Washington, DC carga una fama de ciudad sobria, seria y obsesionada con el protocolo. Pero bajo esa fachada de oficinas federales y trajes oscuros, floreció un universo paralelo de lentejuelas, rebeldía y libertad: el mundo drag. Desde finales del siglo XIX, la capital de Estados Unidos se convirtió en uno de los epicentros más activos del arte drag y de la lucha por los derechos LGBTQ+.
Swann, la primera reina
La historia drag de DC arranca con William Dorsey Swann, un hombre anteriormente esclavizado que, en 1888, organizó uno de los primeros bailes drag registrados en el país. Esa noche, la policía irrumpió en una casa de la calle F NW donde 13 hombres negros cenaban vestidos con trajes de satén y pelucas. Uno de ellos, que se enfrentó a los agentes, usaba un vestido color crema. Lo arrestaron, pero también lo nombraron: “la reina” del evento. El periodista e historiador Channing Gerard Joseph rescató esta historia y la documentó como el primer ejemplo de resistencia LGBTQ+ organizada en Estados Unidos
Un parque, una persecución
Décadas después, Lafayette Square —justo frente a la Casa Blanca— se volvió un espacio de encuentro para hombres homosexuales. Bajo los árboles de magnolia, compartían miradas cómplices en una ciudad que no les permitía amar libremente. En 1947, la policía arrestó allí a 41 hombres, en un operativo presentado como “limpieza rutinaria”. Fue el inicio de una campaña represiva: el Departamento del Interior lanzó el “Programa de Eliminación de la Perversión Sexual”, que informaba directamente al presidente Harry Truman. En 1948, el Congreso aprobó la Ley Pública 615, permitiendo detener y “tratar” a personas LGBTQ+ solo por su orientación
Glamour con límites
En los años 20 y 30, la “Pansy Craze” —una moda que celebraba a los imitadores femeninos— llegó a D.C. Artistas como Alden Garrison y Louis Diggs se convirtieron en estrellas locales. En 1935, el Washington Tribune describió cómo Diggs fue coronado “reina” en un teatro de Alexandria, y luego arrastrado por una multitud que lo adoraba. Sin embargo, esa fama convivía con un sistema segregado: hasta bien entrados los años 70, los espectáculos drag se mantenían divididos por raza. Artistas afroamericanos actuaban entre ellos, igual que los blancos, latinos y asiáticos. Solo cuando la comunidad gay ganó más visibilidad, empezaron a mezclarse en el escenario.
La Academia drag
En 1961, Alan Kress, conocido en el mundo drag como Liz Taylor, fundó la Academia de Washington. Este grupo funcionó como escuela, casa, familia y refugio para quienes querían dedicarse al drag. Organizó concursos, creó “casas” drag con roles familiares simbólicos, y enseñó desde maquillaje hasta presencia escénica. Lo más radical: aceptaba a cualquiera, sin importar raza, género o edad. Durante la crisis del VIH/SIDA, su fondo HOOP (“Helping Our Own People”) atendió a los enfermos y se hizo cargo de entierros cuando las familias rechazaban a sus hijos.
“Si tu familia no te iba a enterrar, HOOP lo hacía”, dijo Meinke, citado por The Washington Post.
El rugido de una gala
En 1968, Ken White —mejor conocido como Black Pearl— convenció al Hilton de Washington para celebrar allí la primera gala drag de etiqueta formal. Hasta ese momento, los grandes hoteles prohibían eventos drag. Su gala, que terminó a las 3 a.m., marcó un antes y un después. Mientras tanto, los bares eran vitales: permitían shows baratos, porque los artistas llevaban su propia música y vestuario. Como dijo Meinke, “para los clubes de DC, el drag fue una bendición”
La tumba que habló más alto
Leonard Matlovich, un veterano condecorado con la Estrella de Bronce y el Corazón Púrpura, escribió en 1975 una carta a su comandante donde reveló que era gay. Lo expulsaron, pese a su historial intachable. Inspirado por el activismo de Frank Kameny, se ofreció como caso de prueba contra la discriminación militar. Su tumba en el Cementerio del Congreso dice: “CUANDO ESTUVE EN EL EJÉRCITO, ME DIERON UNA MEDALLA POR MATAR A DOS HOMBRES Y UNA BAJA POR AMAR A UNO”. La ubicó a unos metros de la de J. Edgar Hoover, el hombre que dirigió la caza de homosexuales desde el FBI. Fue su última burla al poder.
