Putin en su despacho.
El presidente de Rusia, Vladimir Putin, en su despacho del Kremlin. FOTO: EFE/EPA/MIKHAIL KLIMENTYEV/KREMLIN POOL / SPUTNIK MANDATORY CREDIT.
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Mientras Occidente se prepara para la batalla de la democracia ante la autocracia, se avecinan incertidumbres.

Los eventos no son siempre el momento clave del cambio, sino el momento en el que la historia indica que ya no es posible ignorarla.  El 24 de febrero es la fecha en la cual Rusia invadió Ucrania.  También marcará el momento en que el mundo se dividió innegablemente en bloques.  Cualquiera que sea el resultado de la guerra de Vladimir Putin, la geopolítica está ahora dividida entre Occidente y una Eurasia chino-rusa.  La mayor parte del resto del mundo, incluida la India, que es el Estado pendular más grande, se sitúa en el medio.

En un mundo más tranquilo, los bloques enfrentados se acomodarían a una coexistencia al estilo guerra fría.  Esa estabilidad podría tardar en llegar.  El corto plazo seguirá cargado de incertidumbre.  Las preguntas que se plantean ahora son importantes para un gran cambio. ¿Volveremos a la era nuclear? ¿Está la globalización en retroceso? ¿La cooperación en materia de cambio climático ya no forma parte de las opciones? ¿Puede la democracia superar a la autocracia? Hasta hace poco, la mayoría de los occidentales creían saber las respuestas.

Está bien que Putin, quien ha convertido el odio hacia Occidente en su motor, haya puesto fin a eso. También es irónico. Los estrategas occidentales han tendido a considerar a Rusia como una potencia en declive.  Sin embargo, el debilitamiento de la posición de Rusia ha hecho que acelere el paso más que China, la cual hasta hace poco se contentaba con esperar su momento. La pregunta más obvia es cuál de los dos marcará el ritmo.

La respuesta a partir de ahora puede ser ninguno de los dos.  Para sorpresa de muchos, Joe Biden se ha convertido en las últimas semanas en un defensor de la libertad mundial al estilo de Ronald Reagan.  El discurso de Biden en Varsovia se caracterizó por su espontánea insinuación de que Putin debería irse.  Pero sus comentarios formales fueron igualmente significativos.  Estamos en una batalla global entre la autocracia y la democracia, dijo Biden. “Debemos prepararnos para una larga lucha en el futuro”.

El objetivo no declarado de Estados Unidos es el cambio de régimen ruso.  De las tres grandes potencias militares del mundo, China parece hasta ahora la más apegada al estatus quo.  Nada de lo que ha dicho o hecho Xi Jinping desde la invasión de Moscú se corresponde con el reto intraficable que ha lanzado Biden.  Putin redujo su objetivo bélico al control de una porción del territorio de Ucrania y a la neutralidad ucraniana, —dos objetivos que parecen alcanzables.

El inesperado comodín, por tanto, es el Estados Unidos de Biden. En algún momento, Volodymyr Zelensky, líder de Ucrania, pondrá a prueba la profundidad de la retórica del presidente estadounidense.  Antes de los informes de la semana pasada sobre los crímenes de guerra rusos en Bucha y otros lugares, Zelensky dijo que estaba abierto a un acuerdo y que quería reunirse con Putin cara a cara.

Occidente insiste en que solo Zelensky puede decidir lo que es aceptable.  Eso es sólo la mitad del cuento.  El resto es que es poco probable que Estados Unidos levante todas sus sanciones, o incluso la mayoría de ellas, mientras Putin esté en el poder.  Si lo hiciera, significaría un retroceso.  En palabras de Biden, las sanciones son “un nuevo tipo de arte económico de gobernar que tiene el poder de infligir daños que rivalizan con el poder militar”.

La conclusión es que también estarán al servicio de la lucha más general de Estados Unidos por la democracia.  Rusia, que era la undécima economía del mundo antes del 24 de febrero, pronto ni siquiera figurará entre las veinte primeras, advirtió Biden.  “La oscuridad que impulsa la autocracia no es, en última instancia, rival para la llama de la libertad”, dijo.

Esta es la nueva bipolaridad global en su máxima expresión.  A Putin le corresponde la infame distinción de ser el padre; a Biden el papel principal de establecer las condiciones. Tres áreas son las más evidentes.  La primera es económica.  Antes de la invasión de Ucrania, se especulaba con la posibilidad de que alguna moneda, incluido el renminbi chino, pudiera sustituir al dólar.

La mayoría de los economistas creen que la pérdida de la primacía del dólar sigue siendo muy improbable en un futuro próximo.  Depende mucho de lo que piense hacer Washington.  Estados Unidos ha demostrado su notable poder para imponer un bloqueo a una gran economía y afectar a su élite global.  Otras élites nacionales, que también cuentan entre sus filas con cleptócratas chapados de occidentales, buscan ahora planes alternativos.

Los gobiernos de los mercados emergentes estarán pendientes de cómo sopesa Occidente las reparaciones por los daños de la guerra de Ucrania.  Biden podría confiscar parte o la totalidad de las reservas de divisas de Rusia para reconstruir el país.  Sentó un precedente a principios de este año cuando Estados Unidos secuestró la mitad de las modestas reservas de Afganistán.  Los activos congelados de Rusia superan los $300.000 millones.  Si Estados Unidos hiciera lo mismo con Moscú, podría provocar un retroceso del dólar en cuanto a su primacía.

Una segunda preocupación es la carrera armamentística mundial.  Antes de la invasión de Putin, China y Rusia ya estaban modernizando sus sistemas nucleares, especialmente los misiles hipersónicos.  Ahora, Estados Unidos también aumentará su gasto militar.  Esta cifra podría llegar al 5 por ciento del producto interno bruto — un aumento de aproximadamente veinticinco por ciento.  La mayoría de los países europeos ya no necesitan que Washington los presione para cumplir sus compromisos de gasto militar del 2 por ciento fijado por la OTAN.  Otros países concluirán que fue una tontería que Ucrania renunciara a sus armas nucleares en 1994.  Es probable que la proliferación se convierta en un dolor de cabeza recurrente en los próximos años.

Una tercera medida es la ideológica.  La respuesta más sorprendente a la agresión de Putin ha sido la intensidad de la reacción pública de Occidente.  Es una incógnita si eso se mantendrá en el tiempo.  El reciente ascenso en las encuestas de la ultraderechista Marine Le Pen antes de las elecciones presidenciales de Francia es una señal de la fragilidad de la democracia.  Otra es la planeada revancha de Donald Trump con Biden en 2024.  Trump y Le Pen presentarían un Occidente muy diferente al que Biden y Emmanuel Macron defienden.  No cabe duda de que se avecina una nueva era.  Pero la determinación de Occidente no es todavía un hecho.

Edward Luce

Derechos de Autor – The Financial Times Limited 2021.

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