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Biden tiene razón al sonar la alarma por la democracia

El discurso del presidente Biden la semana pasada en Filadelfia levantó las alarmas de Estados Unidos frente a los extremismos que amenazan su democracia. FOTO: EFE/EPA/JIM LO SCALZO.

Es mejor ser sincero que invocar una unidad nacional que no existe.

La edad deteriora el cuerpo pero libera la lengua. Joe Biden demuestra ambos aspectos. El hombre que luce cada uno de los 80 años que cumplirá en noviembre, ha adquirido el obstinado candor de la gente mayor.

Las creencias de Donald Trump son un "semifascismo", dice el presidente de EEUU.  Gran parte del partido Republicano es una amenaza para las "bases de nuestra república". "¿De qué lado están?", pregunta Biden, con el descarnado dualismo que solía evitar en favor de la camaradería interpartidista.  He aquí –dicen los escandalizados, algunos de los cuales son liberales– a un presidente con ánimo de división.

No, simplemente es un presidente realista.  Es cierto, la puesta en escena de su discurso de Filadelfia de la semana pasada, flanqueado por los marines estadounidenses, fue extraña. Con demasiada frecuencia ha confundido a los antidemócratas con los que no lo son.  Pero el discurso no creó una división.  Ha reconocido una que ya existe.  La alternativa de exhortar a la unidad nacional ha sido probada hasta la destrucción.  "No existe una América liberal y una América conservadora", dijo Barack Obama en 2004.  Sí, las hay. "Escuchémonos unos a otros", dijo el propio Biden en su toma de posesión, como si nadie hubiera pensado en ello antes.  Esto ya no funciona.  Un hecho de la vida estadounidense desde los años 90 es que a una gran minoría de votantes le cuesta aceptar la legitimidad de un presidente Demócrata.  Apelar a una falsa unión mientras esto sucede es insostenible.

También lo es la idea de que el propio partido de Biden tiene un extremismo igual y opuesto.  Esta era la otra línea de ataque contra el discurso de Filadelfia: su supuesta hipocresía.  Bueno, quizás algún día los Demócratas supongan un riesgo del tamaño de Trump para el sistema estadounidense.  Su apertura a la izquierda dura cultural es preocupante.  Nada en la historia de Estados Unidos (ni de Alemania o Francia) sugiere que la derecha tenga el monopolio de la violencia política. Sin embargo, por ahora los Demócratas son un partido con algunos activistas salvajes de ideas disparatadas.  No es uno cuyos líderes estén en desacuerdo con las reglas del juego político.  De por sí, ninguna equivalencia que se establezca entre ellos y los Republicanos sobrevive una evaluación imparcial.  Hay un punto en el que la ecuanimidad cruza la línea hacia algo más parecido al nihilismo.

No se puede persuadir a la gente regañándola, le han dicho los comentaristas a Biden en respuesta a Filadelfia.  Es cierto.  Pero entonces, ¿qué es lo que los convence?  Es agradable pensar, como hacen algunos, que si virara a la derecha o hablara más de su catolicismo, la América profunda se encontraría con él a mitad de camino en una "tregua cultural". Ciertamente, ha gobernado demasiado a la izquierda para los votantes indecisos. ¿Pero la derecha militante? ¿Es la esencia lo que les molesta? El asedio al Capitolio ocurrió antes de que tomara posesión. Su legitimidad fue cuestionada antes de que tomara una sola decisión ejecutiva.  Y el presidente que sintió la primera ráfaga moderna de ira de la derecha, Bill Clinton, era un sureño que equilibró el presupuesto y un halcón contra el crimen.

La gente hará un esfuerzo heroico para racionalizar el populismo: para establecer la causa y el efecto, y así encontrar una solución.  La primera ganadora de esta búsqueda inherentemente infructuosa fue la teoría de los agravios económicos legítimos.  En los medios de comunicación, hacia 2017, lanzó mil comentarios de clientes de cafeterías en el cinturón industrial. (¿No habían aguantado ya lo suficiente?)  Pero nunca pudo explicar por qué los condados prósperos apoyaron a Trump o por qué los blancos pobres se quedaron con él después de que desperdició tanto capital legislativo en recortes de impuestos para gente de mayores ingresos.

La respuesta más probable es (¿no es así?) que un tercio o más del electorado es simplemente inalcanzable.  Si es así, ¿no es conveniente que el presidente sea sincero sobre la magnitud de este problema?  El nuevo y truculento Biden ve las cosas con más claridad que el mojigato de antaño que consideraba a todo el mundo en Washington como tipos decentes y confiaba de forma sentimental en la unidad esencial de la nación.  Si su discurso en Filadelfia fue chocante, fue porque provenía de un hombre que antes era tan complaciente.

Y aún así no fue lo suficientemente severo.  Exoneró a la "mayoría" de los Republicanos de los impulsos antidemocráticos.  Bueno, una super mayoría de los votantes del GOP cree que la elección de 2020 fue amañada.  Tampoco fue una franja de Republicanos en la Cámara de Representantes la que votó para no certificarla.

Lo que se destaca de las críticas al discurso no es su vehemencia.  Es su inocencia. Insinúa que los modales y el tono aún pueden salvar el día: que un presidente más blando puede evitar una crisis cívica aguda.  Pero si eso fuera cierto, Estados Unidos no estaría en esta situación. Durante décadas, líderes bienintencionados han apelado a la unidad nacional. Mientras tanto, la nación se ha dividido. El crimen de Biden fue dejar de fingir.

Janan Ganesh

Derechos de Autor - The Financial Times Limited 2021.

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