Por Milagros Meléndez | La mañana del 11 de septiembre de 2001, el guatemalteco Luis Fernando Espina estaba trabajando en el Pentágono, haciendo remodelaciones en las oficinas, cuando de pronto escuchó un ruido estruendoso y la activación de las alarmas, seguido de una voz que gritaba. “¡Todos al Centro!”.
“Había mucha confusión. Yo no sabía lo que estaba pasando y nos pedían que fuéramos al centro del Pentágono”, recordó Espina a El Tiempo Latino.
Las imágenes que quedan en su memoria son los rostros de desesperación y personas heridas, ensangrentadas, algunas sin pedazos de piel.
“Eso no se me olvida, vi a la gente con sangre, con la piel en carne viva. Es algo que siempre está en la memoria”, expresó Espina.
Este sábado 11, la nación y el mundo recuerda los ataques terroristas del 11 de septiembre, cuando un grupo de hombres de la red Al-Qaeda secuestró cuatro aviones comerciales y los estrelló contra las torres gemelas del World Trade Center y el Pentágono. La cuarta nave —que estaría dirigida al Capitolio— cayó en Pensilvania.
Hispanos del área de Washington que estuvieron en esa fecha describen el horror de los ataques, que marcaron un antes y después de los Estados Unidos.Hasta ese entonces, Espina, quien había llegado al Pentágono muy temprano, no tenía idea de lo que estaba ocurriendo.
“Al principio, pensé que era un tubería que había explotado, pero cuando vi tanta gente herida, sabía que era algo más, pero no imaginaba todo lo que había pasado”, dijo.
La multitud del Pentágono se concentró en el estacionamiento. Más tarde Espina se enteró de las noticias trágicas.
El vuelo 77 de American Airlines con 189 personas abordo, incluido los terroristas, impactó en el lado oeste del Pentágono a las 9:39 am.
Era el tercer avión secuestrado. Había Partido del aeropuerto Dulles, en Virginia.
Casi una hora antes, a las 8:46 am el vuelo 11 de American Airlines impactó contra la Torre Norte del World Trade Center.
A las 9:02 am Estados Unidos supo que estaba bajo ataque. El vuelo 175 de United embistió la Torre Sur del World Trade Center. El horror fue transmitido en vivo por diversas cámaras de televisión que enfocaban a las Torres Gemelas a causa de la densa humareda que surgía del primer impacto.

Bombero
Esa mañana, el bombero Juan David Campodónico, quien era nuevo en el Departamento de Bomberos de Fairfax, Virginia, había terminado su ronda servicio. “Yo llegué a casa y no había prendido el televisor cuando recibí la llamada de mis superiores diciendo que regresara a la estación”, contó.
Llegando a la estación, ocurrió el ataque al Pentágono. “Ya no había duda que era un ataque terrorista”, dijo. “Me tocó quedarme asistiendo las llamadas de emergencia y mis compañeros salieron en grupos hacia el Pentágono”, recordó.
Ese día Campodónico trabajó 36 horas seguidas. “Durante los días siguientes aumentaron las llamadas por ataques de ansiedad y situaciones traumáticas”, dijo el peruano, residente en Virginia desde hace tres décadas.
Ambulancias con heridos por su casa
La colombiana Rosalía Fajardo, estaba en una cita médica en Arlington, muy cerca al Pentágono, cuando sintió la explosión. “Se sintió un fuerte ruido, salimos de inmediato, todo era una confusión. Llegué hasta mi casa y miraba como pasaban una y otra ambulancia hacia el hospital a unas millas de donde vivía”, dijo.
Como millones, Fajardo siguió las imágenes del terror por la televisión y recordó el tiempo cuando ella, siendo abogada en su país, había experimentado el terrorismo. “Yo me libré de un atentado y pedí asilo a este país”, contó.
No resistió y se mudo de Nueva York a Miami
Marina López, quien en ese entonces tenía dos meses de embarazo, vivía en Nueva York. Esa mañana estaba trabajando en una fábrica a 25 minutos del centro, cuando le avisaron de la explosión. “Nos mandaron a casa y todo era un caos”, dijo.
