Especial para The Washington Post - Stephen Wertheim
No puedes perder una guerra y esperar que el resultado aparente que la has ganado.
Esa es la terrible verdad que ha demostrado el colapso del gobierno afgano, pero que algunos en Washington continúan negándose a aceptar. Estados Unidos no logró el objetivo al que dedicó la mayor parte de sus 20 años de guerra y 2,3tn (millones de millones) de dólares en gastos: construir un estado afgano al estilo occidental que pudiera mantenerse en el poder y evitar una toma del mismo por parte de los Talibanes. Frente a una insurgencia pobre pero tenaz, el ejército afgano respaldado por Estados Unidos se retiró en unas semanas de manera histórica, no por falta de entrenamiento, suministros o números, sino porque no tenía la voluntad de luchar, algo que dos décadas de esfuerzos estadounidenses no pudieron inculcar.
Después de la guerra de Vietnam, los estadounidenses emprendieron un doloroso ajuste de cuentas nacional, y durante décadas después de la caída de Saigón, los líderes estadounidenses evitaron intervenciones militares grandes y prolongadas. Pero a juzgar por las reacciones de algunos sectores ante los acontecimientos recientes, nos enfrentamos a la preocupante posibilidad de que esta vez no se llegue a un ajuste de cuentas. En lugar de aceptar y aprender de la derrota, algunos líderes de la política exterior prefieren perpetuar los mismos mitos que inspiraron la tragedia en primer lugar, comenzando con la idea de que Estados Unidos debería y podría transformar a Afganistán, si tan solo lo intentara suficientes veces.
La semana pasada, cuando las capitales de las provincias se rendían una tras otra ante los Talibanes, voces prominentes expresaron una forma peligrosa de negación: todavía podemos arreglarlo, a través de más guerra. El 13 de agosto, el presidente del Brookings Institution, John Allen, un general retirado de la Infantería de Marina, le pidió al presidente Joe Biden que revocara su decisión de retirar las tropas terrestres e interviniera para evitar que los Talibanes ingresaran a Kabul. Si los Talibanes cruzaban esa línea roja, propuso "una respuesta militar concertada contra las fuerzas y el liderazgo de los Talibanes en todo Afganistán". El experto neoconservador Bill Kristol tuiteó su apoyo al plan de Allen. "¿Es demasiado tarde para salvar Afganistán?" preguntó. "... El repunte en Irak funcionó. ¿Podría funcionar un esfuerzo similar en Afganistán?"
La respuesta es no, porque lo probamos. En el repunte durante la presidencia de Obama, los niveles de tropas estadounidenses en Afganistán aumentaron a 100.000 en 2010 y 2011, el doble del total para mayo de 2009. Como lo reveló la investigación del Washington Post, "Documentos de Afganistán", los altos mandos militares posteriormente exageraron la capacidad de los soldados afganos que estaban entrenando. ("Las fuerzas de seguridad afganas están aumentando en número y calidad cada día", escribió Allen en 2012). Los líderes civiles estadounidenses hicieron evaluaciones optimistas en público incluso cuando en privado dudaban de que Estados Unidos pudiera ganar. Obama, amargado por la guerra, redujo los niveles de tropas por debajo de 10.000 para el final de su presidencia, pero no logró su esperanza de una retirada total. Se le dio tanto tiempo a la guerra para que funcionara, que los que abogan por un nuevo repunte esperan que los estadounidenses hayan olvidado el anterior.
Ahora, habiéndose negado todo este tiempo a enfrentar la paradoja que significa tratar de construir un estado afgano independiente que depende íntegramente del apoyo externo, los que abogan por la continuidad de la guerra culpan a otros, particularmente a Biden, a medida que la evidencia concluyente de su fracaso se despliega ante el mundo. A los pocos días de su más reciente y posiblemente último llamado a un nuevo repunte, ya no había gobierno afgano alguno por el cual otra generación de estadounidenses pudiera luchar.
La oscura conclusión de la guerra ha ocasionado una segunda forma de negación. Esta otra vertiente sostiene que, aunque es demasiado tarde para arreglar Afganistán ahora, la guerra iba por buen camino antes de que la administración Trump preparara la retirada y la administración Biden la concluyera.
"Lo que hace que la situación de Afganistán sea tan frustrante es que Estados Unidos y sus aliados habían alcanzado una especie de equilibrio a un bajo costo sostenible", opinó Richard Haass, presidente del Consejo de Relaciones Exteriores, el 13 de agosto. No sería paz o victoria militar, pero era infinitamente preferible a la catástrofe estratégica y humanitaria que se está produciendo". El general retirado del ejército Barry McCaffrey agregó, como otro indicador del éxito de la misión y de la estabilidad, el hecho de que el ejército de Estados Unidos no haya sufrido la muerte en acción de ninguno de sus miembros durante más de un año.
