Los próximos presidentes se enfrentan a una agenda abrumadora, sobre todo para generar un crecimiento sólido.
Un ex guerrillero asumió el poder en Colombia el domingo como el primer presidente izquierdista del país. Gustavo Petro forma parte de una tendencia: cinco de las seis mayores economías de América Latina ahora estarán dirigidas por la izquierda. Si los sondeos de opinión actuales se reflejan en las urnas, Brasil completará el giro regional en octubre.
A Petro y a sus pares les esperan retos formidables. Deben hacer frente a algunas de las tasas de crecimiento económico más bajas del mundo, elevados niveles de corrupción, la arraigada desigualdad, servicios médicos y educativos inadecuados, e infraestructuras deficientes. Colombia se enfrenta a otros problemas propios. Entre ellos, un proceso de paz vacilante con miles de antiguos insurgentes, la deforestación desenfrenada en el Amazonas y un historial de malas relaciones con el régimen autoritario de Nicolás Maduro en Venezuela.
La experiencia de los compañeros ideológicos de Petro en Chile, Perú y Argentina ofrece lecciones útiles. La primera es evitar interpretar su reciente éxito electoral como un triunfo del socialismo o una invitación a repetir las fallidas políticas económicas centradas en el Estado de principios de la década de 2000. En lugar de votar por ideas nuevas, los latinoamericanos han votado en contra de los gobiernos en funciones.
La mayoría de los presidentes en ejercicio de la región eran conservadores, por lo que un cambio de guardia significa inevitablemente un giro a la izquierda, una tendencia que comenzó con la victoria de Andrés Manuel López Obrador en México en 2018. Las razones para el descontento abundan: el nivel de vida desciende, el Estado no cumple y las mejores oportunidades se reservan con demasiada frecuencia a unos pocos privilegiados. La pandemia exacerbó las tensiones sociales.
Por ello, las lunas de miel presidenciales son cortas y las expectativas casi imposibles de cumplir. Los peligros para los nuevos líderes son obvios: los índices de aprobación de los presidentes de Chile y Perú se desplomaron en cuestión de meses porque decepcionaron a los impacientes votantes. En Argentina, los actuales líderes, quienes se enfrentan a una paliza en las urnas el próximo año, son de izquierda. A los votantes les importan los resultados, no la ideología.
Una segunda lección es que son esenciales las coaliciones amplias para realizar los profundos cambios estructurales que América Latina necesita en áreas como la reforma fiscal. El presidente de Chile Gabriel Boric perdió rápidamente el apoyo después de buscar una nueva constitución que causa divisiones y es económicamente arriesgada. Hasta ahora, Petro ha mostrado un pragmatismo bienvenido, ya que ha negociado el apoyo de varios partidos en el Congreso y nombrado a un economista ampliamente respetado, José Antonio Ocampo, como ministro de Hacienda.
También es esencial generar un crecimiento fuerte y sostenible para tener la sociedad justa e inclusiva que Petro y sus pares prometen. Para lograr ese crecimiento se necesita una mano de obra bien capacitada, un marco jurídico estable para los negocios, tribunales eficientes e infraestructuras adecuadas al siglo XXI.
América Latina está bien situada para explotar algunas oportunidades de negocio excepcionales. Debería estar en auge por la "deslocalización" de la producción de China a países más cercanos a EEUU. Sus abundantes recursos naturales pueden contribuir a alimentar al mundo y a acelerar el camino hacia la energía limpia.
Sin embargo, nada de esto ocurrirá sin políticas de apoyo. En el pasado, los gobiernos de América Latina se han enfocado con demasiada frecuencia en impulsar el gasto y no en crear riqueza, y se han concentrado en las soluciones motivadas por el electorado, como otorgar ayudas sociales y agrandar las nóminas estatales, en lugar de prestar servicios públicos de alta calidad eficientemente.
Petro tiene la oportunidad de demostrar que puede hacerlo mejor. Según las previsiones de JPMorgan, la economía colombiana crecerá un 7,2 por ciento este año, lo que supone el mejor dato entre los países más grandes de la región. La prueba del éxito del nuevo presidente -y de sus homólogos regionales - no será el tamaño de sus programas sociales ni la cantidad de nombramientos políticamente simbólicos. Será alcanzar y mantener los niveles de crecimiento económico del sudeste asiático.
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