El reciente éxito del proyecto de ley de semiconductores y ecología demuestra que EEUU aun puede gobernarse a sí mismo.
Las perspectivas políticas de Joe Biden acaban de mejorar. La aprobación del denominado Chips and Science Act en el Congreso la semana pasada dio nueva vida a los planes de la Casa Blanca en materia de política industrial y apoyo a la manufactura estadounidense.
Mientras tanto, el famoso e intransigente Joe Manchin (D-WV), el rey del país del carbón, dio un sorprendente giro sobre el cambio climático. Aceptó respaldar la inversión en energías limpias y las subvenciones a la sanidad, que se pagarían en gran parte con un impuesto mínimo del 15 por ciento a las grandes empresas.
Así, en una semana que ha sido aun más sombría de lo habitual desde el punto de vista económico -con la última subida de tasas de la Reserva Federal para luchar contra la inflación, las pésimas cifras de la confianza de los consumidores y la noticia de que EEUU ahora se encuentra en una recesión técnica-, Biden consiguió una gran victoria política al hacer algo casi inaudito en Washington en estos días: orquestar un acuerdo. Su victoria es importante desde el punto de vista político. Ahora, la pregunta es qué puede significar desde el punto de vista de la economía.
Aunque el proyecto de ley presupuestaria aun no se ha aprobado, y el apoyo del Senado a los semiconductores viene con muchas menos condiciones para las empresas de las que los progresistas hubieran querido (el senador Bernie Sanders lo calificó de "extorsión" empresarial), hay argumentos para afirmar que el simple hecho de conseguir el sí en Washington conlleva algunos beneficios económicos en la actualidad.
Los directores ejecutivos llevan mucho tiempo quejándose de que la incertidumbre resultante del bloqueo político, así como la falta de inversión federal adecuada en aspectos como la investigación científica básica y el desarrollo de la mano de obra, han frenado los planes de crecimiento en EEUU.
El proyecto del Chips and Science Act de $280 millardos no solo cuenta con un fuerte apoyo bipartidista sino que contempla grandes inversiones en la capacitación de la mano de obra y la investigación científica básica, así como en el apoyo a los centros de manufactura regionales (algo que, según las investigaciones, tiene un efecto económico desproporcionadamente positivo en las comunidades locales).
Se puede argumentar, como han hecho Sanders y progresistas como el ex secretario de trabajo de la era Clinton Robert Reich, que empresas como Intel no necesitan subvenciones suntuosas para quedarse en EEUU en lugar de trasladar más inversiones al extranjero. Muchos progresistas creen que abonarlas ahora podría sentar un peligroso precedente de otorgar subvenciones pagadas por los contribuyentes a las empresas más ricas, lo cual llevará que en el futuro demanden un “rescate” del gobierno para quedarse en EEUU.
No estoy tan segura. Los chips de Silicio son únicos, ya que son esenciales para casi todo lo demás. El mundo necesita más diversidad geográfica en el suministro de semiconductores. El hecho de que el 92 por ciento de los chips de gama alta se fabriquen en Taiwán, quizá el segundo país más conflictivo del mundo desde el punto de vista político, después de Ucrania, es preocupante para todas las naciones, y es una de las razones por las cuales Europa tiene en marcha su propio esfuerzo de regionalización de chips.
Aunque todavía es posible que empresas estadounidenses como Intel trasladen sus puestos de trabajo y sus fábricas a otros países, sospecho que las disposiciones más estrictas en torno a las tecnologías de doble uso que se avecinan en la legislación dificultarán en el futuro la subcontratación de industrias estratégicas. El futuro es la regionalización de las cadenas de suministro, no la globalización sin límites.
Las ramificaciones del proyecto de ley presupuestaria, cuyo nombre se cambió de Build Back Better a Ley de Reducción de la Inflación, son más difíciles de predecir. El hecho de que la administración haya sido capaz de aprobar un proyecto de ley de gasto que se presenta como una forma de luchar contra la inflación es una pieza impresionante de jiu-jitsu de la economía política (hay más de $300 millardos de reducción del déficit para aquellos preocupados por el exceso de demanda, lo cual ayuda mucho). No obstante, aún no está claro si se aprobará el compromiso. Incluso si se aprueba, su efecto sobre la inflación a corto plazo está por verse.
El aspecto positivo del proyecto de ley es que permitiría al gobierno federal hacer frente a los crecientes costos sanitarios. Lo haría ayudando a las familias más pobres a pagar las primas sanitarias y también limitando los costos de los medicamentos para los beneficiarios de Medicare. Permitirá a EEUU hacer lo que la mayoría de los países ricos hacen: negociar con las empresas farmacéuticas para reducir los precios utilizando el poder del gobierno federal (el mayor comprador de medicamentos prescritos del mundo) para aprovechar la escala y bajar los costos. Es una decisión que podría ahorrar cientos de miles de millones de dólares en dinero de los contribuyentes.
También empieza a abordar el enorme poder que tienen las grandes industrias que hacen lobby, como las grandes farmacéuticas. Esto, unido al hecho de que gran parte del proyecto de ley se financiaría con un impuesto mínimo del 15 por ciento a pagar por las grandes empresas, ayuda a cumplir con la promesa de la administración de hacer que el sector privado pague su parte justa en impuestos.
La inversión en energías limpias también es bienvenida. Estoy a favor de apoyar la inversión en vehículos eléctricos, parques eólicos, paneles solares y producción de baterías de litio. Es crucial para afrontar el cambio climático, que conlleva sus propios y enormes costos económicos. Es la mejor manera de fomentar una "burbuja productiva" de crecimiento del sector privado que sea compartido ampliamente. En última instancia, reducirá el precio de la energía. Sin embargo, ese proceso tomará años.
Ninguna legislación es perfecta. Aun así, la semana pasada representó un primer paso importante hacia el compromiso bipartidista en partes fundamentales de la agenda de Biden que podrían tener un impacto económico real. Restablecer una cierta sensación de confianza en que EEUU aun puede gobernarse a sí mismo tiene una recompensa que va más allá de lo financiero.
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