El ejército de Putin sin querer está resaltando los paralelismos al bombardear un monumento al Holocausto y repetir la destrucción de Kharkiv.
Hay un tema que los ucranianos, los rusos de a pie, Vladimir Putin y los occidentales todos tenemos en mente durante el actual conflicto: la segunda guerra mundial. Una invasión terrestre a la antigua está aterrorizando las mismas ciudades que la invasión alemana de 1941, la mayor operación militar de la historia.
Las escenas de familias refugiándose de las bombas en las estaciones de metro o intentando colarse en trenes espantosamente abarrotados, instantáneamente resultan conocidas. Incluso los tanques y los conscriptos rusos confundidos y mal alimentados no han cambiado mucho. La historia se repite, la primera vez como tragedia y la segunda vez como tragedia.
Si algunas sociedades occidentales siguen obsesionadas con la segunda guerra mundial, el efecto es mucho mayor en la ex URSS: se calcula que murieron 24 millones de ciudadanos soviéticos, en comparación con menos de un millón (lo que sigue siendo un saldo inimaginable) de estadounidenses y británicos juntos. Entonces, ¿cómo influye nuestra memoria colectiva de aquella guerra cuando buscamos comprender ésta —y en cuanto a la forma que toma la guerra actual misma?
Putin, nacido en 1952, es uno de los últimos políticos cuya visión del mundo proviene de la segunda guerra mundial. Ha contado diferentes versiones de una historia sobre cómo su padre supuestamente encontró a su madre apenas viva en una pila de cadáveres durante el asedio de Leningrado. Su hermano mayor, Viktor, murió en el bloqueo.
A medida que Putin se obsesiona más con la historia, intensifica el patriotismo de la historia oficial de la participación de Rusia en la guerra. En su relato, el cual es peligroso cuestionar, la URSS no colaboró realmente con Alemania desde 1939 a 1941, sino que venció a Hitler en solitario y nunca recibió el agradecimiento de Occidente.
Se trata de una profundización de la ideología de facto del Kremlin de las últimas décadas: el llamado world war twoism. El asesor de Putin, Vladimir Medinsky, quien ahora es el principal negociador de Rusia en las "conversaciones de paz" con Ucrania, ha propagado mitos jingoístas sobre la Gran Guerra Patriótica. No es de extrañar que la justificación de Putin para esta guerra sea la "desnazificación". La implicancia: es una lucha a muerte.
Hay algo de verdad en sus acusaciones de colaboración ucraniana con los nazis. La brutalidad de Stalin antes de la guerra mató a millones de ucranianos, por lo cual cuando llegaron los alemanes, algunos los recibieron como liberadores. El Ejército Insurgente Ucraniano (UPA por sus siglas en inglés) y la Organización de Nacionalistas Ucranianos lucharon a veces en el bando nazi y masacraron a polacos y judíos. El Ejército Rojo en Ucrania era considerado tanto "nuestro" ejército como el ejército "de ellos", liberador y ocupante ruso.
Hay una versión contemporánea del nacionalismo étnico ucraniano que es anti-Rusia, antisemita, anti-Polonia y apegado al nazismo. Algunos políticos, incluido el anterior presidente Petro Poroshenko, han encubierto a los combatientes del UPA hasta volverlos héroes nacionalistas. Los neonazis se unieron al movimiento de protesta ucraniano Euromaidan de 2014 y el batallón neonazi Azov ha combatido a Rusia desde el Donbás. Sin embargo, la ultraderecha ucraniana es marginal, ya que obtuvo el 2 por ciento de los votos en 2019.
Putin nunca estuvo muy interesado en su narrativa de desnazificación y puede que ni él mismo se la crea, argumenta Dimitar Bechev, politólogo de Oxford. El presidente ruso esperaba una guerra rápida que apenas requiriera narrativas. No obstante, su historia de "desnazificación" chocó con el presidente judío de Ucrania, Volodymyr Zelensky, quien perdió tres tíos abuelos ejecutados por los ocupantes alemanes.
"¿Cómo puedo ser un nazi?" preguntó Zelensky a los rusos en un vídeo grabado en su ruso natal, sin mencionar su condición de judío pero refiriéndose a su abuelo, que luchó en el Ejército Rojo. Un comediante judío se ha convertido en "el héroe de la historia de Ucrania", afirma la antropóloga Marina Sapritsky-Nahum.
Zelensky también está cambiando lo que significa ser "ucraniano". En los que podrían ser sus últimos días de vida, está creando un nacionalismo ucraniano inclusivo, que proyecta a los ucranianos étnicos y a los rusos, a los judíos, a los musulmanes y a todos los demás como ucranianos unidos. El escritor ucraniano Vladislav Davidzon la llama "la nacionalidad políglota de una nación completamente traumatizada que solo quiere existir". También es un nuevo modelo de nacionalismo del cual podrían aprender los países de Europa occidental.
La historia de Putin sobre la liberación de otro territorio "ruso" de los "nazis" sin duda convence a muchos rusos, pero en las redes sociales en lengua rusa, los ucranianos han evocado un recuerdo ruso contrastado: la invasión de Hitler. "Esto nos recuerda a 1941", dijo Zelensky luego del bombardeo de Kiev. Su asesor Oleksiy Arestovich comparó Kharkiv con Stalingrado.
El ejército de Putin está resaltando involuntariamente los paralelismos, al bombardear el monumento al Holocausto de Babyn Yar y repetir la destrucción de Kharkiv que llevó a cabo la Wehrmacht. Una rusa sumamente acreditada para canalizar la memoria nacional de la guerra, Elena Osipova, de 77 años, superviviente del asedio de Leningrado, protestó contra la invasión de Putin, fue detenida y, después de su liberación, volvió a protestar.
El país observador más obsesionado con la segunda guerra mundial puede ser Alemania. La suavidad alemana hacia la Rusia de Putin se debe, en parte, a que no quieren volver nunca a ser los malos. Ahora bien, en el momento en el cual Putin pareció convertirse en el malo de 1941, Alemania embargó el gas ruso, elevó el gasto en defensa y entregó armas a Ucrania.
Por ahora, estamos reviviendo 1941. Surgirán otros paralelismos históricos, entre ellos posiblemente el de 1917, cuando los rusos hambrientos y fatigados por la guerra derribaron al zar.
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