Elon Musk dice que podría lanzar su propio partido, el America Party. Promete que será la solución a la deuda nacional y al “porky pig” de los dos grandes partidos. Lo anunció en X en medio de un berrinche (otro más) contra el Congreso y su insano megaproyecto fiscal. La idea suena disruptiva, moderna y hasta necesaria, pero también suena a déjà vu.
Pero, ajá. Vayamos a la realidad. Musk no es un espectador. Fue el mayor donante de la campaña republicana el año pasado: más de $290 millones, según OpenSecrets. Ayudó a Trump a volver al poder y, ahora que las decisiones no le gustan, amenaza con romper todo. Tiene recursos infinitos, una plataforma que lo ayuda y una narrativa populista que le funciona. Pero, la realidad es que ni eso garantiza votos: 59% de los independientes tienen una imagen desfavorable de él, según Quinnipiac University. Difícil base para una “tercera vía”.
Estados Unidos no es precisamente terreno fértil para los terceros partidos. Las leyes estatales hacen todo menos facilitarlo (en Texas, su estado, necesitaría 81,000 firmas solo para empezar). Históricamente, estos movimientos o mueren rápido o son absorbidos. El caso más conocido es el de Ross Perot en 1992: sacó 19% del voto popular, no ganó ningún colegio electoral, pero puso el tema del déficit en el centro del debate. ¿Musk quiere competir o condicionar?
Quizás esa sea la obra detrás del telón. No busca el poder directo, sino hacerse indispensable. Monta la amenaza de un nuevo partido no tanto para ganarle al sistema, sino para apretarlo cuando no le gusta el rumbo. Y si eso suena familiar, es porque ya lo hizo una vez. Solo que esta vez, el magnate quiere ser la oposición… de la administración que él ayudó a construir. Ironías, ironías.