La perspectiva de un incumplimiento parcial en el futuro expone un sistema fragmentado y dividido.
Este año, cualquier persona que reciba un estado de cuenta anual del poderoso sistema de seguridad social de Estados Unidos podría notar una pequeña bomba de tiempo, si es que tiene buena vista.
En una nota a pie de página hay un enlace a un sitio web que explica que los dos fondos de este sistema (llamados "Seguro por incapacidad" y "Seguro de vejez y Seguro para sobrevivientes") disponen de 2,9tn (millones de millones) de dólares para cubrir el déficit entre los pagos previstos y lo que se recauda cada año de los impuestos sobre la nómina. Esos millones de millones suenan a una elevada y tranquilizadora cantidad. Pero se proyecta que sólo cubren la brecha hasta 2034.
El sitio web señala alegremente que el sistema en otras ocasiones "estuvo al borde del agotamiento de las reservas de activos". Tanto en 1977 como en 1983 el Congreso tuvo que acudir a su rescate.
También señala que "aunque no se realicen cambios legislativos antes de 2034, seguiremos logrando pagar el 78 por ciento de cada prestación debida". Se supone que esto debería sonar tranquilizador. Sin embargo, el mensaje subyacente no lo es: si el Congreso no actúa en la próxima década, las promesas de pensiones del gobierno estarán sujetas a una moratoria parcial.
¿Debería esto ser un motivo de preocupación? No para todos. Una pareja estadounidense de sesenta años con un salario anual de un tercio de millón de dólares, por ejemplo, recibirá unos $60.000 al año con el sistema actual, según una práctica calculadora de la AARP. No es un monto despreciable. Pero parece mínimo en comparación con los ingresos que los estadounidenses más ricos suelen obtener de los activos de jubilación de un plan 401K.
El Centro para Investigaciones de Retiro del Boston College calcula que la mitad de los estadounidenses corren el "riesgo" de no alcanzar los ahorros que necesitarán para jubilarse con el mismo nivel de vida que ostentan actualmente. Mientras tanto, un informe de PwC sugiere que una cuarta parte no tiene ningún tipo de ahorro para la jubilación.
Aunque muchos estadounidenses de clase media asumen despreocupadamente que el aumento del valor de la vivienda será una hucha, ya que una década de política monetaria superflexible ha propiciado una inflación continua de los activos, esto parece ahora una apuesta cada vez más peligrosa; como resaltó la subida de las tasas de interés en EEUU del miércoles, estamos entrando en un mundo de tasas más altas e inflación.
Por lo tanto, para los votantes pobres (y los no tan pobres), la perspectiva de un futuro impago de pensiones, aunque sea parcial, es desagradable tanto en términos prácticos como psicológicos. No es de extrañar que una encuesta realizada por Allianz este año revelara que "el 63 por ciento de las personas no jubiladas temen más a quedarse sin dinero que a la muerte" (frente al 46 por ciento de los ya jubilados). Y las filas de los afectados están aumentando: mientras que 49 millones de estadounidenses tenían más de 65 años en 2016, esa cifra aumentará a 73 millones en 2030.
Entonces, ¿hay alguna solución? Sí: varias. Una opción (potencialmente poco atractiva) sería aumentar los impuestos sobre las nóminas que actualmente gravan a los más de 150 millones de trabajadores estadounidenses para financiar el programa. Ya en 2010, los administradores del sistema calcularon que "un aumento inmediato [en aquel entonces] del 12,4 por ciento al 14,4 por ciento de la alícuota combinada del impuesto sobre la nómina”, solucionaría el problema durante los próximos 75 años; pero ahora se necesitaría un aumento mayor.
Otra opción sería elevar la edad de jubilación. Las reformas de 1983 ya aumentaron esta cifra de 65 a 67 años para los futuros pensionistas, en lo que respecta a la percepción de las prestaciones completas, pero se podría hacer más. Y aunque los progresistas odian esta idea, ya que es mucho más difícil que los trabajadores manuales sigan trabajando más tiempo que los de cuello blanco, el hecho es que la longevidad actual es mucho mayor que la prevista en 1935, cuando se creó el sistema. No es de extrañar que la proporción de estadounidenses de edad avanzada que trabajan más años también siga una tendencia al alza a largo plazo, como determinó una encuesta de Pew.
Una tercera opción, que podría hacer más aceptable el aumento en el rango de edad, sería someter al sistema a una prueba de recursos y destinar las prestaciones de los ricos (que no las necesitan) a quienes sí las necesitan desesperadamente. Una cuarta posibilidad sería recortar el ajuste por costo de vida, aunque esto no sería una buena idea si la inflación sigue aumentando.
Luego está la quinta opción, la más sensata: El Congreso podría promulgar una reforma más profunda de la fragmentada y complicada estructura de pensiones del país. Podría introducir prácticas de ahorro para la jubilación obligatorias (o casi obligatorias) para los empleados, y hacer que las pensiones sean más transferibles cuando los trabajadores cambien de trabajo.
También podría revisar el régimen fiscal de las pensiones para hacerlo menos regresivo. Esto es sumamente necesario. Un detalle especialmente deplorable de la estructura actual es que el 87,2 por ciento de las exenciones tributarias sobre las pensiones van a parar a la quinta parte más rica de los hogares.
Todas estas ideas requieren un debate sensato y proactivo, y una acción bipartidista en el Congreso. Ya han surgido indicios de ello: esta primavera el proyecto de ley Segura 2.0, para promulgar modestas reformas, recibió verdadero apoyo bipartidista de la Cámara de Representantes. Excelente! Pero como sigue languideciendo en el Senado, es poco probable que se apruebe pronto. Y aún no hay señales del tipo de revisión integral que necesita Estados Unidos.
Por lo tanto, la perspectiva más probable es que el impago continúe enterrado en la letra pequeña de los estados de cuenta del Seguro Social de EEUU, y que aumente su probabilidad en los próximos años, junto con los otros millones de millones de pasivos no financiados que tiene el país. No es de extrañar que las encuestas muestren un estado de ansiedad entre los votantes estadounidenses sobre el futuro, especialmente entre los jóvenes. Esa nota a pie de página es solo un pequeño símbolo de la batalla a la cual se enfrenta Estados Unidos para mantener la cohesión en medio de un creciente abismo entre adultos mayores y jóvenes; y entre ricos y pobres.
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