. Es cierto, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, pide muchas veces a sus pares europeos que tomen sus propias decisiones. El problema es que el también suena a veces como si quisiera que los estadounidenses se fueran. La “Gran Bretaña Global” post-Brexit de Boris Johnson se ha ausentado a si misma del escenario internacional. Y la Alemania de Angela Merkel simplemente se niega a admitir que el internacionalismo liberal le ha cedido el paso a la realpolitik de los grandes poderes.
Los líderes del continente se gastaron un máximo de una milésima de segundo en considerar como ayudar al gobierno afgano sin los estadounidenses. Es posible que al evaluarlo seriamente llegaran a la conclusión de que no había nada que pudieran hacer, pero al menos habrían dado un pequeño paso para alejarse de la dependencia fatalista. Llegará el día en el cual Europa tenga que admitir que el viejo orden ha pasado, y entender que en una era de competencia entre grandes poderes, las relaciones tanto con aliados como con adversarios van a ponerse mucho más turbulentas.
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