El aumento de la soledad entre los adolescentes era un problema incluso antes de la pandemia.
Dos imágenes de la vida de confinamiento durante 2020 me quedaron grabadas. Una de ellas es la de todo el país golpeando cacerolas y aplaudiendo juntos en las tardes de primavera al comienzo de la pandemia para apoyar a los trabajadores sanitarios. La otra es la escena de un restaurante de tacos cercano durante las húmedas noches de invierno, en las que una procesión de repartidores de comida que trabajan en aplicaciones como Deliveroo llegaban y se paraban frente a la ventana bajo la lluvia.
Colocaban la pantalla de sus teléfonos contra el cristal para que alguien de adentro pudiera ver el número de pedido que aparecía en ella. Al cabo de un rato, una mano se asomaba por la puerta con una bolsa. Era seguro y eficiente mientras el virus hacía estragos, pero también se sentía profundamente solitario.
Incluso antes del Covid-19, había indicios de que muchos países, incluido el Reino Unido, se estaban convirtiendo en lugares más solitarios donde el capital social empezaba a resquebrajarse. La Oficina de Estadística del Reino Unido describe el capital social como "el alcance y la naturaleza de nuestras conexiones con los demás, así como las actitudes y comportamientos colectivos entre las personas que sustentan una sociedad unida y en buen funcionamiento". Por muy polifacético y amorfo que sea este concepto, en los últimos años los estadísticos británicos han intentado utilizar varios parámetros diferentes para medirlo a lo largo del tiempo.
Algunas de estas cifras se estaban deteriorando antes de la pandemia. Entre 2014/15 y 2017/18, la proporción de personas que dijo detenerse regularmente a charlar con sus vecinos cayó casi 6 puntos porcentuales, hasta el 62 por ciento. El porcentaje que afirmó sentirse parte de su localidad ha disminuido en una cuantía similar. Y la proporción que era miembro de organizaciones políticas, de voluntariado, profesionales y recreativas descendió del 53 al 48 por ciento. Tom Clark, miembro de la Fundación Joseph Rowntree, se pregunta si estas tendencias podrían representar una "recesión social".
¿La primera etapa de la pandemia mejoró nuestro capital social al recordarnos que dependemos unos de otros y al motivar actos de bondad y cuidado? ¿O lo empeoró, al dejar a más personas aisladas y solas y al mismo tiempo acelerar los cambios tecnológicos que despersonalizan nuestras interacciones?
Las estadísticas del Reino Unido sugieren que la respuesta depende de quién y dónde se encuentre. La proporción de personas que dice pedir cosas prestadas e intercambiar favores con los vecinos aumentó entre 2019 y 2021, una señal quizás de que se forjaron vínculos locales. Sin embargo, el aumento fue mucho más marcado entre las mujeres que entre los hombres, y también fueron ellas quienes en 2021 declararon una mayor sensación de confianza en la gente.
No es de extrañar que el porcentaje de personas que se siente sola también haya aumentado. No obstante, aunque al principio de la pandemia muchos se preocupaban por la soledad de los mayores, solo el 3 por ciento de las personas de 65 a 74 años y el 6 por ciento de los mayores de 75 años dijeron que se sentían solos a menudo o siempre en 2020/21, en comparación con el 11 por ciento de los jóvenes de entre 16 y 24 años. Del mismo modo, el análisis elaborado por la autoridad local muestra que las áreas con mayor concentración de jóvenes tuvieron tasas de soledad superiores entre octubre de 2020 y febrero de 2021. Las zonas con mayor desempleo y salarios medios más bajos también eran más solitarias.
El efecto de la pandemia en los jóvenes es especialmente preocupante, porque sus niveles de soledad ya estaban en aumento, y no solo en el Reino Unido. Un estudio publicado el año pasado examinó los datos de una encuesta realizada por la OCDE a alumnos de 15 y 16 años de una serie de países en 2000, 2003, 2012, 2015 y 2018.
La encuesta contenía seis preguntas sobre la soledad en la escuela, como "me siento como un extraño (o excluido de las cosas) en la escuela" y "me siento solo en la escuela". En una muestra de 1 millón de adolescentes, la soledad escolar aumentó entre 2012 y 2018 en 36 de 37 países. Casi el doble de adolescentes sintió altos niveles de soledad en 2018 comparado con 2012. Los investigadores descubrieron que la soledad escolar era mayor cuando más estudiantes tenían acceso a teléfonos inteligentes y utilizaban Internet más horas por día de la semana. Si Internet hace que los jóvenes se sientan solos, no es de extrañar que la pandemia los haya llevado a sentir aún más soledad.
La soledad es mala para la salud: los investigadores han encontrado conexiones entre la soledad crónica y las enfermedades cardíacas, la demencia, la depresión y la ansiedad. También puede cambiar la percepción del mundo que lo rodea. Un estudio realizado en el Reino Unido preguntó a los jóvenes sobre la amabilidad de sus vecindarios: se descubrió que los jóvenes solitarios calificaban sus vecindarios como peores que los de sus hermanos con más amistades e interacción.
Si algún grupo está en recesión social, son los jóvenes. Además de ayudarlos a ponerse al día con las tareas escolares atrasadas, debemos pensar urgentemente en cómo colaborar para que se sientan más conectados entre sí, y sobre todo, de una manera que no implique usar sus teléfonos.
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