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Contener a China es el objetivo explícito de Biden

El ejército de Taiwán se ha comenzado a preparar para una potencial guerra con China, utilizando la ayuda económica y logística de EEUU. FOTO: EFE/EPA/RITCHIE B. TONGO.

Los esfuerzos de Estados Unidos por aislar a Pekín en el sector de alta tecnología pueden acelerar el intento de Xi Jinping por hacerse con el control de Taiwán.

Imagine que una superpotencia declara la guerra a otra gran potencia y nadie se da cuenta. Este mes, Joe Biden inició una guerra económica en toda regla contra China, casi comprometiendo a EEUU a detener su ascenso, y la mayor parte de los estadounidenses no reaccionaron.

Sin duda, la guerra de Rusia contra Ucrania y la inflación en el país son factores que preocupan. Pero es probable que la historia registre las medidas de Biden como el momento en el cual la rivalidad entre Estados Unidos y China salió del armario. Estados Unidos se ha comprometido a hacer todo menos pelear una guerra real para detener el ascenso de China.

No está claro que las compañías estadounidenses, o sus homólogas extranjeras, hayan digerido completamente lo que está a punto de caerles encima. Durante décadas, las empresas serias han basado sus modelos de crecimiento en tener una estrategia con respecto a China, ya sea exportando a China, o produciendo allí, o ambas cosas. A menos que los productos de una empresa sean, por ejemplo, bienes de lujo o productos agrícolas, la desvinculación tecnológica de Biden afectará a sus resultados. Su escalada también marca una ruptura definitiva con décadas de política exterior estadounidense que suponía que la integración global de China frenaría su ascenso como gran potencia.

La conversión de Estados Unidos a la contención de China es bipartidista. Una cosa es que Donald Trump apuntara a Huawei y ZTE, los conglomerados de telecomunicaciones chinos y al comercio dirigido. Otra es que el sucesor demócrata de Trump aísle a todo el sector de alta tecnología de China. Es notable que no se hayan alzado voces prominentes en ninguno de los dos partidos políticos contra el desacople entre Estados Unidos y China. La política de Washington con respecto a China se centra hoy en día en cual partido puede situarse más a la derecha del otro.

La apuesta de Biden tiene dos grandes riesgos. El primero es que Estados Unidos ahora está cerca de hacer del cambio de régimen en China su objetivo implícito. Las nuevas restricciones no se limitan a la exportación de chips semiconductores estadounidenses de alta gama. Se extienden a cualquier chip de avanzada fabricado con equipos estadounidenses. Esto incluye a casi todos los exportadores de alta gama no chinos, ya sean de Taiwán, Corea del Sur o los Países Bajos. La prohibición también se extiende a las "personas estadounidenses", lo que incluye a los titulares de tarjetas de residencia y a los ciudadanos estadounidenses. Eso presenta una opción binaria entre Estados Unidos o China. La mayoría elegirá Estados Unidos. Pero hay decenas de miles de chinos con residencia permanente en EEUU que ahora se inclinarán por creer la afirmación de Pekín de que no puede haber lealtad dividida.

El golpe a la economía china será mucho mayor de lo que implica la palabra "semiconductor". La medida de Biden se basa en la premisa de que cualquier chip de avanzada puede ser utilizado por el ejército chino, incluso para el desarrollo de armas nucleares y misiles hipersónicos. También pretende socavar el objetivo de China de dominar la inteligencia artificial mundial para 2030. Pero todos esos chips son de doble uso, lo que significa que Estados Unidos se ha comprometido a bloquear a China en todos los tipos de tecnologías civiles que componen una economía moderna.

A los ojos de la mayoría de los estadounidenses y de muchos occidentales, estas medidas parecen una respuesta justa a décadas de robo de propiedad intelectual por parte de China que ha alimentado su crecimiento militar. A los ojos de los chinos, parecerá que EEUU quiere mantener a la China comunista permanentemente sumergida. De ahí al cambio de régimen no hay un gran salto.

El riesgo más inminente es que la apuesta de Biden pueda incitar a Xi Jinping, el presidente de China, a acelerar su calendario para la reunificación con Taiwán. El estado insular es, por mucho, el mayor fabricante de chips de alta gama del mundo. El hecho de que Biden haya actuado poco antes del 20º congreso del partido en China, que termina el sábado con un probable tercer mandato de cinco años para Xi, es notable. Muchos expertos sobre China creen que Xi quería dejar atrás el congreso del partido antes de dedicarse a su promesa de solucionar el problema de Taiwán. Las medidas de Biden podrían aumentar las probabilidades de una resolución violenta de la política china sobre Taiwán. Pero también podría haber hecho reflexionar a Xi. Está por verse.

Lo que sí sabemos es que la seguridad nacional vuelve a ser el lente a través de la cual Washington ve el mundo. Descansen en paz "el mundo es plano" y el "fin de la historia". Estados Unidos ha aprobado una medida de suma cero en la cual se considera que el ascenso de China se produce a costa de Estados Unidos. Se podría decir que Biden está reaccionando tardíamente a lo que China ha estado pregonando durante años, con una creciente falta de sutileza por parte de Xi. Pero eso no es nada tranquilizador. Significa que la nación hegemónica mundial y su único rival serio se ven ahora a través de un único prisma. Como suele ocurrir en la historia, no se aceptan otras opiniones.

¿Funcionará la apuesta de Biden? No me entusiasma la idea de averiguarlo. Para bien o para mal, el mundo acaba de cambiar con un gemido y no con una explosión. Esperemos que siga así.

Edward Luce

Derechos de Autor - The Financial Times Limited 2021.

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