La guerra en Ucrania ha obligado a EEUU a pedir un aumento de suministros a Arabia Saudita.
En su discurso del Estado de la Unión, días después de que las fuerzas de Vladimir Putin invadieran Ucrania, el presidente Joe Biden enumeró las medidas que estaba tomando EEUU para castigar a Rusia en una "batalla entre la democracia y la autocracia". Sin embargo, en su intento por aislar a un autócrata, Occidente se ha visto obligado a buscar ayuda de otros: Arabia Saudita y otras monarquías absolutas del Golfo ricas en petróleo.
Desde el discurso de Biden en febrero, los precios del petróleo y del gas han alcanzado su nivel más alto en más de una década, mientras Occidente intenta estrangular las exportaciones energéticas rusas. Este mes, la UE aprobó un plan para prohibir las importaciones de petróleo ruso por vía marítima. El bloque también acordó coordinar con el Reino Unido los planes para prohibir que se aseguren los barcos que transportan crudo ruso, lo que obstaculizaría aún más la capacidad de exportación de Moscú.
Antes de la guerra, Rusia producía más del 10 por ciento del suministro mundial de petróleo y era una fuente vital de energía para Europa. La Agencia Internacional de Energía pronosticó que su producción podría disminuir en hasta 3 millones de barriles diarios. Habrá transportistas dispuestos a trasladar el crudo ruso a China o India. No obstante, el nivel de las exportaciones de Moscú solo va en una dirección, por lo cual hay riesgo de que haya una importante escasez de oferta en el mercado.
Para amortiguar los elevados precios de la gasolina en vísperas de las elecciones de mitad de período en EEUU, Biden tiene que recurrir a un Estado que prometió tratar como un paria. Washington ha instado a Arabia Saudita, líder de facto de la OPEP, a aumentar la producción. Este mes, el reino y sus aliados de la OPEP+, que incluye a Rusia, anunciaron finalmente una modesta aceleración de la producción.
La Casa Blanca ha atribuido el mérito de "lograr este consenso entre los miembros del grupo" a Arabia Saudita. Biden está considerando visitar el reino. Eso significaría sentarse con el príncipe heredero Mohammed bin Salman (MBS) -de quien los servicios de inteligencia estadounidenses concluyeron que había autorizado la operación para "capturar o matar" al periodista Jamal Khashoggi- asesinado hace cuatro años.
La crisis energética está aumentando la influencia de MBS y otros líderes del Golfo. Solo Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, otro Estado autocrático, tienen capacidad de sobra para aumentar significativamente la producción de petróleo. Gobiernos y empresas energéticas europeas están cortejando al vecino Qatar, el mayor exportador de gas natural licuado del mundo. Mientras el mundo se preocupa por el suministro de energía y la inflación, el Golfo está disfrutando de un auge debido a que Occidente depende cada vez más de sus hidrocarburos.
Aún así, desde hace tiempo, a EEUU le preocupa depender tanto de una región tan volátil. Sus relaciones con los Estados del Golfo pueden ser díscolas. Las tensiones con Irán por el temor a sus ambiciones nucleares hacen que la amenaza de una conflagración nunca esté lejos. Las importaciones estadounidenses del Golfo han disminuido considerablemente desde el auge del esquisto, pero sus precios en el surtidor siguen viéndose afectados por la dinámica del mercado mundial. Incluso cuando los líderes se reunieron en Glasgow durante la reunión COP26 de noviembre para comprometerse a eliminar el uso de combustibles fósiles, Biden reprendió a Rusia y Arabia Saudita por no bombear más petróleo mientras los precios de la gasolina subían.
La realidad es que los responsables políticos de Occidente avanzaron deliberadamente lento en la transición hacia las fuentes de energía alternativas. Ahora les quedan pocas soluciones sencillas para diversificarse. Normalmente se necesitan al menos tres años y miles de millones de dólares para poner en marcha un nuevo proyecto de petróleo o gas, y las empresas energéticas solo invertirán si se les asegura un mercado a largo plazo. Así, el mundo se encierra en más proyectos de combustibles fósiles que socavan los objetivos de cero neto o termina con activos varados al tiempo que las naciones hacen su transición a la energía verde.
El hecho de que las democracias occidentales dependan de los autócratas ricos en petróleo fue siempre una especie de pacto fáustico porque se hace la vista gorda ante los abusos de los derechos humanos. En su afán por asegurarse un suministro alternativo al petróleo y el gas rusos, deberían evitar repetir los errores del pasado y no darle otra oportunidad a gente como MBS.
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