Alfredo Solis no habría llegado a convertirse en uno de los chefs más queridos de Washington, DC, si hubiera llegado a tiempo a la mesa en su infancia. En Atizapán de Zaragoza, su madre, Felisa Romero, tenía una regla clara: quien no se sentaba a tiempo a comer, tenía que cocinar por su cuenta. “No estoy corriendo un hotel”, les decía. Sin saberlo, estaba formando a su hijo para una vida entre ollas y fogones.
Hoy, Alfredo lidera, junto a su hermana Jessica Solis, dos de los restaurantes mexicanos más concurridos de la capital estadounidense: El Sol Restaurante & Tequileria y Mezcalero Cocina Mexicana.
De lavaplatos a jefe de cocina
En 1999, Alfredo tenía apenas 11 dólares en el bolsillo y ningún plan claro. Había dejado su entrenamiento como mecánico y se mudó a San Diego para seguir a un amigo. Su primer trabajo fue lavando platos en Coco’s Bakery, una cadena tipo Denny’s. Pero desde el primer día, no quitó los ojos de la cocina.
Un chef notó su interés y lo puso como ayudante. Años después, Alfredo se trasladó a Washington, DC, por recomendación de un primo. Con energía de sobra y un hambre literal y simbólica, empezó a trabajar dos turnos: italiano de día, cocina latina de noche. Esa rutina lo llevó a D.C. Coast, donde conoció a Jeff Tunks, el chef que cambiaría su vida.
Más que talento, obsesión
Tunks recuerda que Alfredo siempre tenía una cuchara en la boca. “No era por glotonería. Quería saber qué llevaba cada salsa”, cuenta. Aunque Alfredo no dominaba el inglés, Tunks lo ascendió a sous chef. “Tenía un toque especial con la comida”, dijo. “Lo demás se puede enseñar”.
Durante 15 años, Alfredo creció dentro del grupo Passion Food Hospitality, donde pasó de línea a jefe de cocina y llegó a supervisar tres restaurantes a la vez. Pero nunca dejó de soñar con tener su propio lugar.
Sin plan, pero con sazón
Cuando en 2014 apareció un pequeño local en la calle 14 NW, Alfredo no sabía cómo escribir un plan de negocios ni tenía crédito. Pero sí tenía a su hermana Jessica. Ella vació su cuenta de ahorros en México. Él maxeó sus tarjetas. Juntos apostaron todo, hasta el dinero de la renta, para comprar el trompo que necesitaban para los tacos al pastor.
Así nació El Sol, su primer restaurante. Alfredo trabajaba sus turnos de día y por la noche ayudaba a cerrar el local. La apuesta funcionó: el sabor auténtico, las recetas caseras y su ética de trabajo convirtieron a El Sol en un favorito del barrio.
Alfredo nunca logró cumplir su promesa de no trabajar 15 horas diarias. Aunque hoy es dueño de tres restaurantes —El Sol, Mezcalero y Little Havana— sigue poniéndose el mandil, cubriendo turnos, probando recetas y brincando de cocina en cocina. Es inquieto, soñador, y le encanta explorar otros sabores y estilos.
Le fascina probar nuevos lugares, hablar con otros chefs, aprender de todo lo que come. Es de los que toma una idea en un almuerzo y la convierte en un platillo estrella para la noche. Su cabeza no descansa.
Entre salsas y sueños, Alfredo Solis cocina su camino
Aunque se codea con restaurantes “fine dining” en el centro de DC, Alfredo mantiene precios accesibles. Un taco de carne asada marinada en cerveza cuesta tres dólares. Su versión de carnitas requiere seis horas de cocción, evaporando cerveza y leche para lograr el sabor perfecto. “Si vienes de donde yo vengo, no desperdicias nada”, afirmó en conversación con Eater DC.
Es un chef que valora más el sabor que el margen de ganancia. No busca atajos. No cocina para impresionar críticos. Cocina para que la gente cierre los ojos y diga: esto sabe a casa.
Aunque comparte los reflectores con su hermana Jessica, Alfredo se define por su instinto. Donde ella es rigurosa y meticulosa, él es curioso y espontáneo. Donde ella se queda perfeccionando una salsa, él ya está pensando en el siguiente plato, el siguiente proyecto, la próxima cocina que quiere explorar.
Hoy, cuando tiene una noche libre, visita a su hermana. Ella suele estar cocinando lo mismo que sirven en sus restaurantes: enchiladas, sopes, tortas. Él le propone salir por sushi. Ella prefiere su cocina. Él no la contradice. Sabe que en esa salsa hay una historia. Y que, gracias a su madre, la están contando juntos desde hace años.