El presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, durante una alocución virtual. FOTO: EFE/EPA/UKRAINIAN PRESIDENTIAL PRESS SERVICE HANDOUT -- MANDATORY CREDIT: UKRAINIAN PRESIDENTIAL PRESS SERVICE -- HANDOUT EDITORIAL USE ONLY/NO SALE.
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Un encuentro con el presidente de Ucrania reveló el estilo poco convencional que ha definido la identidad de su nación.

El rostro demacrado del presidente ucraniano Volodymyr Zelensky ha estado en todas las noticias en los últimos días. La valentía que ha demostrado desde que Rusia invadió su país ha sido notable y, dada su vida anterior como comediante, sorprende a muchos. Sin embargo, cuando veo su foto, salta otra imagen a mi mente.

Hace tres años, asistí a una conferencia sobre economía política en Kiev, donde Zelensky tenía previsto pronunciar un discurso después de la cena. Me presenté esperando una alocución sobria sobre política, similar a la pronunciada por su predecesor Petro Poroshenko el año anterior.

En su lugar, Zelensky, que llegó al poder con una candidatura populista y anti establishment, se embarcó en un doble acto surrealista en el que interpretó el papel que había tenido antes de ser presidente: el del presidente ficticio de la famosísima serie de televisión ucraniana. Para hacer las cosas aún más extrañas, su entrevistador fue “interpretado” por el actor que había sustituido a Zelensky en el programa.

A continuación, mientras observaban asombrados los asistentes a la cena, entre los que se encontraban economistas, diplomáticos y empresarios, ambos intérpretes intercambiaron sus papeles – Zelensky, el presidente real, entrevistó a su homólogo ficticio, soltando bromas como: “Si el Reino Unido no quiere estar en la UE, ¿podemos ocupar su lugar?” Algunos espectadores estaban desconcertados. Pero fue maravillosamente divertido. Y cuando charlé con Zelensky más tarde, rebosaba de pícara satisfacción por haber cambiado la imagen tradicional de un líder político.

“Zelensky nos hizo reír sobre geopolítica [esa noche]”, recuerda Ursula Woolley, una amiga y experta en Ucrania que también estaba en la cena. “Pero en el fondo, hablaba en serio entonces, y lo hace también ahora”. La razón, explica, es que “en Moscú, los consultores políticos utilizaron las ideas posmodernas para confundir a la gente, restar poder al público y ayudar a controlar la política. En Ucrania, lo posmoderno tiene más que ver con el humor surrealista, la resistencia creativa a la autocracia rusa invasora y con superar la política identitaria del siglo XX”.

Hoy, con el país bajo ataque y Zelensky en grave peligro personal, esto parece encapsular un punto más amplio sobre por qué el mundo en general necesita apoyar a Ucrania en su lucha actual.

Lo que los dirigentes del país han luchado por crear en los últimos años es una visión de una nación en ciernes que trastoca muchas normas tradicionales soviéticas y el “nacionalismo”. No ha sido fácil, como comprendí por primera vez en la década de 1980, cuando estudié ruso en Moscú antes de inscribirme en un programa de doctorado de intercambio para estudiar las culturas soviéticas.

En aquel entonces, mi profesor de idiomas declaró que las raíces de la palabra “Ucrania” procedían de dos palabras rusas: u (“por” o “en”) y krai (borde/esquina/límite). Literalmente “en el borde”. Reflejando un legado de imperialismo, presentó así a Ucrania como “las tierras fronterizas” del mundo ruso, una idea que Putin ha llevado a extremos horrorosos.

Más tarde me di cuenta de lo ofensiva que era esa etiqueta de “frontera”. La gente que vive en Ucrania lo considera un país por derecho propio. De hecho, el gobierno ucraniano moderno desaconseja activamente el uso del artículo “la” antes de su nombre. Y, en la medida en que Ucrania se encuentre hoy “en el borde” de cualquier cosa, desean cada vez más que sea Europa. O como observó esta semana Andrii Khlyvniuk, la estrella ucraniana del rap: “Ellos [Occidente] nos necesitan como escudo para proteger los valores que Occidente y Ucrania defienden”, como “la igualdad de derechos para todos, el Estado de Derecho… [y] los derechos humanos antes que nada”.

Esto crea un sentido de nación diferente al de muchas otras antiguas repúblicas soviéticas. La visión de Putin del nacionalismo ruso es autoritaria, excluyente y étnicamente definida. En ocasiones, Ucrania también podría haber girado en esa dirección; como en otros lugares de Europa, su historia ha estado marcada por episodios de racismo violento y antisemitismo. Pero la elevación de Zelensky refleja nuevas corrientes. Es judío y rusoparlante nativo; y su ucraniano, en principio imperfecto, fue objeto de burlas por parte de Poroshenko durante la campaña.

Cuando el gobierno ucraniano intentó restringir las películas en ruso hace unos años, Zelensky se opuso a la medida, según me enteré. Más recientemente, su gobierno ha tratado de evitar la demonización de sus oponentes. Esta semana, el embajador ucraniano ante la ONU expresó su empatía por los soldados rusos que mueren en Ucrania. La semana pasada, Zelensky publicó un apasionado discurso en YouTube en el que sostenía que era un error decir que los ucranianos “odian la cultura rusa”. “¿Cómo se puede odiar una cultura? ¿Cualquier cultura?”, preguntó. “Los vecinos siempre enriquecen mutuamente sus culturas”. Eso es tan posmoderno como el sketch de la cena.

Un cínico podría argumentar que estos ideales inclusivos aún pueden desmoronarse en medio de la brutalidad de una invasión rusa. Espero fervientemente que no suceda. Una nación que existe “en el borde” es un buen faro para los valores liberales en una era globalizada, al igual que un líder impregnado de comedia que sabe que el humor puede suavizar el odio. Ambos merecen nuestra ayuda.

Gillian Tett

Derechos de Autor – The Financial Times Limited 2021.

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