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Recuperar el honor

La elección de George Santos a la Cámara de Representantes ha sido para muchos el culmen del decaimiento del honor en el mundo político de hoy, pero otros dicen que Santos simplemente está haciendo lo que siempre han hecho todos los políticos. FOTO: Haiyun Jiang - The New York Times.

El concepto tiene un gran valor en una sociedad obsesionada con el alardeo moral.

Opinión de Jemima Kelly.

Hace poco, un colega escritor con quien estaba almorzando pronunció unas palabras que me tomaron por sorpresa. Mi compañero que le parecía una "deshonra" la tendencia que hay a publicar las comunicaciones digitales privadas, por ejemplo, la reciente filtración por parte de Kanye West de mensajes de texto de su entrenador personal, o la decisión de un periodista de Vox de publicar mensajes de Twitter del ex cripto millonario Sam Bankman Fried.

La idea de que nuestro comportamiento debe guiarse no solo por el respeto a la ley, ni por un determinado código moral, sino por el sentido del honor, es anticuada. El buscador Ngram Viewer de Google, que rastrea la frecuencia con la cual se utilizan palabras y frases en los libros a partir de 1800, muestra un marcado descenso en el uso de las palabras "honor", "honorable" y "deshonroso" desde principios del siglo XIX hasta la actualidad. El uso de las tres palabras se ha reducido en torno al 90 por ciento durante este periodo.

Cuando los miembros del Parlamento británico insultan a los "honorables" diputados que se sientan frente a ellos (o incluso a los de su propio bando), imagino que no se espera que nos tomemos en serio este calificativo.

Sin embargo, aunque sea una noción anticuada, si estos parlamentarios tuvieran la sensación de que deben comportarse con honor, tendríamos políticos mucho mejores, más preocupados por decir la verdad y hacer lo correcto, incluso cuando llegaran a pensar que pueden salirse con la suya.

Nunca ha sido así. En la época en que William Shakespeare escribía, hace unos 400 años, tener sentido del honor se consideraba clave para llevar una vida buena y respetable. "Mi honor es mi vida; ambos crecen en uno: Quítame el honor y mi vida estará acabada", dice Thomas Mowbray, duque de Norfolk, en Ricardo II.

Pero el honor ha caído en desgracia desde entonces. En parte, debido a su estrecha asociación con las jerarquías de clase: la práctica de duelos, por ejemplo, estaba profundamente arraigada en la cultura aristocrática del honor. Otra es la horrible práctica de los llamados "crímenes de honor", en los que alguien que se consideraba que había traído "deshonra" a su familia (normalmente una mujer) era asesinado, a menudo en manos de sus propios parientes.

"El honor se asocia a estos anticuados sistemas clasistas y aristocráticos... y también a la violencia", afirma Kwame Anthony Appiah, profesor de Filosofía y Derecho en la Universidad de Nueva York y autor de El Código del Honor: Cómo Surgen las Revoluciones Morales. Pero culpar de estas cosas al propio concepto de honor es actuar con exceso de recelo, me dice.

Por el contrario, debemos considerar el honor como una forma de asegurarnos de que nos comportamos de una manera digna de respeto, más que como un sistema de valores en sí mismo. "La psicología del honor se vincula a todo tipo de valores, y a veces esos valores son buenos y a veces no", afirma Appiah. Pero en general, "cuando existe una cultura en la que la gente quiere hacer lo correcto porque eso es digno de respeto, la gente se comporta mejor".

Appiah sostiene que los códigos de honor no siempre reflejan los códigos morales de la sociedad en la cual operan. El honor debe considerarse como otro sistema independiente de regulación del comportamiento que, de hecho, puede entrar en conflicto con el código moral dominante. Los crímenes de honor pueden darse en algunas comunidades musulmanas, por ejemplo, pero están condenados en el Islam, igual que los duelos fueron condenados por la Iglesia.

Vivimos en una sociedad obsesionada con hacer alarde de la moral. Lo que más parece importar es aquello en lo cual decimos creer. Mientras nos vean en el lado correcto de una causa moralmente justa, podemos comportarnos tan deshonrosamente como queramos, ya sea filtrando comunicaciones privadas o atacando a alguien en Twitter porque sus opiniones fueron consideradas fuera de lugar.

Pero al poner tanto énfasis en nuestras supuestas creencias, en lugar de en nuestro comportamiento, estamos perdiendo de vista algunos de los valores fundamentales que mantienen unida a una sociedad.

"Uno de los costos de alejarse del honor es que se pierde el énfasis en el carácter de una persona: su integridad, su sentido de la lealtad y su valor", me comenta Tamler Sommers, profesora de Filosofía de la Universidad de Houston y autora de La importancia del honor. "El valor es algo que el honor sabe motivar muy bien".

Comportarse honorablemente significa hacer lo correcto, incluso (o especialmente) cuando no vamos a obtener ningún beneficio personal de ello. Una sociedad con este enfoque sería sin duda mejor. Tenemos que aprender a honrar el honor otra vez.

Jemima Kelly es escritora del Financial Times en una variedad de materias que van desde el mercado cripto hasta las guerras culturales de la sociedad actual.  Anteriormente era reportera sobre fondos de pensiones gerenciados para Reuters.

Derechos de Autor - The Financial Times Limited 2021.

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