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Invitados no deseados

En medio de los anuncios de deportaciones masivas y el endurecimiento de visas, el propio presidente pidió que no toquen a los inmigrantes que trabajan en el campo.

Foto: EFE

La nueva era Trump comenzó, como siempre, con enemigos: inmigrantes, ciudades santuario, estudiantes ruidosos. Pero esta vez vino con matices. En medio de los anuncios de deportaciones masivas y el endurecimiento de visas, el propio presidente pidió que no toquen a los inmigrantes que trabajan en el campo.

“Muy buena gente”, dijo. “Los necesitamos”. En otras palabras, bienvenidos, pero solo si cultivan fresas o limpian habitaciones. El inmigrante se convierte así en el nuevo tipo de huésped: el que entra por la puerta de atrás, que puede quedarse, siempre y cuando no moleste.

Una tradición que se repite. No es nuevo. La historia de EEUU está construida sobre esta hospitalidad selectiva. Italianos que llegaron empacando carne en Chicago. Irlandeses que sobrevivieron a base de trabajo esclavizante en ferrocarriles. Latinos que hoy recogen frutas, cambian sábanas, y entregan comida.

Todos rechazados al principio, todos indispensables después. Pero esa transición —de “problema” a “columna vertebral”— nunca vino con justicia. Vino con miedo, con condiciones, con la amenaza constante del desalojo. Y ahora, como antes, el mensaje es claro: no somos bienvenidos, solo tolerados.

La hospitalidad rota. La filósofa Mireille Rosello, en Postcolonial Hospitality, advierte que el lenguaje de la hospitalidad es una trampa. El huésped debe ser agradecido, callado, obediente. El anfitrión, en cambio, tiene el poder de definir cuándo la visita termina.

En las ficciones coloniales, el colono se presentaba como el anfitrión generoso. Pero al primer signo de resistencia, de autonomía o desacuerdo, se activaba el castigo. Rosello analiza lo que ocurre cuando “el huésped deja de convenir” y se transforma en amenaza. La hospitalidad se convierte en arma: se otorga para recordarte que te la pueden quitar.

Lo que no se dice. En nombre del orden, universidades comenzaron a cancelar visas a estudiantes internacionales que se manifestaron por Palestina. No por romper leyes. No por violencia. Solo por levantar pancartas o hablar. En redes, en aulas, en plazas.

El nuevo estándar no castiga el acto, sino el ruido. Ya no basta con “hacer bien las cosas”. Hoy el inmigrante ideal es el que trabaja y calla. El que acepta todo y no protesta. Se nos pide gratitud por ser tolerados, mientras se persigue al que alza la voz.

De Rubio a todos nosotros. Marco Rubio, hoy Secretario de Estado, es hijo de inmigrantes que también llegaron con lo justo. Su apellido, como tantos otros, está lleno de historias que antes fueron ilegales.

Hoy, como otros funcionarios, exige que “se respete la ley” sin recordar que muchas veces la ley es lo que cambia para cerrarte la puerta. La historia migratoria de este país está escrita en ciclos de rechazo, necesidad, y olvido. Pero también está escrita con resistencia. Y si hoy nos llaman “invitados”, que quede claro: no pedimos permiso para existir. Ya estamos aquí, y vinimos con los beneficios económicos.

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