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Inmigrantes, apátridas emocionales del gato, Ulises y el duelo

Foto: EFE

¿Pueden dos argumentos contradictorios ser verdad a la vez? Algunos políticos atacan sin pudor a la inmigración con una acusación paradójica: sostienen que los inmigrantes son vagos que parasitan el sistema de ayudas sociales y, simultáneamente, que roban empleos a los trabajadores nacionales.

El experimento del gato de Schrödinger plantea que, según la mecánica cuántica, un gato dentro de una caja puede estar vivo y muerto simultáneamente, hasta que alguien abra la caja y lo observe. En el mundo cuántico, las partículas existen en múltiples estados a la vez, y solo adoptan uno definido cuando son medidas.

En el mundo que conocemos, el gato obviamente no puede estar vivo y muerto a la vez. Quienes atacan a los inmigrantes en países como Estados Unidos, Chile, Hungría y muchos otros, no pueden mantener vivo su populismo antiinmigrante —como el gato cuántico— mientras las estadísticas muestran el cadáver de sus argumentos: el cacareado aumento del crimen, la pérdida de oportunidades laborales y la imposibilidad de acceso a la educación pública.

Los datos históricos sustentan que los inmigrantes cometen proporcionalmente menos delitos que los locales, ocupan los trabajos desechados por los nacionales y llenan matrículas escolares en zonas que estaban despoblándose, rumbo a convertirse en pueblos fantasma.

Los impactantes arrestos de inmigrantes en Estados Unidos —con funcionarios encapuchados, sin identificación ni lectura de derechos Miranda, rodeados de familiares, testigos y cámaras que apuntan hacia la desgracia— evocan escenas del planeta de los simios: gorilas que cabalgan mientras lanzan redes sobre humanos convertidos en inmigrantes.

Millones se ven forzados a abandonar sus países por diversas razones, con el denominador común de perder vínculos personales, territorio, amores y bienes. A esta pérdida se suma un recorrido sembrado de dificultades que expone sus vidas a la violencia de la naturaleza y de los traficantes de drogas, armas y seres humanos, quienes los encadenan a nuevas deudas y amenazas.

El calvario se extiende, como un brazo mecánico, hasta el destino final. Allí enfrentan el "Síndrome de Ulises": un estrés límite mezclado con ansiedad, somatización, nerviosismo y síntomas físicos del obligado proceso de adaptación a una sociedad que se siente amenazada y los rechaza.

Finalmente, el "duelo migratorio" cae como pesado yunque sobre este complejo cuadro psicológico, recordándoles en un bucle eterno la pérdida del mundo conocido y la necesidad de reconstruir su identidad perdida o construir una nueva desde la raíz de su melancolía.

La paradoja del inmigrante, el síndrome de Ulises y el duelo migratorio son capas de una misma tragedia: expulsados de sus países, rechazados en la nueva tierra, terminan siendo apátridas emocionales que esperan nuestra empatía.

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