Frank Kameny y el cambio radical
Kameny, astrónomo y veterano de guerra, fue despedido en 1957 solo por ser homosexual. En vez de ocultarse, fundó la rama D.C. de la Sociedad Mattachine. El 17 de abril de 1965 lideró la primera protesta LGBTQ+ frente a la Casa Blanca. Sus seguidores vestían traje y corbata para que los vieran como ciudadanos “respetables”. Kameny también fue el primer candidato abiertamente gay al Congreso, en 1971. Aunque perdió, en 1973 consiguió que D.C. aprobara la primera ordenanza de derechos humanos para proteger a personas LGBTQ+ en empleo, educación y vivienda.
El colectivo que quemó el manual
En los 70, un grupo de 12 lesbianas formó el colectivo The Furies en Capitol Hill. Publicaban un periódico radical que llegó a 5,000 lectoras en todo el país. Enseñaban defensa personal, mecánica, teoría feminista. Rechazaban el sistema patriarcal de raíz. Una de sus integrantes, Ginny Berson, recordó: “Queríamos derrocar al patriarcado y al capitalismo”. También se reían de sí mismas. “Quizá fuimos un poco extremas”, dijo después.
Nob Hill, Chaos y el ClubHouse
En 1953, una casa en Columbia Heights se convirtió en fiesta secreta para hombres negros queer. En 1957, abrió como club bajo el nombre Nob Hill. Funcionó hasta 2004, siendo uno de los bares LGBTQ+ más longevos del país. En los 70, nació el ClubHouse, una discoteca inspirada en Studio 54 pero pensada para la comunidad negra. Allí bailaban hasta el amanecer estrellas, trabajadores de gobierno y artistas.
“En los clubes blancos nos pedían tres identificaciones. En el ClubHouse solo bastaba con ser tú”, contó Kwabena Rainey Cheeks, uno de sus fundadores a The Washington Post.
Tacones veloces
El 31 de octubre de 1986, una docena de amigos corrió en tacones por la calle 17 de Dupont Circle, entre JR’s Bar & Grill y Annie’s Paramount Steakhouse. Se tomaron un trago y regresaron corriendo. Así nació la High Heel Race, una tradición anual que celebra la libertad de expresión, el humor y el arte drag como forma de protesta festiva.
Kings que reescribieron el género
En 1996, el bar Hung Jury organizó la primera competencia de drag kings de la ciudad. Ken Vegas ganó y más tarde impulsó los shows en el club Chaos. Historiadoras como Bonnie Morris recuerdan cómo los espectáculos mezclaban crítica social con diversión.
“Había rutinas sobre los roles de género en la guerra, pero también desfiles donde regalaban paletas”, dijo.
El duelo hecho colcha
En octubre de 1987, activistas extendieron por primera vez la colcha del SIDA (AIDS Memorial Quilt) en el National Mall. Contenía 1,920 paneles. En 1996 ya tenía más de 48,000. Frente al desprecio del gobierno hacia los enfermos, el quilt mostró con color y nombre lo que las cifras no podían.
Del correo a la Corte Suprema
En 1958, la revista LGBTQ+ ONE fue censurada por “obscena”. El caso llegó hasta la Corte Suprema, que falló a favor de su publicación. Esa decisión, de una sola oración, se convirtió en un hito de la libertad de expresión queer. Cincuenta años después, en 2015, la misma corte legalizó el matrimonio igualitario en todo el país con el caso Obergefell v. Hodges. En ambas decisiones, la historia LGBTQ+ pasó del margen al centro del debate constitucional.
Resistir con pestañas postizas
Hoy, el drag vuelve a estar en el centro de la batalla cultural. Algunos gobiernos estatales intentan prohibirlo. Pero el arte drag nunca fue solo espectáculo. Como dijo Dylan B. Dickherson White, Mx. Capital Pride 2024:
“Una actuación exuberante y alegre es un acto de desafío”.
Blair Michaels, Miss Capital Pride 1999, liderará este junio el evento “Drag Through the Decades” en Mr. Henry’s. El show celebrará medio siglo de arte, lucha y fiesta. Porque en Washington, entre monumentos de mármol y edificios grises, el drag no solo sobrevivió: brilló.
Orgullo con tacones bien puestos
Hoy más que nunca, la historia del drag y la lucha LGBTQ+ en Washington D.C. nos recuerda que el orgullo no nació como una fiesta, sino como un acto de valentía. Desde los bailes de William Dorsey Swann en el siglo XIX hasta las carreras en tacones por Dupont Circle, cada paso en esta ciudad dejó una huella de resistencia y transformación.
En este Pride Month, celebrar el drag es mucho más que aplaudir un show. Es honrar a quienes se maquillaron como escudo, a quienes bailaron para sobrevivir, a quienes convirtieron la vergüenza impuesta en identidad propia. El drag es alegría, sí, pero también es memoria, política y rebeldía.
Washington sigue brillando con lentejuelas, historia y orgullo. Porque mientras haya plataformas altas, voz firme y ganas de ser libre, esta ciudad seguirá bailando con los tacones bien puestos.