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El gobernador de Texas, Greg Abbott, instaló boyas en el río Grande para evitar que los migrantes cruzaran la frontera. foto EFE/EPA/ADAM DAVIS.

La muerte del joven hondureño Norlan Bayardo Herrera, de 20 años de edad, en el Río Grande, a causa del muro de boyas de Abbott, es un trágico recordatorio de algo que los políticos demagogos como él no acaban de entender.

Es decir, coloquen lo que coloquen en la frontera, esos indocumentados que en su mayoría vienen huyendo de horrores de hambre, violencia, pandillas, desempleo y cero oportunidades, y cuya travesía ha sido una verdadera pesadilla, no van a ser detenidos por un muro de acero, de concreto o de boyas en el agua. 

En efecto, tal parece que los antiinmigrantes como Abbott, con sus boyas y sus seguidores, que siguen utilizando el lenguaje del racismo y la intolerancia, no tienen claro que si hay algo más fuerte que los materiales de los que están hechas esas trampas mortales es precisamente la determinación de los migrantes de poner a salvo a sus familias, cueste lo que cueste. 

El mortal muro flotante de Abbott también es un sórdido recordatorio de lo que es capaz de hacer un político para mantener contenta a su base antiinmigrante y con ello mantenerse en el poder. En el caso del gobernador se trata prácticamente de sadismo, pues no son unas simples boyas de plástico.

Están revestidas con metal, y entre boya y boya hay un pedazo de metal filoso; eso sin contar con el alambre de cuchillas que adorna la orilla del Río Bravo del lado texano y que ha sido reforzado en días recientes. 


Esas decisiones de Abbott, llenas de odio y malevolencia hacia el otro, el diferente, hacen recordar episodios oscuros en la historia, como cuando se inventaron instrumentos de tortura y pena capital para someter e infundir terror hacia los otros, con el fin de disuadirlos de cometer cualquier intento de “contravenir el orden”.

Esta nueva epifanía inquisitorial de Abbott con sus boyas en la frontera debería ser suficiente para llamar a cuentas al gobernador por poner en peligro de muerte a quienes buscan refugio en el país que supuestamente se vanagloria desde su fundación de tener los brazos abiertos para ayudar al desvalido. Lo que hace Abbott, en todo caso, es violar los derechos humanos de quienes literalmente lo han perdido todo, menos la esperanza, una aspiración que el gobernador parece no conocer. 
 
Al respecto, en un reciente artículo publicado por CNN, el doctor Brian Elmore, médico residente de urgencias en El Paso, Texas, reflexiona sobre lo que le ha tocado ver al atender a migrantes que llegan malheridos al hospital donde trabaja: Muchas de las lesiones sufridas a lo largo de la frontera —insolación por el ardiente sol del desierto, fracturas de cráneo o columna vertebral tras caerse del muro fronterizo, carne desgarrada por el alambre de cuchillas a orillas del río Grande— son lo que yo llamo patologías políticas, lesiones evitables que son consecuencia directa de las políticas fronterizas destinadas a imponer un alto costo a quienes intentan cruzar”. 
 
Y añade: “Y cada día me enfrento a los costos humanos de estas patologías. Veo y atiendo a víctimas que quedan permanentemente debilitadas, con lesiones devastadoras que limitarán su capacidad para trabajar y contribuir a la sociedad y a sus familias”. 

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