Dado que, a pesar de sus carencias morales, un gran grupo de votantes del GOP ha favorecido a Trump en varios ciclos electorales, atacar ese frente no reportará beneficios a sus rivales.
Opinión de Ross Douthat
Existe la presunción entre algunos analistas —supongo, basada en una creencia profundamente arraigada en la venganza de Dios Todopoderoso— de que dado que los republicanos se merecen moralmente a Donald Trump, tendrán que aguantarle pase lo que pase; de que, habiendo rechazado tantas oportunidades de adoptar una postura correcta contra él, están condenados a detenerse al borde de una tierra prometida post-Trump mientras miran patéticamente al otro lado del Jordán, incluso al tiempo que comparten su destino con el Falso Mesías Naranja una vez más.
Esa suposición explica algunas de las reacciones a la imputación de Trump y el aumento inmediato del apoyo que produjo entre los republicanos. El (presunto) principal contendiente del ex presidente, Ron DeSantis, no solo condenó la extralimitación de la fiscalía sino que prometió algún tipo de santuario floridano en caso de que Trump decida convertirse en un fugitivo de la justicia de Nueva York.
Cierta parte de la narrativa mediática ya se estaba volviendo contra DeSantis, o al menos disminuyendo sus posibilidades en parte porque aún no ha contraatacado con dureza a ninguno de los salvajes ataques de Trump. Ahora, con la imputación que lleva al gobernador de Florida y a la mayoría de los líderes del GOP a la defensa de Trump, es probable que esa narrativa se endurezca: que esto es sólo otro caso de estudio sobre cómo los principales republicanos no pueden nunca volverse contra Trump, y que están condenados a nominarlo una vez más en 2024.
En realidad, la política electoral de la imputación es tan turbia como lo era cuando sólo era una hipótesis. Uno definitivamente puede imaginar un mundo en el cual una acusación aparentemente partidista lleve a los conservadores vacilantes a acercarse a Trump y facilite el camino del expresidente hacia la candidatura. Pero uno puede imaginar igualmente un mundo en el que el enorme caos que supone su enredo con el sistema legal acabe siendo una razón para que incluso algunos seguidores de Trump se decanten por otra opción. (Una encuesta de Echelon Insights esta semana muestra un giro hacia DeSantis en caso de una imputación pero ofrece un apoyo extremadamente tentativo a esa posibilidad.)
De cualquier manera, la respuesta de DeSantis y otros en este momento —su defensa provisional de Trump contra un fiscal demócrata— no es lo que determinará cómo se desarrolla esto políticamente.
He argumentado esto antes, pero no hay razón para no reiterarlo: La teoría de que para vencer a Trump, los demás republicanos tienen que merecer vencerlo, y que para merecer vencerlo tienen que atacar su carácter con la adecuada ira moral, es una idea satisfactoria pero para nada realista. No es creíble que los votantes republicanos que han votado a Trump en múltiples ocasiones, con pleno conocimiento de sus inmensos defectos, decidan finalmente comprar el argumento moral sólo porque DeSantis o cualquier otro rival lo martillee de alguna manera nueva y emocionante.
En cambio un ataque realista contra Trump en unas primarias republicanas siempre ha sido su capacidad y su ejecución, con su bajeza moral presentada como un obstáculo práctico para hacer las cosas. Y como otros han señalado, incluido Jonathan Chait, de New York Magazine, defender a Trump contra un fiscal demócrata no hace que atacarlo de esta forma sea más difícil durante la campaña.
Uno puede imaginarse a DeSantis en el escenario del debate: Sí, condeno la caza de brujas partidista que condujo a esta imputación. Pero lo que ocurre con mi oponente es que se lo pone demasiado fácil a los liberales. Si uno paga dinero a una estrella porno, está dando a la otra parte lo que quiere.
Fue igual durante toda su presidencia; todo el drama, todo el caos sólo jugó a favor de los demócratas, a favor del Estado enquistado. Criticaba los cierres anti Covid en las redes sociales mientras el Dr. Fauci, líder de su equipo contra la pandemia, los implementaba. Intentó sacar a nuestras tropas de Oriente Medio, pero dejó que los generales del Pentágono desoyeran sus órdenes. No terminó el muro porque siempre estaba distraído; cada semana había una nueva tanda de filtraciones desde el interior de su Casa Blanca. Tiene quejas válidas sobre las elecciones de 2020, sobre cómo el otro bando cambió las leyes electorales sobre la marcha durante la pandemia... pero él era presidente; se limitó a ver cómo lo hacían; estaba demasiado ocupado tuiteando.
Admiro lo que intentó hacer. Consiguió grandes logros. Pero el otro bando lucha para ganar, pelean sucio, y uno se merece un presidente que no vaya a la lucha con un montón de heridas autoinfligidas.
¿Es suficiente este argumento? Tal vez no. Desde luego, no tiene el atractivo primordial que es especialidad de Trump, donde todas esas heridas autoinfligidas se transforman en la prueba de que él es el hombre que está en la arena, es el luchador que uno necesita, porque, si no, ¿por qué estaría chorreando sangre?
Pero es el argumento que DeSantis tiene para hacer su trabajo. Y nada de su lógica se alterará cuando a Trump le tomen las huellas y lo imputen formalmente.
Ross Douthatse unió a The New York Times como columnista de Opinión en abril 2009. Su columna se publica los martes y domingos. Previamente era un editor senior en The Atlantic y tenía un blog en esa página web. Ha escrito varios libros y también es crítico de cine para el National Review.
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