La historia demuestra que el recorte del gasto discrecional de los consumidores supone un grave riesgo para los mercados.
La inflación en EEUU se encuentra en su nivel más alto de los últimos 40 años, al tiempo que los ingresos de los hogares, ajustados por el aumento de los precios, están cayendo al ritmo más rápido desde que el gobierno comenzó a recopilar datos en 1959.
Esto se debe, en gran medida, a que el costo de los alimentos, del combustible y de la vivienda ha subido mucho. El precio de las materias primas no parece que vaya a bajar mucho a corto plazo debido a la guerra en Ucrania; y al mismo tiempo un mercado de la vivienda muy ajustado en EEUU podría mantener los precios más altos de lo normal durante los próximos años, incluso aunque las tasas de interés suban.
¿Pero qué pasa con los artículos no esenciales? Ahí se puede ver el comienzo de una corrección que puede tener un impacto sorprendente tanto para las empresas como para los mercados. Un reciente informe de Currency Research Associates, una empresa de estrategia financiera con sede en EEUU, identificó fuertes pruebas anecdóticas de que está surgiendo una "huelga de compras global", ya que los consumidores de todo el mundo empiezan a recortar sus gastos en todo lo que realmente no necesitan.
La evidencia de eso es más sólida en los países en desarrollo, donde el aumento del precio de los productos básicos (que son aún más caros cuando se cotizan en monedas depreciadas) ha provocado apagones, inseguridad alimentaria y lo que equivale a una "desaparición" de cientos de millones de personas de la economía de consumo mundial.
Ahora, los países ricos pueden sufrir lo mismo. Los residentes de Nueva York y Nueva Jersey, por ejemplo, deben más de $2,4 millardos a las empresas de servicios públicos (a nivel nacional, la cifra asciende a $22 millardos) y algunas ciudades están advirtiendo que habrá cortes de electricidad si no se pagan las facturas.
Las empresas empiezan a ajustar sus propias expectativas de gasto. Hace tiempo que en EEUU se venden más vehículos usados que nuevos. A finales de marzo, Apple anunció sus planes de reducir 20% la producción de su iPhone SE porque debido a la guerra en Ucrania y al aumento de la inflación los consumidores en todo el mundo estaban disminuyendo sus gastos. También recortó los pedidos de auriculares AirPods. La semana pasada, Netflix anunció que en el primer trimestre perdió más clientes de streaming de los que suscribió, el primer retroceso de la compañía en una década. La caída del 35 por ciento del valor de las acciones del servicio de streaming que se produjo después del anuncio hizo que todo el S&P bajara.
La preocupación ahora es que todo el gasto que la gente pueda recortar -desde comer fuera hasta las vacaciones de verano, pasando por indumentaria nueva, electrodomésticos, automóviles o dispositivos electrónicos- se vea afectado si los costos de los alimentos, el combustible y (en lugares como EEUU) la vivienda siguen siendo elevados. Aunque eso ya ha ocurrido para el 60 por ciento de los estadounidenses que viven del sueldo mensual, hay indicios de que los más ricos también se están volviendo cautelosos con los gastos excesivos. Una encuesta reciente reveló que más de la mitad de los que ganan $100.000 o más salen a cenar menos y aproximadamente un tercio conduce menos, viaja menos y recortó suscripciones mensuales.
¿Cuál podría ser el efecto dominó si el menor gasto de los consumidores, el aumento de los costos de las materias primas y la caída de los precios de las acciones colisionan con el aumento de las tasas de interés y el hecho de que las empresas estén más endeudadas que nunca? Ulf Lindahl, director ejecutivo de Currency Research Associates, afirma que los inversionistas harían bien en fijarse en lo que ocurrió en otro periodo de disminución de los ingresos y del crecimiento de la producción, entre septiembre de 1937 y junio de 1938.
En aquel entonces, luego de alcanzar un par de niveles máximos, los precios de las acciones se desplomaron un 40 por ciento en tres meses. Es un periodo que el economista Kenneth D. Roose examinó en detalle en su libro de 1954, The Economics of Recession and Revival. Aunque las causas exactas del desplome son difíciles de dilucidar, los precios mayoristas se dispararon en un momento en el que la gente todavía tenía muy presente la Depresión y estaba cada vez más nerviosa por la geopolítica.
Todo ello colisionó con una reducción de las ayudas federales que se habían repartido como parte del New Deal, justo cuando los bancos centrales habían empezado a subir las tasas. El costo del capital para las empresas aumentó, incluso cuando el gasto disminuyó, y los precios de las acciones se desplomaron.
Evidentemente, existen inquietantes similitudes con el panorama económico y geopolítico mundial actual. También tenemos consumidores cautelosos, salarios más altos en muchos lugares, una inflación disparada en las materias primas a nivel mundial, una guerra en Ucrania y los banqueros centrales tratando de adelantarse a todo. Los rendimientos reales de los bonos del Tesoro de EEUU a 10 años están a punto de volverse positivos por primera vez desde la pandemia, lo cual da a los consumidores una razón más para ahorrar más y gastar menos. También encarecerá la deuda de las empresas y las hará más vulnerables.
¿Todo esto significa que nos dirigimos a una corrección del mercado del 40 por ciento? Yo apuesto a que no, aunque solo sea porque una China que sigue aplicando una política de "Covid cero" y una Europa en crisis significan que la renta variable estadounidense se beneficiará, al menos por el momento, por ser la camisa sucia más limpia del armario. En nuestra era de desglobalización, nos guste o no es más seguro invertir en una región que tiene su propia demanda de alimentos, combustible y consumo.
Dicho esto, parece que nos acercamos a un punto de inflexión importante en los mercados. Las cadenas de suministro se desplazan, los conflictos aumentan y los sistemas cambiarios se modifican. Todo esto ocurre en un momento en que la política monetaria está a punto de cruzar el Rubicón con subidas de tasas y endurecimiento cuantitativo. La historia rima. Esperemos que no se repita.
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