El gobernador del Banco de Inglaterra ha demostrado cómo no gestionar las expectativas.
No hay muchos banqueros centrales que sean recordados como verdaderamente grandiosos. Rara vez se ven estatuas que rindan homenaje a una buena política monetaria. Si el mundo consigue salir rápidamente de su actual atolladero de alta inflación y bajo crecimiento, los líderes de los bancos centrales del Reino Unido, Estados Unidos y la UE se habrán ganado sin duda algún reconocimiento. Por ahora, eso parece una posibilidad lejana.
Hay motivos para pensar que los banqueros centrales tardaron demasiado en fortalecer la política monetaria el año pasado: la inflación lleva meses fuera de la zona de confort. Pero la magnitud del actual repunte de la inflación -que se sitúa en el 8,3 por ciento en Estados Unidos, el 7,5 por ciento en la eurozona y el 7 por ciento en el Reino Unido (con la expectativa de que alcance el 10 por ciento a finales de año)- no guarda relación alguna con ese análisis. Las autoridades monetarias, que piensan en términos de meses y años, se han visto sacudidas por las crisis derivadas de los retrasos en las cadenas de suministro, la política Covid-cero de China y la guerra en Ucrania.
Su reto ahora es volver a situar la inflación en límites normales a mediano plazo y evitar caer en un ciclo en el que las expectativas lleven a tasas de inflación persistentemente más altas. Sería más fácil abordar este tipo de problema, y las tasas de interés oficiales más altas que ello exige, en un contexto de crecimiento robusto. Pero estamos donde estamos. Este es el tipo de momentos es que se crean los bancos centrales independientes: deben estar dispuestos a endurecer las políticas, incluso cuando sus economías se hunden.
Tanto Estados Unidos como el Reino Unido han iniciado un ciclo de aumento de las tasas. El Banco de Inglaterra ha establecido planes para una política más restrictiva a pesar de que también pronostica que Gran Bretaña se dirige a la contracción económica. Pero la fijación de las tasas es solo una parte de la respuesta a los problemas que enfrentan ahora los bancos centrales: están luchando contra las expectativas, así como contra el actual aumento de la inflación, y esa es una batalla que se libra a través de la comunicación.
La semana pasada, Jay Powell, presidente de la Reserva Federal, fue bastante claro: “La inflación es demasiado alta y entendemos las dificultades que está causando, y estamos actuando con rapidez para reducirla. Tenemos tanto las herramientas que necesitamos como la determinación que hará falta para recuperar la estabilidad de los precios en nombre de las familias y las empresas estadounidenses”.
Esta es una afirmación breve. Es el tipo de cosas que los medios de comunicación recogen y comunican, en un lenguaje claro a las empresas y a los trabajadores, de que los precios no van a seguir subiendo eternamente. Sí, probablemente exagere el control que pueda tener sobre los acontecimientos, pero lo hizo mejor que Andrew Bailey, gobernador del Banco de Inglaterra, esta semana.
Bailey dijo a los miembros del parlamento que “tenemos que conseguir que [la inflación] vuelva a la tasa objetivo. Y eso está claro”. Pero también dijo: “Predecir y pronosticar una inflación del 10 por ciento y decir que no hay mucho que podamos hacer sobre el 80 por ciento de esta es extremadamente difícil”. Admitió que su discurso sobre los precios de los alimentos sonó “apocalíptico”. Este desconsiderado comentario ahogó gran parte del resto de sus mensajes. Y repetir el llamamiento a la moderación en las exigencias salariales no solo fue burdo, sino que puso de manifiesto su falta de herramientas.
El error de Bailey es olvidar que su trabajo no solo es ser un analista; sino también gestionar y dar forma a las expectativas. El Reino Unido se enfrenta a un peligro inflacionario particular. El Banco de Inglaterra ya prevé un problema de inflación más prolongado que el de otras economías. Su mercado laboral está muy ajustado y las variaciones de precios ya se han extendido más allá de los alimentos y la energía.
Para la presidenta del BCE, Christine Lagarde, la misión es igual de clara: mantener las expectativas ancladas. Al final tendrá que dejar de estimular la economía para demostrar que va en serio. Su trabajo, sin embargo, es un poco diferente. Está más expuesta a la guerra de Ucrania, lo que pesará sobre el crecimiento. Y la inflación subyacente de la eurozona no es tan alta como la de Estados Unidos.
Las autoridades monetarias han tenido unos meses duros. Pero el trabajo de los banqueros centrales no es solo preocuparse por las tasas de interés o los pormenores de la venta de activos. Su trabajo es también persuadir y dirigir.
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