Aunque las sustancias masticables tienen origen en tiempos remotos de la historia, lo que conocemos en la actualidad como goma de mascar se remonta a un extraño encuentro entre un presidente mexicano exiliado y un inventor en Staten Island hace aproximadamente 165 años.

El general Antonio López de Santa Anna -nacido en 1794 en Jalapa, Veracruz- dirigió el ejército mexicano en la lucha independentista del país y es un personaje controversial en la historia de este territorio, ya que fue el octavo presidente de México, ocupó su cargo once veces y la mayoría de estas como dictador populista.
A mediados de la década de 1850 el político fue obligado a exiliarse y estuvo en Cuba, Colombia y Jamaica. Durante este periodo, según Jennifer P. Mathews en Chicle: The Chewing Gum of the Americas, un revolucionario colombiano lo convenció de que Estados Unidos tenía la intención de respaldarlo contra el actual gobernante de México.
Santa Anna, cegado por la ambición, invirtió sus fondos personales que eran decenas de miles de pesos en la estrategia y decidió irse a Nueva York y al llegar se enteró que las promesas del colombiano eran mentiras.
En la ruina, totalmente estafado y sin nadie que lo financiara, el político alquiló una casa humilde en Staten Island, zona que en ese momento no estaba dentro de los límites de la ciudad de Nueva York.
El invento
En Staten Island vivió en una modesta comunidad agrícola y buscando una forma de conseguir ingresos para su regreso a México pensó en convertir el chicle en una nueva forma de látex, con el fin de hacer una alternativa económica al caucho de los carruajes, el boom de la época.
Para lograr su cometido contactó a Thomas Adams, un inventor local que trabajaba como vidriero. Santa Anna le compartió un poco de su suministro de chicle: la savia masticable e insípida del árbol de chicozapote que había traído en su maleta desde México.
Le imploró al inventor que si lograba diseñar un caucho con esa materia prima se convertirían en millonarios y durante un año Adams hizo pruebas, pero el chicle no se vulcanizaba ni endurecía.
Ya el vidriero había invertido $30 mil en el proyecto fracasado. Por su parte, Santa Anna ya con 80 años, sin recursos y con salud deteriorada regresó a México y murió dos años después sin saber que su idea sería exitosa en Staten Island.
La creación del chicle moderno
Ya a punto de dejar a un lado el proyecto de Santa Anna, Adams vio a una niña pidiendo en una tienda de dulces un chicle hecho con parafina que se dificultaba al masticar y quiso crear un mejor reemplazo.

En 1959 el primer lote de bolas de chicle sin sabor creadas por Adams se agotaron rápidamente y los continuó comercializando y patentó su invento, según la pantente esta goma de mascar “no contenía nada de carácter insalubre” y podía “estirarse, moldearse o romperse y volver a juntarse instantáneamente”.
El inventor y sus hijos crearon la empresa Adams Sons and Company en la que vendían chicles llamados Adams New York Gum - Snapping and Stretching a un centavo cada uno.
La industria del chicle

A fines del siglo XIX, la empresa se había convertido en un conglomerado llamado American Chicle Company que tenía más de 300 empleados en la planta de chicles más grande del mundo, cerca del puente de Brooklyn.
También Adams creó máquinas dispensadoras de chicles, las instaló en las farmacias y las plataformas del metro de Nueva York.
Según Mathews en Chicle: The Chewing Gum of the Americas, el chicle sabor Tutti Frutti de Adams Sons and Company se convirtió en “la base de la goma de mascar en todo el mundo, dando origen a la industria de $19 mil millones que conocemos hoy”.
Actualmente la American Chicle Company es propiedad de Cadbury y algunos chicles que crearon como Dentyne y Chiclets aún continúan en los anaqueles de los supermercados de gran parte del mundo.

Fuente principal de la noticia: Atlas Obscura y Eater.