Es Joe Biden, y no el banco central de Estados Unidos, quien tiene las herramientas para amortiguar el golpe global causado por la política interna.
Un dirigente francés una vez denominó al dólar como el "privilegio exorbitante" de Estados Unidos. El mundo de hoy podría optar por un lenguaje más contundente. ¿Alguien quiere llamarlo vector del dolor? ¿Monstruo verde?
Independientemente de cómo lo llamemos, las víctimas del dólar fuerte tienen un culpable en mente: la Reserva Federal. Incluso Josep Borrell, jefe de política exterior de la UE, se suma a la iniciativa. Esta semana advirtió que la Fed estaba exportando la recesión del mismo modo que la crisis del euro fue impuesta por los preceptos de Alemania después de 2008. Gran parte del mundo corre el riesgo de convertirse en Grecia.
Tales acusaciones son en su mayoría injustas para la Reserva Federal. El banco central estadounidense durante demasiado tiempo se aferró a la idea de que inflación era transitoria y por lo tanto ahora está contrayendo la política monetaria a toda velocidad para recuperar su credibilidad. Pero está siguiendo las reglas. Ya es bastante difícil lograr pleno empleo en Estados Unidos con inflación baja. Añadir el bienestar de los extranjeros a su mandato complicaría el trabajo de forma paralizante. Sin embargo, la Fed es el motor de la contracción mundial. El dolor monetario es la exportación de Estados Unidos que más crece.
La gran incógnita es quién recogerá los pedazos. En eso, como primera potencia mundial, Estados Unidos a menudo se desentiende. En el llamado mundo de crisis política actual, también corre el riesgo de perder la oportunidad de recuperar la marca de Estados Unidos. La Fed tiene una herramienta: la política monetaria. El alza de las tasas de interés en Estados Unidos se está extendiendo a velocidad de pandemia.
En general, los Estados Unidos tienen muchas opciones. Una de esas palancas son las instituciones de Bretton Woods, el FMI y el Banco Mundial, que celebran esta semana sus reuniones anuales en Washington. La pregunta es si EEUU quiere amortiguar el golpe al mundo en desarrollo mientras se disparan los costos del servicio de la deuda.
La historia le dice al presidente Joe Biden qué camino no debe tomar. El último periodo de fuerte contracción de la Fed comenzó con Paul Volcker a finales de los años 70. El aumento de las tasas de interés en Estados Unidos contribuyó a desencadenar recesiones mucho más profundas en el Sur global. Tanto África como América Latina sufrieron una década perdida de crecimiento que se vio agravada por las condiciones punitivas de los rescates financieros del FMI. El ajuste estructural fue un remedio peor que la enfermedad. La década de los setenta había estado inundada de capital reciclado de la OPEP que hacía difícil resistirse a los préstamos en dólares. La flexibilización cuantitativa de la Fed ha tenido el mismo efecto durante la última década.
No es un gran consuelo que la inflación de hoy parezca menos galopante que la de hace 40 años. En algunos aspectos, esta vez los mercados emergentes se llevan la peor parte. África no fue responsable de la pandemia ni de la guerra en Ucrania. La primera está deshaciendo años de avances en materia de desarrollo humano. La segunda ha desatado una ola de inflación alimentaria y energética.
Ahora la Fed añade al cóctel una posible crisis del servicio de la deuda. Estos trastornos no se han originado en el Sur global, pero los costos recaerán principalmente allí. Eso sin mencionar el cambio climático, que también es más duro en las partes del mundo menos responsables de haberlo creado.
Hasta ahora, Biden ha demostrado poca capacidad para enfrentarse a estos retos. Tuvo la oportunidad de poner la tecnología de las vacunas estadounidenses a disposición del mundo en desarrollo. De hecho, inicialmente se comprometió a suspender las patentes de las vacunas Covid. Ahora parece un gesto vacío, ya que su administración no hizo ningún seguimiento.
Como resultado, un tercio de la población mundial aún no se ha vacunado, mientras que la mayoría de los occidentales han recibido una vacuna al menos dos veces, y algunos hasta cinco. Si EEUU hubiera tomado una iniciativa más fuerte, los cuellos de botella de la oferta mundial que inducen a la inflación no habrían sido tan crónicos.
El estímulo de $1,9tn (millones de millones) de Biden -el Plan de Rescate Americano- echó leña al fuego de una inflación que vuelve a perseguir a los Demócratas. Si pierden el control del Congreso el mes que viene, ese proyecto de ley tendrá parte de la culpa. Lo mismo ocurre con la condonación de aproximadamente medio millardo de dólares de préstamos estudiantiles que se anunció en agosto.
Sin embargo, una vez más, el resto del mundo se ve afectado vía una austeridad importada. El camino al infierno está sembrado de buenas intenciones. No es la primera vez que las medidas de mentalidad progresista para ayudar a los estadounidenses desfavorecidos son regresivas para los desfavorecidos del mundo.
La Fed se ha ganado parte del resentimiento que está recibiendo. Debería haber reaccionado antes a la inflación, lo que habría supuesto una respuesta menos punitiva. No es que la inflación sea difícil de detectar. En este sentido, Jay Powell, el presidente de la Fed, tiene algo de culpa.
Pero el gran defecto de Estados Unidos es político, no tecnocrático. La cara global del problema es el poderoso dólar, pero sus causas son más profundas. En los grandes momentos Estados Unidos puede no ser consciente de los efectos indirectos de lo que hace en casa; y estos efectos a menudo se vuelven en su contra. Llamémoslo una indiferencia exorbitante.
Derechos de Autor - The Financial Times Limited 2021.
© 2021 The Financial Times Ltd. Todos los derechos reservados. Por favor no copie y pegue artículos del FT que luego sean redistribuidos por correo electrónico o publicados en la red.
Lea el artículo original aquí.