El ministro de Defensa de Israel, Israel Katz, anunció que ya instruyó al ejército para preparar un plan que trasladaría a toda la población palestina de Gaza, más de 2 millones de personas, a una nueva “ciudad humanitaria” construida sobre los escombros de Rafah, en el sur del enclave.
El concepto suena humanitario, pero los detalles generan escalofríos: las personas entrarían tras pasar un filtro de seguridad, no podrían salir, y el objetivo final sería su reubicación fuera de Gaza. La idea, presentada como solución temporal durante una posible tregua de 60 días, ha sido descrita por el propio ex primer ministro israelí Ehud Olmert como una forma de limpieza étnica.
Las advertencias no vienen solo de los opositores usuales. Olmert, quien gobernó entre 2006 y 2009, comparó la iniciativa con un campo de concentración. Y aunque el gobierno actual lo desestimó por sus antecedentes judiciales, lo cierto es que la propuesta ha sido también condenada por abogados de derechos humanos, líderes árabes y expertos de la ONU. Katz defiende el plan como una “alternativa de vida digna”, pero su objetivo declarado de impulsar la emigración permanente de los gazatíes fuera del territorio genera preguntas incómodas: ¿cuál es la diferencia entre evacuación y expulsión? ¿entre protección y encierro?
Mientras tanto, Donald Trump, en su estilo habitual, celebró el plan desde la Casa Blanca, afirmando que su “visión brillante” permitiría que quienes quieran irse, se vayan. Pero esa narrativa de libre elección contrasta con la realidad de un territorio destruido, sin infraestructura ni servicios básicos, donde más del 90% de las viviendas están dañadas o reducidas a escombros. Las opciones, para muchos palestinos, no existen. Y cuando la única puerta abierta da hacia el exilio, hablar de libertad de movimiento suena más a eufemismo que a política exterior.
- El plan prevé instalar a toda la población de Gaza —más de 2.1 millones de personas— en una zona cercada del sur, bajo vigilancia militar. Israel dice que se trata de una reubicación temporal por motivos de seguridad. Pero el propio ministro Katz afirmó que una vez dentro, los desplazados no podrían salir. El “campamento” sería levantado en Rafah, una ciudad ya arrasada por los combates.
- Olmert comparó la propuesta con un campo de concentración y la llamó parte de un plan de limpieza étnica. Dijo que la estrategia no busca proteger civiles, sino preparar su deportación. En Israel, las comparaciones con el Holocausto son tabúes, y que un ex primer ministro las use contra su propio país subraya la gravedad de la acusación.
- La propuesta ya fue rechazada por países árabes, la ONU y organizaciones de derechos humanos, que la consideran una violación al derecho internacional. Incluso aliados como Egipto promueven planes alternativos que no impliquen desplazamientos masivos. Pero Israel y EE.UU. afirman que ninguna solución es viable si no aborda los “problemas reales” en Gaza, léase: Hamas y la seguridad israelí.
La tensión no está solo en el campo de batalla. La narrativa sobre qué hacer con Gaza después de la guerra se ha vuelto una pugna internacional donde cada actor empuja su propia visión. Trump habla de un “mejor futuro” para los palestinos, pero sin ellos en Gaza.
Egipto propone reconstruir el enclave sin mover a su gente. Israel presiona para reordenar el mapa. Y mientras los líderes discuten, Gaza se vacía. Más de 58.000 personas han muerto, y las que sobreviven lo hacen entre ruinas, escasez de agua, alimentos y medicinas. Lo que hoy se llama “ciudad humanitaria” podría pasar a la historia con otro nombre. Uno que ya se ha escuchado antes.