La cultura de los rescates financieros y estímulos constantes por parte de los gobiernos es un obstáculo para la innovación tecnológica y el dinamismo.
A finales de 2020, muchos economistas vieron un resquicio de esperanza en la pandemia. Sin poder salir de sus casas, los ciudadanos empezaron a adoptar la tecnología digital a un ritmo acelerado. La productividad se disparó. Tal vez el largo y debilitante descenso del crecimiento de la productividad haya terminado. Por desgracia, tras alcanzar un máximo del 3 por ciento, el avance se desplomó, lo que quedó como un episodio pasajero típico de las primeras fases de una recuperación, cuando las empresas tardan en contratar nuevos trabajadores.
Esto deja sin resolver una gran paradoja. Desde que comenzó la era de la informática en los años 70, hemos vivido con una sensación de creciente progreso e innovación. Sin embargo, con el inicio de la era de la informática, el auge de la productividad de la posguerra llegó a su fin. Salvo un repunte a principios de siglo, la productividad se ha mantenido a la baja durante más de 50 años.
Los optimistas sugieren que debido a que las innovaciones como la búsqueda en Internet son a menudo gratuitas, y por lo tanto no se registran en las mediciones de productividad, o que el impacto de la tecnología llega en oleadas. El resurgimiento de la productividad que comenzó a finales de los años 90 estuvo impulsado por los lectores de códigos de barras y otros inventos digitales aplicados en las tiendas minoristas. Aseguran que el impacto de nuevos avances como la inteligencia artificial llegará, solo hay que esperar.
Los pesimistas responden que en épocas anteriores el capitalismo generó avances como la electricidad y los motores a gas, que elevaron la productividad en todas las industrias. Ahora produce distracciones: juegos digitales y redes sociales.
Pero un análisis más detallado del momento y la ubicación de la caída de la productividad apunta a una explicación alternativa: el creciente papel del gobierno.
Es más que una coincidencia que, a partir de los años 70, los principales países capitalistas empezaran a tener déficits presupuestarios, tanto en los buenos como en los malos tiempos. Los grandes rescates de bancos y empresas han aumentado enormemente desde principios de la década de 1980. El estímulo gubernamental (tanto monetario como fiscal) ha batido récords en las tres últimas grandes crisis, alcanzando en las economías desarrolladas más del 7 por ciento del PIB en 2001, el 12 por ciento en 2008 y el 45 por ciento en 2020.
Debido a los rescates cada vez más generosos, los incumplimientos de pago por parte de las empresas han disminuido en cada crisis, incluso cuando las recesiones se intensificaron después del año 2000. Esta decadencia fue más dramática en Europa, donde la tasa de morosidad del crédito corporativo especulativo cayó de alrededor del 20 por ciento tras la recesión de 2001 al 10 por ciento después de 2008 y al 5 por ciento en 2020.
A medida que el efecto saneamiento de los incumplimientos de pago y de las crisis se desvanecía, también lo hacía el dinamismo emprendedor. La creación de nuevas empresas se desplomó, dejando tras de sí un número menor de compañías más antiguas y más grandes. El número de empresas estadounidenses que cotizan en bolsa se redujo a la mitad en las últimas décadas. Las sobrevivientes más grandes están aumentando su participación en tres de cada cuatro industrias estadounidenses y acaparando una creciente porción de las ganancias.
El apoyo más activo del gobierno ha socavado la destrucción creativa, la base del capitalismo. El crecimiento de la productividad se redujo aún más tras la crisis financiera mundial de 2008, ya que los rescates y los estímulos aumentaron considerablemente. En las economías desarrolladas, el crecimiento de la productividad se desplomó a solo el 0,7 por ciento en la década de 2010, menos de la mitad del ritmo de la tendencia ya descendente de las tres décadas anteriores.
Sin embargo, este descenso no ha sido realmente global. Durante gran parte del último medio siglo, la productividad aumentó de forma constante en los países emergentes, pasando de estar por debajo de cero a finales de la década de 1970 a alcanzar un máximo superior al 5 por ciento a finales de la década de 2000. Mientras que las economías desarrolladas socializaron cada vez más las pérdidas económicas durante ese periodo, China y más tarde la India giraron hacia sistemas económicos más orientados al mercado.
A pesar de los retrocesos de los últimos años, los nuevos datos muestran que la productividad de los países emergentes siguió creciendo al 3 por ciento en la década de 2010, por encima de la tendencia de las décadas anteriores. Desde 2010, la productividad ha caído en casi todos los países desarrollados.
El gobierno grande tiene ventajas como explicación para la paradoja de la productividad. Por un lado, no necesita escepticismo ante las nuevas tecnologías. También puede explicar el fuerte crecimiento de la productividad en los países emergentes, donde el papel del Estado ha disminuido ampliamente desde los años 70. No se basa en la idea de que el impulso de la productividad proveniente de la digitalización escapa a una medición clara, lo cual no puede explicar por qué este impulso fue fácil de medir durante el renacimiento tecnológico en torno al año 2000, pero imposible antes y después.
También se ajusta mejor a la línea de tiempo. A medida que aumentaban las intervenciones del gobierno, el golpe acumulado empezó a superar el impulso de la tecnología. Los estudios relacionan el declive de las últimas décadas con los beneficiarios del apoyo del gobierno, entre los que se encuentran los mercados financieros inflados, los monopolios y los zombis -empresas sin vida que sobreviven gracias a la deuda fresca-.
En el año 2000 casi no había zombis, pero ahora representan el 20 por ciento de las empresas que cotizan en bolsa en Estados Unidos, y una proporción mayor en Europa. El crecimiento de la "economía zombi" se ha relacionado con el dinero cada vez más fácil que sale de los bancos centrales, en medio de las advertencias de que los zombis reducen la productividad en todos los sectores al absorber los recursos de las empresas más dinámicas.
Ahora viene un giro. La inflación ha vuelto, lo cual posiblemente ponga fin a la era del dinero fácil, y quizás elimine parte del impedimento que bloquea la llegada de una nueva oleada de productividad. Pero el dinero fácil es solo un aspecto del gobierno grande, atrincherado como una nueva cultura de rescates financieros, rescates del mercado y estímulos constantes. Para reactivar la productividad, el gobierno debe replantearse el papel que desempeña en la economía.
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