Donald Trump dice que rechazar un jet de lujo de $400 millones sería estúpido. Y bueno, si te están ofreciendo un avión que parece sacado de un catálogo lujoso, con cuero crema, baños como de hotel cinco estrellas y más metros cuadrados que muchos apartamentos en Nueva York, cuesta decir que no.
Pero el líder de la minoría demócrata en el Senado, Chuck Schumer, no lo ve tan claro y exige explicaciones. ¿Dónde queda la famosa Emoluments Clause cuando un país extranjero le regala al presidente el avión que usará como Air Force One?
¿Es solo un préstamo temporal? ¿Es solo una solución elegante mientras Boeing se toma su tiempo (y varios miles de millones extra) para entregar los nuevos aviones presidenciales? No tengo la respuesta, pero lo que sí podemos decir es que el jet viene de Qatar, país con el que Estados Unidos tiene una relación estratégica delicada, cargada de intereses en defensa, energía… y ahora, ¿transporte presidencial?
La Casa Blanca insiste en que el “trato se está negociando”, pero el jet ya está en San Antonio, Texas, en plena remodelación. Suena a que la decisión ya voló hace rato.
Aceptar este avión, más allá de las implicaciones políticas (y económicas) podría ser un problema de seguridad nacional. Exfuncionarios del Pentágono y del Servicio Secreto advierten que el jet necesitaría una transformación casi total para cumplir con los requisitos de seguridad presidencial. Traducido: habría que desarmarlo pieza por pieza para asegurarse de que no venga con sorpresas. Y aún así, Trump puede saltarse todos esos pasos si quiere. Porque sí, el comandante en jefe puede decir: “yo me monto igual”.
Quizás no estemos hablando solo sobre un avión, sino lo que este regalo representa. Qatar no regala nada por amor al arte. ¿Es este un gesto diplomático o una inversión a largo plazo en buena voluntad presidencial? ¿Y qué mensaje se le manda al resto del mundo cuando el presidente de Estados Unidos lo acepta? Muchas preguntas, pocas respuestas.