Han debido pasar 103 años desde que, en Copenhague, la conferencia de mujeres proclamó el día internacional de las trabajadoras. La elección de marzo, como el mes para reconocer sus logros, vino después, al igual que la universalización del sufragio y sus continuas luchas por la igualdad de derechos, de salarios, de oportunidades o de conseguir ser las dueñas de sus propios relatos.
Un siglo más tarde, jóvenes hispanas como Betty Gabriela Rodríguez, fundadora y directora de Amazona Foundation, quiere que se reconozca que las inmigrantes latinas en Estados Unidos también tienen inquietudes intelectuales, que les preocupa la debilidad de las democracias en sus países, que buscan entender la feminidad, la negritud, la orientación sexual y más.
Rodríguez, una joven venezolana, creó en 2018 Amazona Foundation como un espacio de convergencia para todos, más allá de las etiquetas de género. La idea desde sus orígenes ha sido que esas curiosidades sociales y culturales encuentren un sitio donde expresarlas y compartirlas. “En los talleres, reuniones y charlas hablamos de lo que no siempre se habla”, comenta.

“En nuestra integralidad tenemos necesidades básicas y necesidades culturales, sociales y toda la problemática que nos arropa silenciosamente”, dice Rodríguez, para quien es vital crear esos espacios de diálogo “que faciliten levantar nuestra voz, decir lo que queremos, vestirnos como nos gusta, aceptarnos con el color de piel o el tipo de cabello que tenemos”. En otras palabras: “aprender a tener una relación más cariñosa de nosotras mismas”.
Deconstruyendo estereotipos
En Amazona Foundation se han hecho coloquios de cómo reconciliar las raíces afrolatinas que muchas y muchos ni siquiera saben que tienen. Esto, para Rodríguez, es tan importante porque amigarse “con nuestra identidad facilita entender al otro”.

Yuly Campiño es una profesional afrolatina que destaca el trabajo de esta Fundación en visibilizar estereotipos entorno a su raza en Estados Unidos. “El raciocinio sobre nosotras es elemental. Creen que somos pobre y sin educación, pero hay negras latinas educadas y bilingües”. Ella misma es una de esas: abogada colombiana, con una maestría en derecho internacional de la Universidad de Colorado, una pasantía en la Comisión de Derechos Humanos, con enfoque en la falta de acceso y la discriminación racial.
Según Campiño, las afrolatinas son una minoría que sufren doble discriminación, por ser latinas y por ser negras, “por eso es de agradecer el trabajo de Rodríguez que se ha puesto la camiseta para visibilizar esta situación”.
Más que reivindicaciones
En ese proceso de ir hilando historias que en el área metropolitana están separadas, Daelit González lleva cuatro años ayudando a unir las hebras. “Para mí ha sido un despertar hablar de los temas de género a los que no les había dado nombre ni apellido”.
González creía que solo a ella le pasaban situaciones aisladas. En los talleres de Amazona Foundation supo, por ejemplo, que hay actitudes micromachistas enquistadas en el sistema.

“Durante una discusión en mi trabajo el argumento de un colega fue ‘tal vez estás así por la menstruación’, sentí que quería encandilar mi argumento a un asunto que nos pasa a la mitad de la población y yo no estaba tan consiente”, a eso es lo que González llama comportamientos micromachistas.
No todo en la Fundación es blandir la espada de las reivindicaciones. González, una asilada política venezolana que ha trabajado con inmigrantes y asilados, recuerda un taller sobre finanzas que le permitió entender la importancia de tener un fondo de emergencia y que este debe cubrir todos los gastos de seis meses. “Tener acceso a información es un buen paso, puede ser que no hay suficiente para ahorrar, pero la teoría ya está allí”.
Para entender la latinidad
En ese trabajo en constante construcción, para Rodríguez los inmigrantes que van llegando deberían reconocerse en las historias y experiencias de los que llegaron antes y han construido lo que se llama latinidad. “Nos levantamos sobre los esfuerzos que han venido haciendo hace más de 30 años los mexicanos, los salvadoreños y otros quienes fueron los primeros activistas sociales y empezaron a cuestionar y tender puentes”.

Los y las latinas son una rosa cromática racial, de estratos sociales y económicos diferentes y entre esas inquietudes que tiene Rodríguez es la de ser “una facilitadora” para reducir esas barreras que los separan entre sí.
“Independientemente de las diferencias y niveles educativos, los latinos somos una fuerza de voto importante que no se le saca provecho”, señala González, que agradece a la Fundación haberla referido a un programa sobre liderazgo y campañas políticas.
En proceso de transición
Esta joven fundación también ha estado para mujeres latinas y americanas, que a momentos no las han dejado pertenecerse a un grupo. Es el caso de Ximena Mills, hija de una nicaragüense y un estadounidense, pero con rasgos anglosajones. Lo primero que le impactó fue asistir a un taller donde estaban muchas afrolatinas que no siempre tienen espacios donde compartir sus experiencias. “Desde entonces he visto crecer a la Fundación como un espacio de hermandad y sanación para hablar de cómo nos sentimos”, dice Mills, una profesional de la política y comunicación.

Como muchas de las organizaciones de mujeres latinas, la falta de fondos es una constante. “Hay que tener estómago y piel gruesa para seguir andando que nuestro trabajo llegue a más personas”. Rodríguez se siente con la responsabilidad de que este espacio sea sostenible y por eso ahora mismo la Fundación está explorando transitar hacia una nueva marca BGR, que responde a las iniciales de su nombre.