En Washington DC, donde la geometría urbana solía estar en manos de arquitectos y urbanistas, Donald Trump decidió redibujar el mapa a su manera. La Comisión Nacional de Planificación de la Capital (NCPC), un organismo técnico que antes debatía fachadas y reglamentos, ahora es un campo de batalla político y estético.
Axios lo resumió con precisión: Trump ha convertido esta comisión en “un instrumento afilado” para golpear a uno de sus rivales más visibles, el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell. ¿Cómo lo hizo? Reestructurándola con nombramientos cargados de lealtades políticas y poca experiencia técnica.
Arquitectura vs. Guerra Fría Política
El epicentro de esta cruzada es el multimillonario proyecto de renovación de la sede de la Reserva Federal, un edificio icónico en Constitution Avenue cuya modernización cuesta $2,500 millones. La NCPC ya no discute materiales sostenibles o metros cuadrados, sino quién puede asestar el golpe más fuerte a Powell.
Los recién llegados Will Scharf, Michael Blair y Stuart Levenbach —ninguno conocido por su experiencia en urbanismo— no tardaron en calificar el proyecto como un “Taj Mahal junto al National Mall”. Pero aquí la arquitectura es solo una excusa; la verdadera estrategia es una guerra fría de poder.
Politico detalló cómo Blair, en su debut en la comisión, calificó los planes de Powell como “inaceptables” y lanzó una batería de acciones para investigar y desacreditar el proyecto. Desde cartas de revisión hasta solicitudes de inspección, el mensaje es claro: Powell está en la mira. Tras resistir las demandas de Trump de bajar las tasas de interés, el presidente de la Fed enfrenta ahora una presión política disfrazada de preocupación estética.
Más allá de Powell, un campo de guerra estética
Mientras las críticas hacia Powell dominan los titulares, la trama de fondo es aún más peculiar. Trump no solo busca influir políticamente; también quiere dejar su huella física en la capital. Durante su primer mandato, emitió una orden ejecutiva promoviendo la arquitectura clásica en edificios federales, calificándola de “atemporal” frente a los diseños modernos, que consideraba “feos”.
Con Trump de vuelta en la Casa Blanca y con el control reforzado de la NCPC, esta visión ha resurgido con fuerza. Los cambios en la comisión se alinean con su agenda para rediseñar Washington como un monumento viviente de sus ideales políticos. Este choque de estilos —columnas dóricas contra fachadas minimalistas— no es solo diseño; es ideología hecha ladrillo.
El alcance de la NCPC en D.C.
Pero Trump no se detiene en Powell. La NCPC también tiene poder sobre proyectos clave como la reurbanización de Poplar Point y el estadio RFK. Los nuevos miembros de la comisión tienen influencia sobre cualquier propiedad que requiera permisos en los terrenos más codiciados de la ciudad. Esto garantiza que la visión trumpiana de una Washington renovada esté profundamente arraigada en cada esquina de su planificación.
Incluso, US News recuerda que Trump ha insinuado tomar el control directo de la gobernanza de DC, reforzando la narrativa de que ve la ciudad como un tablero gigante donde puede jugar todas sus cartas.
Lo que antes era un panel técnico de arquitectos ahora es otra arma en el arsenal político de Trump. La politización de la NCPC no solo afecta proyectos específicos, como la renovación de la Reserva Federal, sino que establece un peligroso precedente sobre cómo las instituciones pueden ser manipuladas para fines personales.
Mientras Powell defiende su proyecto y los urbanistas de DC navegan tensas reuniones, Trump sigue adelante con su ambición más grande: rediseñar Washington al gusto de Mar-a-Lago. Lo que está en juego no es solo arquitectura, sino el alma misma de la ciudad. ¿Será este un legado duradero o simplemente otro monumento a los caprichos de Trump? El tiempo lo dirá, pero por ahora, la NCPC es su último y más controvertido juguete.