En algún momento Occidente tendrá que dialogar con el enemigo que tiene y no con el que le gustaría tener
Poco después del armisticio de 1918 que puso fin a la primera guerra mundial, David Lloyd George, primer ministro de Gran Bretaña, fue reelegido a bombo y platillo con el lema “Cuelguen al Kaiser”. El káiser Guillermo de Alemania se exilió sin graves consecuencias. Pero el espíritu de venganza que siguió a la “guerra para acabar con todas las guerras” se mantuvo firme. El posterior Tratado de Versalles de los aliados sembró una paz que envenenaría toda paz.
Puede parecer anticipado especular sobre un acuerdo entre Ucrania y la Rusia de Vladimir Putin, aunque se han mantenido conversaciones y se han intercambiado borradores de propuestas de paz. Putin tiene un historial de decir una cosa y hacer la contraria, lo que podría resultar letalmente engañoso en Ucrania. Pocos creen que Putin vaya a abandonar su ambición de absorber a Ucrania. Por lo tanto, cualquier acuerdo, por no hablar de un alto al fuego, debe ser tratado como una pausa táctica.
Sin embargo, en algún momento, Occidente tendrá que hablar con el enemigo que tiene y no con el que le gustaría tener. Eso significará llegar a algún tipo de acuerdo con Putin. La alternativa – apuntar a la rendición incondicional de Rusia y la destitución de Putin – es una apuesta que los líderes occidentales no pueden permitirse. Dada la barbarie de Putin, eso puede ser muy difícil de digerir para los pueblos occidentales, por no hablar del maltratado pueblo de Ucrania.
Pero las lecciones de Versalles están ahí. En Washington y otras capitales occidentales lógicamente quieren un castigo. Además de la matanza sin sentido de civiles, la artillería rusa está arrasando enormes extensiones de Ucrania. El costo puede ser ya de cientos de miles de millones de dólares. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, se verá tentado a embargar los activos en dólares del banco central ruso en reparación de los daños provocados a Ucrania. A Biden también le resultaría políticamente muy difícil levantar las sanciones mientras Putin siga en el poder. En 1919, las potencias aliadas impusieron colosales reparaciones a una Alemania derrotada, a pesar de que sus líderes de guerra habían sido exiliados. Para los aliados de hoy sería más difícil resistirse a imponer una paz cartaginesa a una Rusia aún gobernada por Putin.
Por lo tanto, el reto de Biden será todavía más difícil que el que tuvo que enfrentar su predecesor, Woodrow Wilson. A diferencia de la Alemania de 1919, Rusia tiene armas nucleares y no puede ser obligada a rendirse. La mejor definición de la derrota rusa sería su retirada de las áreas de Ucrania que ha ocupado. Incluso eso sería mucho pedir. Es difícil que Ucrania por sí sola pueda expulsar a Rusia. Pero es impensable la participación directa de Occidente. Eso significa que Ucrania podría verse obligada a sufrir meses o incluso años en un sangriento callejón sin salida.
La lección de todas las guerras, especialmente de la que se llamaba la gran guerra, es que adquieren una lógica propia. A medida que avanzan, es cada vez más difícil ver al enemigo como un ser humano. Hace dos décadas, George W. Bush sorprendió a muchos al afirmar que había escudriñado el alma de Putin y lo había encontrado digno de confianza. Fue algo muy surrealista. Hoy en día, algunas de las mentes más inteligentes de Occidente afirman que pueden ver el alma de Rusia y consideran que toda la nación es incorregible. Personas normalmente empáticas celebran en las redes sociales la muerte de reclutas rusos adolescentes. Hacer lo contrario sería arriesgarse dudar de la compasión hacia las víctimas de Rusia.
En 1919, la Alemania aplastada no tenía amigos. En cambio, Putin puede contar con la asociación “sin límites” de Rusia con la China de Xi Jinping, el segundo país más poderoso del mundo. Es difícil que en la historia se encuentre una red de seguridad mejor que esa para una nación potencialmente humillada como Rusia. Esto pone en perspectiva el dilema de Occidente. No sólo seguirá siendo Rusia un estado nuclear después de esta guerra, sino que también puede contar con la ayuda de una creciente gran potencia mundial.
Incluso si Occidente fijara a Rusia condiciones similares a las de Versalles, su capacidad para hacer cumplir dicha obligación sería limitada. ¿Qué opciones tiene entonces Biden? El presidente de Estados Unidos dice que el ucraniano Volodymyr Zelensky debe ser el juez del tipo de acuerdo que tolere Ucrania. Esa es la postura correcta. Ucrania es la víctima y debe ser el principal juez. En algún momento, sin embargo, Biden tendrá que vender ante la opinión pública un resultado que emocionalmente dejará a muchos estadounidenses poco satisfechos.
Esta semana, Biden se negó a desconocer su esperanza no escrita de que Putin se aparte del poder. La mayoría de los occidentales, y sin duda casi todos los ucranianos, comparten ese deseo. Pero en este asunto, los deseos de Biden no son órdenes. La brecha entre lo que Estados Unidos espera y lo que probablemente ocurra es desgraciadamente amplia.
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