En un mundo ideal, el partido gobernante haría campaña basado en sus logros. En ausencia de éstos, lo siguiente es que a los electores les aterre la alternativa. Esta es la esencia de la campaña Demócrata de Terry McAuliffe para la gobernación de Virginia. McCauliffe, para quien el resultado la semana que viene será visto como un referendo sobre el presidente Joe Biden, esperaba que su campaña se basara en reformas populares logradas por el control Demócrata de Washingon. Puesto que estas todavía no han ocurrido – y se están reduciendo sostenidamente – está intentando que la contienda sea una decisión respecto a Donald Trump. En las últimas semanas, la palabra “Biden” ha desaparecido prácticamente de sus anuncios electorales – el mejor indicativo del oscurecimiento en las perspectivas del presidente de EEUU.
La buena noticia para McAuliffe, y para los Demócratas en general, es que Trump les está ayudando en todo lo que puede. Poco de lo aterrador en el discurso de Trump es una exageración. Todo indica que buscará la presidencia en 2024 y ha convencido a la mayoría de sus colegas Republicanos que le robaron la victoria en noviembre. Esto debe bastar para que aumenten el miedo respecto a la supervivencia de la democracia en EEUU y podría estimular a los Demócratas a que salgan a votar. Glenn Youngkin, el contrincante Republicano de McAuliffe, ha sido lo suficientemente respetuoso ante los alegatos de Trump como para que esto sea plausible.
Pero se está volviendo cada vez más difícil explicar lo que los Demócratas apoyan en vez de a que se oponen. El partido contiene una gama de tendencias desde quienes quisieran un gobierno controlado por grupos de interés especial hasta demócratas sociales – un espectro que podría cubrir algo así como desde los Demócrata Cristianos tradicionales de Italia hasta el ala izquierda del partido Laborista británico bajo Jeremy Corbyn. En base a sus pequeñas mayorías en ambas cámaras del Congreso, cada extremo de los Demócratas tiene poder de vetar el contenido de los proyectos de ley para “reconstruir mejor” de Biden, aun cuando quienes se consideran moderados sean un número menor que los progresistas. Como veterano sobreviviente en Washington, Biden siempre ha estado atraído hacia el centro de gravedad. En la cacofonía de hoy, eso requiere girar constantemente entre las arenas de la negociación. Como presidente, Biden debería dejar claras sus líneas demarcadoras, pero no es evidente que las tenga o que sepa dónde quedan.
En parte debido a esto, Biden está dispuesto a ceder en lo que podrían considerarse sus tres ideas más populares – 12 semanas de asueto parental, la expansión de Medicare para cubrir tratamientos oculares, dentales y auditivos, y los impuestos a los ricos. Los primeros dos, al menos, podrían haber ayudado a impulsar a los suburbios de Virginia a asistir a las urnas. El proyecto de ley de gasto social más amplio también ha sido depurado de sus principales elementos ecológicos, lo cual desmoralizará a los votantes liberales. Joe Manchin, el senador centrista de West Virginia, esta tratando de purgar una penalidad modesta a las emisiones de metano. Si esto es lo que consideran reconstruir mejor, ¿cómo sería un desmantelamiento?
Nada de esto realza el poder de negociación de Biden en la cumbre de Glasgow sobre calentamiento global este fin de semana. Sus colegas Demócratas lo están enviando semidesnudo a la sala de negociaciones. Es cierto que puede recordarle as sus contrapartes cual sería la alternativa. A diferencia de Trump, Biden concuerda con la urgencia ecológica y está intentado dar pasos para resolverla. Pero sus buenas intenciones le servirán hasta cierto punto. Al igual que los electores estadounidenses, los foráneos ultimadamente quieren resultados. Mientras más nos adentremos en la presidencia de Biden, más desierta se verá la despensa.
Pero no hay nada mas aterrador que Trump en este Halloween. Si se hubiera desvanecido, la perspectiva política de Biden sería mucho más sombría de lo que es. Biden quizás no logre aprobar ninguna de sus reformas, o que estén tan diluidas al aprobarse que no tengan mucho efecto. Su presidencia podría estar marcada por un aumento de la inflación que acabe con el incremento salarial que por fin están experimentando los trabajadores estadounidenses. Es posible que hasta no logre conquistar el Covid-19 debido a no que no logre convencer a quienes se rehúsan a vacunarse en los lejanos territorios del Trumpismo. Pero si Trump es candidato en 2024, las apuestas probablemente le sigan favoreciendo.
Ahora bien, imagínense que estuviera frente a alguien de menor toxicidad, como el joven gobernador de Florida Ron DeSantis, o la exembajadora ante la ONU Nikki Haley. Ambas opciones generarían enemistad entre los Demócratas de la base, en gran parte porqué han apoyado cínicamente los lineamientos de Trump. Pero el votante que oscila no habría puesto tanta atención. Lo que verían para ese momento es un presidente de 82 años que prometió bonitas cosas y que éstas en principio no se materializaron.
Sería mucho mejor si Biden pudiera lograr algo cercano a los cambios históricos que prometió. Hasta que lo haga, Trump seguirá siendo el arma más poderosa de su arsenal.
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