Otra ley, de otro siglo, vuelve a ser protagonista en Estados Unidos. La primera fue para deportar a inmigrantes a otro país (El Salvador), la segunda para enviar a la Guardia Nacional a calmar las protestas en Los Ángeles. ¿Qué tienen en común ambas además de la antigüedad? Ambigüedad y que las dos leyes han sido usadas con un único fin: demostrar poder.
This is what it’s gonna be like when Trump invokes the Insurrection Act and summons the American Citizen Militia. pic.twitter.com/KiJiSFzh2V
— Harrison H. Smith ✞ (@HarrisonHSmith) June 7, 2025
La Insurrection Act, de la que tanto se habla en medio de las protestas en LA, permite al presidente desplegar tropas dentro del país para controlar rebeliones, desórdenes civiles o cuando se cree que las autoridades estatales no pueden (o no quieren) hacer cumplir la ley. Es una excepción a la regla que prohíbe a los militares actuar como policías. Traducción simple: si el presidente lo decide, puede sacar los tanques.
La Insurrection Act fue usada en 1965, en Alabama, para proteger a manifestantes por los derechos civiles.
¿El problema? Que la ley es tan vaga como antigua. No define qué es violencia doméstica ni qué cuenta como insurrección. Y aunque en teoría debería usarse solo en crisis imposibles de manejar con recursos civiles, eso queda, básicamente, a juicio del presidente de turno. La Corte Suprema ya dijo hace siglos que si él dice que hay insurrección, pues hay insurrección.
Trump ya dio el primer paso al federalizar la Guardia Nacional de California sin pedirle permiso a nadie (ni siquiera al gobernador, que no está precisamente encantado). Lo siguiente en la lista: invocar la ley oficialmente y tener carta blanca para desplegar a los Marines contra los manifestantes. ¿Exagerado? Bueno, también parecía exagerado que un presidente pidiera arrestar a un gobernador.
Y si esto pasa en California —ese eterno símbolo del caos liberal para la derecha— ¿qué impide que se repita en Texas, Illinois o donde sea que alguien proteste? Lo que se dice es que la ley da herramientas para restaurar el orden. Lo que no se dice es que también abre la puerta para imponer un orden muy a la medida del poder. Y cuando una ley permite tanto, tal vez el problema no sea el caos. Tal vez sea la ley.