El ver las impactantes imágenes de gente tirándose por lo alto del edificio antes de quemarse caló profundamente en ella. “Yo no podía sobreponerme. Lloraba todo el tiempo y me dio una gran depresión”, dijo.
El impacto emocional y físico fue tan fuerte que López estaba considera con un embarazo de alto riesgo. “Yo tenía amenazas de aborto, por lo que los médicos me recomendaron guardar cama por los últimos meses o no hacer ningún tipo de esfuerzo”.
Su esposo Antonio estaba preocupado por los residuos de la explosión en el medio ambiente. “Por eso decidimos mudarnos acá”, afirmó. La familia vive en Arlington. Hoy su hijo Anthony tiene 19 años.

Tras la captura de imágenes
El fotoperiodista peruano Rafael Crisóstomo, se encontraba esa mañana haciendo una cobertura para la publicación de la Arquidiócesis de Washington. “Estaba subido en una escalera tomando las fotos de la cúpula de la Catedral San Mateo, cuando escuché las sirenas y veía las patrullas pasar”, recordó.
A los minutos, su hija, quien trabajaba en la Naval de Estados Unidos, le informó de los ataques. “Ella me advirtió preocupada que me alejara de la Casa Blanca y edificios federales, pero mi instinto periodístico me llevó hacia lo contrario”, comentó. La Catedral está a unas diez cuadras de la Casa Blanca, por lo que sin pensarlo dos veces, se dirigió hasta allá.
Crisóstomo describe el camino hacia la Casa Blanca como un caos.
“La gente estaba desesperada corriendo, algunas se tiraban al suelo, y los autos estaban estancados. No se movían”, recordó.
Al llegar al parque Lafayette frente a la Casa Blanca, la seguridad era extrema. “En realidad no se sabía lo que estaba pasando. Hasta ese entonces ya habían impactado las dos torres gemelas y se pensaba que venía un avión con destino a la Casa Blanca”, dijo.
Con la adrenalina a lo máximo Crisóstomo esperaba lo peor, pero sin temor a la muerte. “Estaba apertrechado , tirado en el suelo, esperando el momento, pero no sabía exactamente para qué”, dijo.
Mientras estaba en el piso, a las 9:37 am sintió el golpe del avión en el Pentágono. “Pero no lo sentí como una explosión fuerte, sino como una honda expansiva”, recordó.
Quería ir al Pentágono, pero el puente estaba bloqueado.
Perdió a su amigo
Entre las 189 víctimas del Pentágono se encontraba el mayor Clifford Patterson.
El activista Luis Cardona, residente en Montgomery, Maryland, había estudiado y jugado con él durante la época de escuela. “Fue impactante saber que él se encontraba entre una de las víctimas”, dijo al recordar a Patterson, a quien llamaban de cariño “Cliff”.
Cardona y Cliff fueron compañeros de secundaria en la escuela católica Saint Johns. “Nosotros pertenecíamos a la Clase 86”.
“Él era una persona con muchos valores. Un buen ser humano que murió sirviendo a su país”, dijo y recordó. “siempre me daba buenos consejos”.
La muerte de Patterson, unió a la promoción 86 de la escuela. Cardona junto a sus demás compañeros impulsaron la creación de una beca por $50 mil en memoria de Patterson, para dar asistencia financiera a los estudiantes de Saint Johns, que participan del programa militar y también realizan deportes.
Los miembros de la Clase 86 también colocaron una placa de bronce en la tumba de Patterson en el Cementerio Nacional de Arlington. La placa tiene el Número 42, que era la camiseta con la que jugaba en el equipo de fútbol.
En total los ataques del 11 de septiembre cobraron la vida de 2 mil 996 personas, incluidas las del cuarto avión secuestrado que cayó en Pensilvania sin llegar a su objetivo, el Capitolio.
El vuelo 93 de United Airlines cayó en una zona descampada después que los pasajeros pelearon contra los terroristas. Murieron 37 personas, incluidos los cuatro secuestradores.
