En otro ciclo electoral, en otra era, Glenn Youngkin sería un candidato Republicano hecho a la medida. Antiguo presidente ejecutivo del Carlyle Group, una firma de capital privado con conexiones políticas, Youngkin obtuvo su MBA de Harvard, jugó baloncesto en la primera división de la NCAA para Rice University, y es fundador y líder laico de una iglesia evangélica en uno de los más afluentes suburbios del norte de Virginia.
Pero ese pedigrí no ayuda particularmente a Youngkin, candidato Republicano en las elecciones para gobernador de Virginia el mes que viene, en un momento en el cual su partido está degenerando de ser históricamente el “partido del sector corporativo” a ser un culto de personalidad sin una ideología discernible, a no ser que sea la teoría conspirativa de turno del propietario de Mar-a-Lago.
Es una realidad que Youngkin ha palpado, y que le ha hecho buscar durante la mayor parte del último año, alguna forma de reconciliar sus cualidades de la era Reagan con los sueños febriles de la era Trump. Hasta ahora, sus contorciones parecen haber funcionado, ya que se mantiene cerca en las encuestas al defectuoso candidato Demócrata Terry McAuliffe.
Durante la elección primaria frente a un grupo de Trumpistas fervorosos, tuvo dificultad para contestar a la pregunta de si Joe Biden había sido elegido presidente de EEUU legítimamente, para luego simplemente ceder el punto una vez electo candidato Republicano. Ha sido opositor acérrimo de la Teoría Crítica de Razas, otro tema alarmista de Trump, a pesar de que pocos, o quizás ningún, colegio de Virginia la incluyen en su currículo. Para colmo, se ha opuesto a las órdenes de usar mascarilla y vacunarse para luchar contra Covid-19.
Conocí por primera vez a Youngkin hace más de 15 años cuando ambos trabajábamos en Londres – yo escribía en el Financial Times sobre la guerra de Irak, y el en Carlyle haciendo lo que los futuros Republicanos Regan estaban supuestos a hacer: ayudar a privatizar el laboratorio de desarrollos avanzados del ministerio de defensa británico.
Se hace difícil reconciliar al Youngkin que conocí en aquel entonces con el Youngkin que coquetea con el Trumpismo en 2021, algo que muchos que lo conocen desde hace décadas también han notado. “No habría tuiteado que lo que ocurrió en Charlottesville (manifestaciones pro-supremacía blanca) está OK”, le dijo al Washington Post recientemente Brad Hobbs, un amigo que le conoce desde su adolescencia. “Habría ido a [manifestaciones a favor de] George Floyd… y eso es lo que realmente sé. No se tanto de lo que piensa o no piensa, pero si se eso”.
Esta es la nueva realidad de los Republicanos Reagan en la era de Trump. Se han convertido en extraños dentro de su propio partido, forzados a rendir lealtad feudal a un demagogo y a desechar el republicanismo favorable al sector empresarial, prodemocrático, y amplio que obtuvo victorias en al menos 40 estados durante tres elecciones consecutivas desde 1980.
Esta tendencia es particularmente problemática para Republicanos como Youngkin que han llegado a la política convencional desde Wall Street. Durante la presidencia de Ronald Reagan, Wall Street se convirtió en uno de los principales promotores – y beneficiarios – de la teoría económica denominada como Reaganomics, y suplió muchos de los soldados rasos de la revolución Reagan. Donald Regan, secretario del Tesoro de Reagan, había sido presidente ejecutivo de Merrill Lynch, y, tan recientemente como el 2012, el candidato presidencial del partido (Mitt Romney) había sido, al igual que Youngkin, antiguo jefe de una empresa de capital privado (Bain Capital).
Ciertamente, Wall Street es distinta hoy de lo que era en los ochenta, y hay algunos en el corazón de Manhattan que son abiertamente pro-Trump; más visiblemente el presidente ejecutivo de Blackstone, Stephen Schwarzman, uno de los mayores contribuyentes y defensores de Trump.
