¿Eres de los que necesita una inyección de energía por la mañana? Seguramente una taza de café es tu mejor aliado, sin embargo, debes saber que cafeína y ansiedad no van de la mano y menos cuando experimentas síntomas derivados de la ansiedad.
Nuestra alimentación está directamente relacionada con cómo nos sentimos, tanto física como emocionalmente y, en ocasiones, existen alimentos que pueden ser la causa de que la preocupación se vuelva desproporcionada y desmesurada con respecto al peligro real. Allí es difícil de controlar e interfiere en las actividades cotidianas, entonces se trata de un trastorno de ansiedad.
El consumo de cafeína estimula la frecuencia cardíaca dando lugar a un estado de nerviosismo y agitación, lo que puede disparar de forma proporcional estos niveles. Si eres de esas personas, tomar cualquier alimento con cafeína puede hacer que se agraven los síntomas, e incluso llegar a desembocar en un ataque de pánico. Por esta razón es recomendable que aquellas personas que sufren un trastorno de ansiedad reduzcan o eviten el consumo de cafeína, ya que son propensos a ponerse nerviosos, irritables e incluso sufrir taquicardias.
La cafeína es una sustancia que se encuentra de forma natural en las hojas, semillas y frutos de más de 60 plantas como las hojas de té, nueces de cola y los granos de café y cacao. También puede sintetizarse de forma artificial y agregarse a los productos alimentarios y a ciertos medicamentos.
En dosis bajas, la cafeína produce una leve euforia, estado de alerta y un mayor rendimiento cognitivo. Sin embargo, en dosis altas puede producir náuseas, ansiedad, temblores y nerviosismo.
Cuando una persona consume cafeína de forma regular suele ser tolerante a los efectos producidos por la cafeína. No obstante, hay personas que son más sensibles a la ansiedad que produce la cafeína o que sufren insomnio cuando la consumen y, por tanto, toman menos cantidad de cafeína o la evitan.
La cafeína puede emplearse para el alivio a corto plazo de la fatiga o de la somnolencia, pero, no todas las personas responden igual, ni son tan tolerantes a sus efectos adversos.
La variabilidad en el consumo de cafeína entre personas puede explicarse, en parte, por factores genéticos que influyen en el metabolismo de la cafeína o que afectan a otros procesos fisiológicos relacionados con el efecto de esta sustancia, como la sensibilidad a la ansiedad.
Es frecuente escuchar a muchas personas decir que necesitan un café para despejarse, o ver estudiantes tomando bebidas energéticas antes o durante una sesión de estudio intensiva. Lo que ocurre es que los efectos que provoca la cafeína en nuestro cuerpo, aunque dependen de la dosis ingerida y de la frecuencia con la que la ingiramos, en rasgos generales provocan disminución de la somnolencia, sensación de disminución de la fatiga, aumento del rendimiento físico y aumento de la atención y concentración, entre otros. Dichos efectos son pasajeros, ya que tras unas horas el efecto de la cafeína en nuestro cuerpo disminuye.
Hasta aquí, parecería que es una sustancia que nos ayuda a rendir mucho mejor, sin embargo, cabe destacar que la cafeína genera tolerancia. Esto quiere decir que a medida que consumimos cafeína, necesitaremos una dosis mayor para conseguir los efectos que anteriormente conseguíamos con una dosis menor.
Por ejemplo: una persona que habitualmente toma un café por la mañana para despejarse, notará al cabo de un tiempo que dicho café ya no consigue el mismo efecto que al principio y necesitará aumentar la dosis para conseguir sentirse menos fatigado.
Esto es peligroso, ya que podemos entrar en un consumo excesivo de cafeína casi sin darnos cuenta, y es que, al generar tolerancia, aumenta su poder adictivo.
La Administración de Medicamentos y Alimentos de Estados Unidos (FDA) sugiere que los adultos sanos no deben consumir más de 400 miligramos de café al día, es decir, entre cuatro a cinco tazas. Sin embargo, las porciones pueden cambiar según la edad, peso, género y genética.
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