American Eagle lanzó su nueva campaña con Sydney Sweeney, estrella de Euphoria, bajo el eslogan “Sydney Sweeney tiene great jeans” (un juego de palabras que, en redes, rápidamente se convirtió en algo más que un chiste de marketing). El guiño a los “genes” de la actriz no pasó desapercibido: en un video, la cámara sube lentamente a sus ojos azules mientras ella habla de herencia genética.
El post alcanzó más de un millón de vistas en Instagram, pero también abrió un debate nada superficial. Porque más allá del denim, el mensaje toca fibras sensibles. ¿Quién tiene “buenos genes”? ¿Qué significa eso en una sociedad donde las narrativas de belleza, éxito y ciudadanía siguen atravesadas por la raza? Usuarios de TikTok y X acusaron a la marca de blanquear sus campañas y coquetear con ideas peligrosas sobre eugenesia, belleza hegemónica y supremacía estética.
American Eagle no respondió. Sweeney tampoco. Lo curioso es el contexto. Esta semana, mientras estalla esa polémica, la administración Trump aceptó revisar la solicitud de Argentina para entrar al programa de exención de visa. Un paso diplomático, sí, pero también simbólico: Argentina (uno de los países más blancos de América Latina, con fuertes lazos europeos) entra a la conversación migratoria justo cuando otras naciones enfrentan más restricciones.
La coincidencia refuerza un patrón que ya no es tan sutil. Y es que no se trata solo de fronteras, sino de filtros. No solo de quién puede entrar, sino de cómo debe verse. En una cultura donde el color de piel, el pasaporte y hasta el cuerpo se vuelven indicadores de pertenencia, el verdadero mensaje no está en lo que se dice. Está en lo que se muestra. Y eso (en política y en publicidad) lo dice todo.