Pero para los ejecutivos de finanzas Republicanos adentrados en política, la transición ha sido frecuentemente incómoda. Kelly Loeffler, una alta ejecutiva en la operadora global de mercados bursátiles Intercontinental Exchange (ICE por sus siglas en inglés), con poco historial de políticas extremistas, fue nombrada senadora por Georgia en 2019 y pasó gran parte de su campaña de reelección escupiendo teorías conspirativas de Trump e intimando con promotores de QAnon – posiciones que dejaron mortificados a sus antiguos colegas de ICE.
Rana, tengo dos preguntas para ti: ¿estás de acuerdo en que el republicanismo estilo Reagan ha llegado a su fin?, y, si estás de acuerdo, ¿te parece tan malo que así sea? Ciertamente, si el Reaganismo es reemplazado permanentemente por la demagogia Trumpista, eso es peligroso para la república. Pero tú has escrito muy elocuentemente sobre el creciente rechazo bipartidista de lo que solía conocerse como el “consenso de Washington” – una visión económica del mundo adoptada por la izquierda de Clinton y la derecha de Reagan, que incluía fuetes dosis de desregulación y privatización derivadas de las Reaganomics. Es una tendencia que has celebrado. ¿Piensas que hay un lado positivo en la extraña muerte del partido de Reagan?
Rana Foroohar responde
Peter, presentas una pregunta crucial: ¿cómo pueden los Republicanos pensantes renovar su marca en la era de Trump? Para contestar a eso, debo modificar algunos de los puntos históricos que mencionas.
Ante todo, el neoliberalismo no se desprendió a gotas de las Reaganomics. Existía mucho antes, Reagan simplemente adoptó algunos de sus principios. Los neoliberales de los 1930 y 1940 intentaban conectar los mercados globales de capital y el mundo corporativo internacional para reprimir el populismo y la autocracia estatal. Desafortunadamente, el resultado final después de setenta años es que los mercados se han separado tanto de las naciones estado que el sistema mismo ahora engendra populismo.
Pero sería erróneo pensar que la gente que diseño instituciones como el FMI, el Banco Mundial y lo que eventualmente deparó en la Organización Mundial del Comercio eran simplemente operadores de mercado “libres” o que favorecían mercados de capital globales sin ninguna supervisión.
Al igual que tanto John Maynard Keynes como Karl Marx, Friedrich Hayek, considerado más que ningún otro como el padre del neoliberalismo, creía que el mercado no revertía necesariamente al equilibrio. Necesitaba ser controlado por un “marco” que conectara el capitalismo con los empresarios alrededor del mundo, permitiéndoles estar por encima de los intereses socialistas de los trabajadores, o el fascismo de los años de 1930. En palabras de un alumno de Hayek, “el punto de partida común de la teoría económica neoliberal es entender que en cualquier economía de mercado que funciona bien, la ‘mano invisible’ de la competencia de mercado debe, por necesidad complementarse con la ‘mano visible’ de la ley”.
¿Por qué menciono estos puntos? Porque mientras que la revolución Reagan-Thatcher es mejor conocida por alimentar de esteroides al movimiento de capital global, Reagan era mucho más nacionalista de lo que la gente piensa. Para muestra podemos ver los esfuerzos de Japón por monopolizar la industria de componentes de computadoras a principios de los 1980. Fue la respuesta de la administración Reagan – incluyendo la imposición de aranceles y cuotas a las exportaciones japonesas y los subsidios al desarrollo de las nuevas generaciones de tecnología en computación – la que mantuvo a EEUU en el juego. Estados Unidos también desvió una gran parte de la manufactura de Japón y hacia Corea del Sur, Taiwán, Singapur y Malasia.
Ultimadamente, esa diversificación de suministros fue algo bueno porque creo mayor competencia y redujo los precios. Me suena menos a “el gobierno es el problema” y más a una política industrial inteligente. Quizás hoy los Republicanos deberían pensar menos sobre el “dejar hacer (laissez-faire)” y más sobre el balance correcto entre el poder privado y el poder público como forma de obtener el voto de quienes piensan que el sistema de mercado los ha dejado relegados.
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