Sólo un pequeño grupo en Washington podría hacer que una guerra de dos décadas pareciera un equilibrio sin derramamiento de sangre. Es cierto que los miembros de las fuerzas armadas de Estados Unidos no han muerto en acción recientemente, pero eso sólo se debe a que los Talibanes decidieron astutamente no hacerlos blancos de sus ataques a cambio del acuerdo que logró su retirada. Para los afganos, la guerra ha sido incesantemente brutal, con los Talibanes a la ofensiva por años. Se estima que 3.378 miembros de las fuerzas del gobierno afgano y 1.468 civiles murieron en 2020. Todos sabían que los Talibanes se estaban alistando para una nueva ofensiva este verano en la que estaban preparados para ganar más territorio y matar a más afganos.
Por lo tanto, el presidente nunca tuvo el lujo de elegir una presencia de tropas pequeña y sin víctimas. La opción de Biden era escalar una guerra fallida, para contrarrestar la ofensiva de los Talibanes o traer a las tropas estadounidenses de regreso a casa. Si hubiera hecho lo primero, habría enviado un flujo sin fin de estadounidenses a morir, sólo para ayudar al gobierno afgano a sufrir una derrota más lenta. Tal opción sería inaceptable para cualquier presidente. Como explicó Biden en su discurso el lunes pasado: "¿Cuántas generaciones más de hijas e hijos de Estados Unidos me harían enviar a luchar contra los afganos, en la guerra civil de Afganistán, cuando las tropas afganas no luchan por sí mismas?"
En efecto, la guerra se perdió hace años. Al afirmar lo contrario, los halcones están fomentando un resentimiento injustificado hacia Biden y hacia otros líderes civiles por aceptar la derrota, o por cuasi aceptar la derrota. Mientras tomaba la decisión correcta de retirarse, la administración Biden se replegó con el objeto de defenderse y pulir el resultado de la guerra. "Lo que nos propusimos hacer en Afganistán, lo hemos logrado", dijo el domingo el secretario de estado Antony Blinken. Tiene razón, hasta cierto punto: Estados Unidos logró hace mucho tiempo sus objetivos iniciales posteriores al 11 de septiembre de 2001, de debilitar a Al Qaeda y castigar a su patrocinador Talibán. Sin embargo, Estados Unidos tenía mayores ambiciones, o de lo contrario se habría retirado después de sus éxitos iniciales. Estados Unidos perdió la guerra a largo plazo para determinar quién gobernaría Afganistán y esto es importante decirlo.
Sólo aceptando la derrota puede el país vivir el duelo de las preciosas vidas perdidas y los recursos desperdiciados, incluidas las mujeres y niñas afganas traicionadas por las promesas de un futuro libre de los Talibanes que era imposible lograr. Sólo aceptando la derrota, los líderes estadounidenses pueden ponerse al nivel del público estadounidense, que apoya firmemente la retirada, y comenzar a reparar décadas de desconfianza. Ésta fue una derrota dolorosa por lo que la responsabilidad de la misma debe ser asumida y no evadida.
Un vacío de significado lo llenarán los menos responsables entre nosotros, cuyas filas crecen en medio de la disfunción política del país. Recuerden que incluso en la era menos polarizada después de Vietnam, no todos aceptaron la derrota. Circulaba el mito de que los líderes pusilánimes habían obligado a los soldados estadounidenses a luchar con "una mano atada tras la espalda". Este mito, promovido por generales fracasados como William Westmoreland, llevó a algunos observadores a concluir que el verdadero problema con las guerras realizadas por Estados Unidos residía en el público y los políticos por la falta de apoyo de estos sectores. Para los neoconservadores, el "síndrome de Vietnam" necesitaba ser erradicado. Después del 11 de septiembre de 2001, encontraron la oportunidad para demostrar que el poderío estadounidense podía rehacer Afganistán e Irak y redimir al mundo.
Al negarse a aprender, al optar por olvidar, el país pasa de una guerra imposible de ganar a la siguiente. Sin embargo, aceptar la derrota pondría a Estados Unidos en un rumbo diferente, en un momento en el cual no puede darse el lujo de repetir errores destructivos.
Información del Autor:
Stephen Wertheim es miembro principal del Programa de Gobernanza Estadounidense en Carnegie Endowment for International Peace. Es el autor de “Mañana, el Mundo: el Nacimiento de la Supremacía Global de EEUU” ("Tomorrow, the World: The Birth of U.S. Global Supremacy").
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