La Junta Editorial – Financial Times
COP26 siempre resultaría en algo menor a las expectativas del mundo. La conferencia no ha logrado, al final, virar al mundo hacia un trayecto que lo salve de los peores daños que traerá el cambio climático, aunque eventos anteriores a que comenzara ya habían tornado esa esperanza en algo poco realista. Este COP, sin embargo, ha dejado la puerta abierta, si bien muy levemente, a la posibilidad de frenar el aumento generalizado de la temperatura hasta un máximo de 1,5C – si es que los países hacen caso de la convocatoria a regresar en un año con planes de reducción de carbono más ambiciosos para el resto de esta década clave.
El presidente de la conferencia, Alok Sharma, se vio consternado brevemente al cierre, disculpándose por un proceso que permitió cambios contenciosos de última hora sobre el futuro del carbón. Ante la furia de muchos países, China y la India lograron empujar exitosamente que se reduciría “paulatinamente” la energía generada por carbón irrestricto, en vez de eliminarla totalmente según estipulaba una versión anterior del documento.
Y aun así, el hecho de que el acuerdo final haga mención específica del carbón es un logro para una conferencia climática de la ONU – igual que lo es el compromiso de eliminar paulatinamente los subsidios a los “combustibles fósiles ineficientes”. Otro punto para resaltar es la mención del “profundo pesar” debido al fracaso de los países ricos de cumplir con los compromisos de financiamiento ecológico a las naciones más pobres que se hicieron hace más de una década, y el compromiso de al menos duplicar el fondeo para ayudar a esos países a adaptarse al cambio climático. Estos pasos son bienvenidos, al igual que una serie de acuerdos al margen destinados a reducir emisiones más rápidamente, los cuales fueron animados por algunas de las principales empresas e inversionistas.
Pero los delegados de casi 200 países que se reunieron en Glasgow durante las últimas dos semanas se van de la ciudad escocesa con el mismo problema matemático severo que tenían cuando llegaron.
Todos sus planes y compromisos ecológicos para esta década no alcanzan para cumplir con las metas del acuerdo de Paris en 2015, el cual apunta a mantener el calentamiento global “muy por debajo” de 2C con respecto a la era preindustrial, y preferiblemente lograr un nivel más seguro de 1,5C. En vez, los analistas ambientales estiman que el mundo está en camino a un 2,4C de calentamiento, un panorama sombrío si se considera el calor sofocante, las inundaciones, y los incendios que se han generado con un nivel aproximado de calentamiento hasta la fecha de 1,1C. En el mejor de los casos, puede lograrse un aumento de 1,8C pero sólo bajo el supuesto heroico de que los países cumplirán todas sus promesas para el 2030, y también se comprometerán a recortar las emisiones a un nivel neto de cero en 2050 o tan pronto como sea posible.
Este acuerdo diluido era prácticamente inevitable, considerando cuantos países viajaron a Glasgow con planes débiles o mediocres para recortar sus emisiones. No quiere decir, sin embargo que la COP26 fue inútil.
La reunión fue reforzada por los acuerdos de Paris de varias maneras. Primero, ha reconocido la primacía de la meta de 1,5C, y el consenso científico de que llegar a eso requiere una reducción de las emisiones a casi la mitad para 2030, y que lleguen a neto cero para el 2050.
El texto final solicitó que los países “revisen y fortalezcan” sus metas para el 2030 en la medida necesaria para cumplir con los objetivos de Paris para finales del año próximo. También aprueba finalmente reglas para que el acuerdo de Paris opere de manera más transparente y eficiente, una señal de hasta qué punto continúa aumentando el sentimiento global sobre la necesidad de atacar el cambio climático.
Otro logro ha sido una admisión inesperada por parte de EEUU y China de que la imperante respuesta al problema ambiental está por encima de muchos de los desacuerdos entre los dos superpoderes. Estos dos países ahora deben convertir esas palabras en hechos a través de un cronograma de planes para acelerar una política ecológica activa. Si las emisiones en China, la cual es responsable de un 27 por ciento de la contaminación global por gases de invernadero, no llega a un máximo antes de 2030, eso pondrá en tela de juicio el potencial de lograr la meta de 1,5C.
También es un paso alentador que las naciones occidentales en el COP26 anunciaran un acuerdo de $8,5 millardos para ayudar a Suráfrica a clausurar sus plantas de carbono expeditamente y convertirse en una economía limpia en un período de cinco años. Es admirable esta evidencia concreta de cómo lograr una “transición justa” para librarse de la dependencia de combustibles fósiles, y debe ser replicada en otras principales economías emergentes que necesitan descarbonizarse más rápidamente.
Finalmente, otros acuerdos para reducir el metano, detener la deforestación, y eliminar paulatinamente las ventas de nuevos automóviles alimentados con gasolina y diésel han sentado las bases para que los futuros COP promuevan acciones más directas. Esto también son buenas noticias. Pero no es suficiente ni de cerca. Dentro de un año, Egipto será anfitrión del COP27. Los gobiernos deben asegurarse de que salga mejor que el COP26.
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