Una cruzada fácil de ganar empieza a sonar excéntrica y obsesiva.
Los votantes sólo escuchan el acorde y no las notas por separado. Las políticas que en los sondeos van bien por sí solas pueden parecer precipitadas o incluso extremas cuando se combinan en gran número. Los estadounidenses quieren mejores carreteras, una atención médica más barata y más dinero para la mitigación del cambio climático. Incluso les gusta la idea de financiar estos proyectos con mayores impuestos a los ricos. El presidente Joe Biden, que propuso todo lo anterior más o menos al mismo tiempo, tiene índices de aprobación muy bajos.
Al mismo tiempo que los Demócratas se preparan para la derrota en las elecciones intermedias de noviembre, su única esperanza es que los Republicanos cometan un exceso similar.
Mientras el GOP se oponga a las oscuras teorías de la identidad y a desfinanciar a la policía, ganará lo que se presenta como la “guerra cultural”. (Esa frase ha tenido un tono parroquial desde que los ucranianos empezaron a pagar un precio muy alto por su derecho a mirar al oeste y no al este) Pero la fiesta no termina ahí. Florida ha restringido la enseñanza en materia de sexualidad y género en las escuelas. Texas ha intensificado las inspecciones de los camiones procedentes de México, lo que tiene un resultado caótico. El buen escritor y no tan buen candidato al Senado JD Vance se burló de la “izquierda sin hijos”. Brian Kemp, que una vez sacó un anuncio en el que lanzaba un explosivo, amartillaba una pistola y se comprometía a “acorralar a los ilegales criminales” (“Sí, acabo de decir eso”), es el menos escabroso de los dos aspirantes Republicanos a gobernador de Georgia.
Mientras tanto, Disney y Apple se unieron a la Liga Nacional de Fútbol entre las marcas a las que los Republicanos regañan por ser demasiado liberales. Laura Ingraham, que para nada es la presentadora más extremista de Fox News, ha puesto sobre aviso a ambas empresas de que todo, desde su propiedad intelectual hasta su existencia como entidades únicas, está “sobre la mesa”. En algún lugar, Reagan llora.
Por sí solos, cada uno de estos gestos podría resonar en una pluralidad de estadounidenses. Tal vez dos o tres combinados podrían. El problema es que se acumulen. Es como la persona rara de la que uno intenta alejarse en una fiesta. Lo que dice no siempre es extremo. Puede que al principio uno se encuentre asintiendo a sus comentarios. Lo que repele es la monomanía: la incapacidad de apartarse de un tema favorito. Un conservadurismo ganador es el que desvía la mirada demostrando impaciencia ante la izquierda cultural y pide al votante promedio que “se fije en eso”. Una vez que cruza la línea hacia su propio tipo de fanatismo, no debería dar por sentado que la gente lo acompañará.
Todo esto nos lleva a la más perfecta oportunidad para la arrogancia conservadora. Alrededor de dos terceras partes de los estadounidenses se oponen a la anulación del caso Roe vs Wade, que estableció el derecho constitucional al aborto en 1973. Eso no significa que las dos terceras partes lo amen, ni que lo consideren una pieza de jurisprudencia rigurosa, ni que se opongan a cualquier recorte de esta. Pero sí significa que incluso una Corte Suprema con una super mayoría conservadora debe abordar el tema con la mayor delicadeza. Nada amenaza tanto al GOP como una incursión judicial demasiado atrevida a Roe, quizás este verano.
EEUU es un país cuya asistencia a la iglesia está en declive y donde el mes pasado el 5 por ciento de los votantes nombró la inmigración como el problema más importante. En 2020 tuvo una tasa de natalidad inferior a la de Suecia y Francia. Aprovechando la maravillosa luz del Valle de San Fernando, suministra al mundo gran parte de su pornografía. Al enfrentar los excesos de la izquierda -y hay pocos blancos más claros en política- los Republicanos deben dirigirse al país tal y como es. No puede permitirse el lujo de dejarse guiar por el tipo de activistas que se la pasan diciendo “judeocristiano”. Demasiados de ellos confunden el malestar de la gente con la última década de dogma universitario con el deseo de deshacer el acuerdo liberal del último medio siglo.
El partido dio mucha importancia a la elección de Glenn Youngkin como gobernador de Virginia el año pasado. Pero el enfado del que se benefició iba dirigido tanto al cierre de escuelas como a un plan de estudios politizado. No ser woke es, sin duda, una victoria electoral. Ser anti woke es más arriesgado. Dedicarse a este tema en medio del deterioro de la economía, la crisis exterior y el resurgimiento de la pandemia podría parecer a los votantes una franca excentricidad. Los Republicanos aún no llegan a ese punto, pero la tendencia es desalentadora.
También es comprensible. Para los Republicanos, es más fácil pelear en el ámbito de la cultura que enfrentarse a su problema central: una agenda económica que no es populista y ni siquiera tan popular. El domingo, la ultraderechista Marine Le Pen disputará con Emmanuel Macron la presidencia de Francia con una plataforma estatista. En cambio, el principal logro legislativo de Donald Trump fue una reducción de impuestos que un Republicano genérico podría haber aprobado en 1986 o 2006. Para que el populismo estadounidense sea mucho circo y nada de pan, los artistas tendrán que recurrir a hazañas cada vez más disparatadas e impactantes. No cuenten con la tolerancia indefinida de la población.
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